La economía está mostrando fuertes signos
de desaceleración en todas las variables haciendo por ahora, casi estéril el
intento oficial por mantener el nivel de actividad económica.
Es que nuevamente y tal como ocurriera desde 2002, las
autoridades hacen un mal diagnóstico y por lo tanto aplican una mala terapia.
Ahora buscan fomentar el consumo cuando la propensión
marginal al ahorro va en aumento y tiende a consolidarse como el rasgo más
palpable de la crisis.
La economía venía creciendo a un buen ritmo y lejos de
requerir asistencia financiera, lo que está necesitando son reglas de juego
claras para recuperar un bien muy preciado que había perdido: la confianza.
Pero el gobierno eligió un camino escabroso y sinuoso por el
cual la confianza no está acostumbrada a transitar. Por más financiación que se
le inyecte el consumo no se recupera si no tiene un horizonte de confianza que
le permita recorrer un camino de mediano plazo.
Esto hoy está ausente en la Argentina y esa es la pata más
frágil de todo el andamiaje oficial.
Sin profundizar en las causas por las cuales el gobierno
perdió la confianza de los inversores y de la población, la sucesión de
yerros y medidas que apuntan a la afectación de la propiedad privada y de dudosa
legitimidad, operó como un salvavidas de plomo para la recuperación de la
confianza.
Desde la confiscación de los ahorros previsionales, pasando
por la emergencia económica, por la expropiación de Aerolíneas Argentinas, hasta
el blanqueo de capitales y la moratoria, toda esta profusa legislación
sancionada en las últimas horas no hace más que minar la confianza en la
economía argentina y aislar al país del escenario internacional.
¿Cómo convencer a inversores locales y extranjeros de las
bondades de la Argentina, cuando el país liquidó años de bonanza y no cuenta con
fondos anticíclicos para enfrentar la recesión? ¿Cómo explicar que el
gobierno va a liquidar años de ahorro para financiar, vacaciones y la compra de
una canasta navideña? En términos más llanos, quemamos la futura jubilación
para comprar pan dulce y turrones... Mientras tanto, las muertes por
desnutrición infantil y el aumento del crimen generan escalofríos.
Pero si hay algo que arroja más confusión y que genera mas
desconfianza, es la sanción de leyes que apuntan a castigar a la economía formal
—como el caso de la emergencia económica, el impuesto al cheque, bienes
personales, gas-oil, entre otros—, y el premiazo para la economía en negro y
lavado de dinero proveniente de actividades criminales, mediante la moratoria y
el blanqueo.
¿Quién puede confiar en una economía que castiga a los que
cumplen la ley y premia a aquellos que la violan? Es el reino del revés.
Para que estas líneas no queden en una mera queja,
existen propuestas superadoras y que surgen de una abundante bibliografía y de
los claustros académicos. Sólo hace falta que la clase dirigente apele a
profesionales para que puedan resolver el problema. El gobierno debería
enfrentar la recesión, no con asistencia financiera, sino con bajas de
impuestos, en especial, los que gravan el empleo (cargas patronales), el consumo
(IVA), y los movimientos bancarios (cheque). De esta manera, no sólo se pueden
contrarrestar los efectos de la recesión estimulando el trabajo y la producción
formal, sino que se lograría blanquear a un gran sector de la economía que opera
en la marginalidad.
Algo similar acaba de hacer Brasil. El gobierno del
Presidente Luiz Da Silva acaba de disponer una reducción de impuestos por casi
4.000 millones de dólares, una disminución a la mitad del impuesto al cheque y
una baja de los impuestos a los automotores. Sin embargo, la administración
regente optó por el camino inverso, y así vamos...
Miguel Ángel Rouco