Percepción, atención, aprendizaje,
memoria, pensamiento, razonamiento, lenguaje, motivación... ¿qué es todo esto, y
mucho más, encerrado en una caja ósea con una capacidad de unos 1350 centímetros
cúbicos, que puede contener “toda una enciclopedia” de conocimientos?
¿Alma, espíritu, o... moléculas, átomos, quarks o algo menor
en dimensiones físicas que actúan psíquicamente?
Durante milenios, la noción sobre ese intrincado conjunto de
procesos físico-químico-biológico-psíquicos, ha sido simplificada al grado
superlativo, reducida tan solo a una unidad denominada alma espiritual.
Esta ha sido una salida victoriosa para eludir la complejidad extrema y
reducirla a una unidad pensante con memoria.
Han sido incontables las centurias durante las cuales, el enigma del pensamiento
y la memoria intrigaron al hombre de todos los lugares de la Tierra. ¿Qué pueblo
primitivo no ha creído en los espíritus que lo poblaban todo? Valles, ríos,
montañas, bosques, mar, cielo... estaban repletos de seres inmateriales, muchos
de los cuales desvelaban a las mentes supersticiosas.
Hoy, la ciencia se aleja cada vez más de la antigua “ciencia del espíritu” (tan
cara para los pensadores de antaño), la de Platón, Aristóteles, Descartes, los
escolásticos y una legión de religiosos de todo cuño y origen, tanto orientales,
como occidentales, cuyos “reyes” han sido los teólogos de siempre.
El mundo-dios de los panteístas con Baruch Spinoza a la cabeza; el mundo
por un lado, un Dios por el otro según los dualistas; los espiritualistas por su
parte, los materialistas por otra..., polémicas y más polémicas sin fin,
enconos, diatribas, luchas, masacres, sangre y sufrimientos por todas partes y
otros desatinos, y todo por la antagónica dualidad: materia-espíritu; dos
entes irreconciliables que hacían embestirse ciegamente a los hombres, alineados
en dos bandos opuestos.
La naturaleza humana es la que traiciona al hombre (valga la redundancia). Dos
falsedades encontradas, siempre se embistieron una con la otra: “Todo Espíritu”
versus “Todo Materia”; envueltos en una imbecilidad dicotómica que costó
lágrimas de sangre a lo largo de la historia de la humanidad en su faceta
escabrosa.
Dos bandos, uno más errado que el otro, no hicieron más que confrontarse
locamente defendiendo dos fantasmas: uno denominado materialismo, el otro
espiritualismo. Hoy día, entra a tallar la ciencia de la mente con su
razón arrolladora para batir en retirada a los ignorantes belicosos de ambos
bandos, mientras que aquel, ya lejano, “espíritu del mundo” de los spinocianos
(del filósofo Baruch Spinoza) y teólogos encapsulados en la ignorancia, se
esfuma cual niebla que opacaba las mentes; a esas mentalidades, incluso con
capacidad de salir de la lobreguez, pero sin oportunidad para ello.
Hoy, la psicología nos habla de partes, zonas de nuestro cerebro encargadas de
funciones específicas, como la percepción visual y auditiva, la atención, el
aprendizaje, la memoria, el pensamiento, el razonamiento, el lenguaje, la
motivación, las emociones... De un cerebro con multifunciones comparable a una
moderna computadora, lejos, “años luz” de distancia de aquel “ente simple” de
antaño, el de los escolásticos, de los teólogos... de todos los espiritualistas
serios y... los charlatanes (que los hubo y hay en demasía, estos últimos).
Hoy día, los estudiosos, en sus experiencias, comparan en parte y sin empacho,
al cerebro humano con un animal acuático primitivo denominado Aplasia. Se trata
de un caracol marino (horror para los creyentes en el alma, simple espíritu),
del cual, en los años 80 del siglo pasado se conocieron los cambios sinápticos
durante el aprendizaje. “Los investigadores condicionaron al animal con
descargas eléctricas para que retirase sus branquias al rociarlo con agua.
Observando las conexiones neuronales antes del condicionamiento y después de él,
los investigadores notaron que el caracol segrega más cantidad de
neurotransmisores de serotonina en algunas sinapsis y estas pasan a ser más
eficaces para transmitir señales. El aumento de la eficiencia sináptica implica
unos circuitos neuronales mas eficaces.” (Véase al respecto el libro didáctico
de José M. Mestre Navas y Francese Palmero Cantero: Procesos psicológicos
básicos, Mc. Graw Hill, México, 2005; pág. 131).
¡Dios mío! (exclamaría un creyente en el alma simple) ¿¡Cómo se atreven a
comparar la reacción de un molusco, con el alma racional humana?¡ (Cabe aclarar
que el texto mencionado más arriba es de "última generación").
No obstante, ahí se halla el secreto, ¡y no hablemos del cerebro de un elefante!
¿Y los simios? ¿Existe algo más parecido entre sí que las conductas de un
chimpancé y un ser humano? ¿Y las ballenas? (Por ejemplo, “la masa cerebral de
un cachalote adulto, pariente cercano del delfín, es de casi 9000 gramos, o sea
seis veces y media mayor que en el hombre” (Carl Sagan: Los dragones del Edén,
pág. 55; Grijalbo, Buenos Aires, 1982).
