Las creencias esotéricas y la profecía
Emparentadas íntimamente con las supersticiones se hallan las creencias en “lo oculto”, esto es en los fenómenos que se consideran producidos por ciertas fuerzas ocultas.
Aquí tenemos entre manos una verdadera paradoja. En efecto, mientras la Ciencia Experimental en una de sus ramas, la microfísica, se encuentra aún hoy abocada a hallar aquello que se oculta tras el protón, el neutrón, el electrón, el quark... que yo denomino en mis libros, esencia o sustancia universal, ya en la remota antigüedad, se pretendía conocer el fondo de todo sin experiencia alguna.
La “magia negra” era tomada como una realidad, lo mismo hoy en día la astrología y la teosofía en su forma inmanentista, creencia esta última en presuntas fuerzas ocultas de la naturaleza como manifestación de un cierto espíritu divino que anima el cosmos.
Hoy se habla mucho de la parapsicología o metapsíquica, que pretende estudiar supuestos fenómenos psíquicos que no corresponden a la conciencia normal y común, como la telequinesia, el sexto sentido, la transmisión del pensamiento, la levitación, las premoniciones, etc.
Ninguno de estos supuestos fenómenos es aceptable para mí, y esto muy a pesar de haber expresado en mis libros mis sospechas de la existencia de otras versiones de mundo, ya sea separadas o entretejidas con la que pueden captar nuestros sentidos y el instrumental científico. Y no lo admito por las siguientes razones: primero porque toda verificación experimental de los presuntos fenómenos paranormales fracasa siempre, y a lo largo de los años nada fehaciente se añade; y segundo, porque esas por mí aceptadas y denominadas “otras manifestaciones de la esencia universal” las considero indetectables y no inmiscuibles en nuestra propia versión del mundo, por hallarse las distintas versiones incomunicadas entre sí.
Por su parte, el satanismo (culto a Satán) que podemos considerar también como relacionado con el ocultismo, presupone la existencia de cierto ente extraído del mito judeocristiano, enemigo del dios bíblico, y la adoración la justifican sus adeptos porque el dios de los cristianos “había traicionado al género humano al enviarle a su hijo al mundo”.
Aquí vemos claramente cómo un mito se alarga y da origen a nuevos mitos y creencias cual árbol con sus brotes de nuevas ramas.
En realidad, el sentido psicológico de la creencia en el demonio está claro: el hombre hace las mil y una “travesuras” en su planeta, luego le echa la culpa al demonio, un ser creado por su fantasía que lo induce al pecado. Este descargo o atemperamiento de sus culpas adjudicándoselas a un ente imaginario, puede ser interpretado como que, de este modo, el individuo se siente algo aliviado del remordimiento de conciencia por sus travesuras al compartir sus culpas o acusar al “tentador”, aunque más no sea subconscientemente.
Por las mismas razones expuestas con referencia a la parapsicología, tampoco estos presuntos “poderes de las tinieblas” pueden existir y, por ende, tampoco “la magia negra” que se halla emparentada con el animismo y pretende el dominio de la naturaleza de modo acientífico, “de un solo golpe”, mediante encantamientos, exorcismos, filtros mágicos y talismanes, para comunicarse con presuntas fuerzas naturales, celestiales o infernales, y hacerlas obedecer a sus deseos.
Es la Ciencia la que ha asestado un golpe mortal al supuesto de la magia.
Sin embargo, se preguntará el lector, ¿por qué tanta creencia en la magia entre los pueblos primitivos y por qué tanto aparente éxito de los magos y su persistencia?
Simplemente, podemos responder, porque si un enemigo cuya imagen en poder del brujo es destruida, muere ocasionalmente; si a veces el hecho de verter agua en un recipiente va seguido de lluvia; si un enfermo grave se pone bien luego de las danzas y palabras mágicas del chamán, esto es para algunos suficiente para creer en la magia. Aunque los fracasos sean la regla general y el éxito una excepción de un caso entre cientos, para el crédulo esto no invalida el poder mágico porque siempre, en todos los casos, es posible hallar alguna excusa o explicación del fracaso. Generalmente se esgrime el argumento de que el complejo procedimiento aconsejado fue ejecutado incorrectamente.
Incluso el hombre de nuestros días recurre en ocasiones a los “servicios” de la magia, a veces inconscientemente o sin confesarlo, como una necesidad de esa ilusión ante las tribulaciones de la vida, y ya hemos visto claramente por qué.
