El reciente tarifazo al transporte
representa unos de los últimos eslabones en la cadena de ajustes surgidos desde
la crisis de 2001.
No responde a ninguna estructura de costos ni tampoco a los
efectos de la inflación pasada.
El tarifazo es la consecuencia de la crisis fiscal que
atraviesa el gobierno producto del despilfarro generado en los últimos años.
El aumento viene de la mano de la supresión o disminución de
los subsidios que aplicaba el gobierno para evitar un sinceramiento tarifario.
Ahora que las cuentas públicas comienzan a mostrar caídas
como la recaudación de diciembre y las necesidades fiscales de 2009 arrinconan a
la administración, el Estado suprime subsidios y traslada los aumentos a los
consumidores.
Los ajustes llegan en un pésimo momento. Cuando la recesión y
la caída en la actividad afectan el bolsillo de los trabajadores y el empleo, el
gobierno descarga el tarifazo, fruto de su impericia e imprevisión.
Si se mira desde la óptica de la estructura del
transporte, el ajuste no sirve para cambiar ni la cantidad ni la calidad de la
prestación de los servicios.
Tampoco le permite a los empresarios manejar de manera
autónoma la estructura de costos y lo que es peor, las inversiones dependen en
muchos casos de la caja del propio Estado, cada vez más exangüe por estos días.
Ni el ajuste en tarifas aerocomerciales ni el actual de los
terrestres metropolitanos soluciona la fractura de los servicios demostrando una
vez más el fracaso de la política oficial de transportes.
La gente viaja mal, con inseguridad, hacinada y el parque
automotor, locomotor y tractivo se encuentra en estado ruinoso. Pruebas abundan
y sería ocioso reiterarlas. El servicio ferroviario que une esta capital y
Posadas, "El Gran Capitán", reinaugurado con bombos y platillos por el actual
secretario Ricardo Jaime, tardó 36 horas en cubrir ese trayecto de unos 1.200
kilómetros, lo que arroja un promedio de 33 kilómetros por hora. Un verdadero
"Tren Bala"...
Miguel Ángel Rouco