En resumen, lo único que se puede deducir de las presuntas “ciencias ocultas” es que el hombre no sabe nada de lo oculto, y este mi presente artículo trata precisamente de las manifestaciones de lo oculto, es decir de las señales, los fenómenos que nos dan a conocer nuestros sentidos ayudados por el instrumental científico y la Ciencia Experimental, pero jamás de supuestas señales fuera del marco científico, que nunca son posibles de captar experimentalmente sin que asomen dudas. Por ende, se hace necesario desechar su existencia por más que algunos creyentes aseguren su realidad, ya sea, engañados, sugestionados, anoticiados erróneamente por sus mayores y grabadas estas cosas en sus mentes desde niños, o alucinados por causa de procesos patológicos, cansancio, drogas, etc., o finalmente fingiendo y mintiendo para impresionar a los demás.
Puesto que las manifestaciones son lo conocido y lo que las produce puede ser lo subyacente desconocido, he aquí la razón del título de uno de mis libros que reza: La esencia del universo, donde explico las manifestaciones (lo experimentable), de la esencia (lo oculto) del universo.
Empero lo para mí oculto jamás debe ser confundido con aquello que erige como postulado el ocultismo.
Con respecto a la profecía o predicción, como supuesto don de algunas personas, esto no es más que una patraña ya que involucra un determinismo fatal imposible de ser aceptado, que he negado siempre, pues entra en conflicto con el presunto libre albedrío en el terreno creencial.
En cuanto a la explicación de este fenómeno como creencia extendida, la profecía es simplemente una especie de juego de acertijos. Se dicen muchas cosas en lenguaje sibilino, alguna con ciertas posibilidades lógicas de ocurrir tomando como base ciertas circunstancias del presente.
Como en el caso de la magia, basta con que se cumpla (aunque más no sea de un modo aproximado) cierto vaticinio entre innumerables fracasos para que se le conceda magnificencia a este hecho y adquiera fama de profeta, vidente o agorero el charlatán de turno.
La creencia en la naturaleza
“La naturaleza es sabia”; “la naturaleza sabe lo que hace”; “hay inteligencia en la naturaleza”; “la naturaleza es insobornable”, y frases así por el estilo es común oírlas a menudo.
En realidad, ¿es sabia la naturaleza? ¿Sabe lo que hace? ¿Posee inteligencia y voluntad?
Las diversas formas de panteísmo, han tratado de divinizar a la naturaleza para transformarla en un ente con voluntad e inteligencia que sigue algún supuesto fin.
Así lo dan a entender los sistemas filosóficos panteístas evolucionistas como el hegeliano, y quizás también el de Haeckel y el panteísmo spinoziano.
Estamos aquí, aún contando con grandes pensadores, frente a una simple superstición. Es la eterna cuestión de la falta de conocimiento de lo que rodea al hombre, que le hace inventar ficciones, creer luego en ellas y adorar a la naturaleza.
Lo incomprensible es lo que desencadena el mecanismo psíquico de la superstición.
El filósofo alemán Scheler, por su parte, según el comentario hecho por Hirschberger en su obra Historia de la filosofía (Barcelona, Ed, Herder, 1970, tomo 2, pág. 400): “ve a lo demoníaco explayarse tumescentemente en un poder cósmico a lo que aún lo divino está uncido, desarrolla un panteísmo evolucionista, en el que dios bueno aparece sólo al final del proceso cósmico”.
Pero Hegel y Scheler imprimen a la evolución de la naturaleza un sello espiritual, pues hablan de un cierto espíritu que lo dirige todo hacia un fin ideal.
Más aquí me refiero a la creencia en la naturaleza como ente único, en el sentido monista haeckeliano, creencia que comparten con los grandes pensadores también muchos hombres comunes que, convencidos, ven sabiduría e intencionalidad en los hechos naturales, tanto sea en el crecimiento de una planta, la apertura de una flor o en el colorido de las plumas de las aves.
Empero a esta altura de mi exposición, me eximo de mayores comentarios, solo puedo recalcar que la propia esencia del universo es ciega, sorda e inconsciente, y que sus manifestaciones circunstanciales van totalmente a la deriva, produciendo, a veces, aquí o acullá, ciertos hechos ordenados de efímera duración en tiempo cósmico, que pronto son absorbidos en el Anticosmos que nos rodea. Mientras tanto ¡vivamos! lo mejor posible ética de por medio, en paz, cultura, ayuda, sano progreso, solidaridad, unión... y todo lo demás que atañe a una convivencia en armonía de la mano de la sana ciencia en un mundo cada vez mejor, lejos de supersticiones, pseudociencias, ambiciones desmedidas, guerras... llantos, desesperación, y consideremos al Globo Terráqueo como patria única con el lema ¡Adiós a las armas!
Ladislao Vadas