¿Qué cosas asombrosas desfilarán entre las neuronas de sus cerebros cuando estos
cetáceos se comunica vibratoriamente por medio del agua a lo largo de kilómetros
de distancia? Quizás sólo les faltaría tener brazos y manos para crear una
“civilización”.
“Nuestros hemisferios cerebrales se hallan compuestos por la capa convoluta de
la corteza cerebral que cubre toda la superficie replegada, poseyendo así una
considerable área total de 1200 centímetros cúbicos por cada hemisferio. El
neocórtex tiene unos 3 milímetros de espesor, estando formado por la unión
masiva de unos 10.000 millones de neuronas”. (Karl Popper y John C. Eccles:
El yo y su cerebro, Editorial. Labor, Barcelona, 1985, pág. 260).
“El cerebelo, situado debajo de la corteza cerebral, en la parte posterior de la
cabeza, contiene aproximadamente otros diez mil millones de neuronas”. (Carl
Sagan: Los dragones del Edén, pág. 57).
Y esto aún “no es nada” en materia de sorpresas, comparado con los estudios
modernos.
La cantidad de bits de información que podría contener el cerebro humano, sería
poco más o menos del orden de los l00 billones, según nos dice Carl Sagan en su
afamado libro Los dragones del Edén, página 59 (Editorial Grijalbo,
Buenos Aires).
Todo esto, no solo nos da una idea de la complejidad de nuestra mente, sino que
borra definitivamente todo concepto de alma espiritual como "sustancia
simple e inmortal que informa al cuerpo humano" (según el Diccionario
Enciclopédico Espasa Calpe), como también el concepto de espíritu como ser
inmaterial dotado de razón, según el mismo diccionario.
Estos detalles señalados, son todavía harto simples comparados con los que se
desprenden de los modernos estudios del cerebro humano y sus funciones
acompañadas de las investigaciones sobre las estructuras cerebrales de los
animales más evolucionados, en el terreno etológico. Lo que antaño haya
sido un horror, al comparar a “las bestias sin alma” con el “espíritu” humano,
hoy es un quehacer más de la ciencia que busca desentrañar el psiquismo,
tanto de una mosca, como el de un cachalote o un Einstein. En esto anda hoy la
etología (ciencia que se ocupa del estudio del carácter y modos de
comportamiento de los animales en su medio natural, aunque también se incluyen
experiencias en laboratorio). Toda la fauna obedece a conductas. Hasta una ameba
se conduce. Es de señalar que con esto no quiero significar que una ameba piense
“espiritualmente” en algún dios ameba, pero sí considero plausible pensar
que en un unicelular se encuentra representada la base rudimentaria de nuestra
evolución biológica y “espiritual”.
Presiento ya, como un cosquilleo, la mofa tanto por parte de los científicos
acostumbrados a las especialidades, como de los teólogos y religiosos avanzados
que hacen una neta separación entre el animal “sin alma” (dicen) y el dual
homínido compuesto de cuerpo, y alma espiritual ¡nada menos que inmortal!
Aquí, en este punto, sólo cabe proceder pasito a paso, sin apuro, realizando una
minuciosa revisión del proceso evolutivo de las especies vivientes, “desde el
virus hasta el ser pensante”.
El gran Carl Sagan, en su excelente libro titulado Miles de millones,
escribió: “El aspecto más significativo de la historia del ADN es el hecho de
que ahora se consideren perfectamente comprensibles, en términos fisicoquímicos,
los procesos fundamentales de la vida. No parece que haya implicados una fuerza
vital, un espíritu, un alma. Lo mismo ocurre en neurofisiología, todavía de modo
impreciso, la mente parece ser la expresión de los 100 billones de conexiones
neuronales del cerebro, más unos cuantos elementos químicos simples.
“La biología molecular nos permite ahora comparar dos especies cualesquiera, gen
por gen, molécula por molécula, para descubrir su grado de parentesco. Estos
experimentos han demostrado de modo concluyente la semejanza profunda de todos
los seres de la Tierra y confirmado las relaciones generales antes propuestas
por la biología evolutiva. Por ejemplo hombres y chimpancés comparten el 99,6 %
de sus genes activos, lo que ratifica que los chimpancés son nuestros parientes
más cercanos y tenemos un antepasado común.
“Durante el siglo XX, y por vez primera, investigadores de campo han vivido con
otros primates, observando atentamente su comportamiento en su hábitat natural
para descubrir la piedad, la perspicacia, la ética, la guerra de guerrillas, la
política, la fabricación y el empleo de herramientas, la música, un nacionalismo
rudimentario y muchas otras características a las que antes se juzgaban como
únicamente humans...”.
“Buena parte de la biología, se puede reducir a la química, y mucho de esta a la
física”. (Carl Sagan: Miles de millones, Ediciones B, Barcelona, l998,
páginas 75 y 276).
Finalizando, le doy la razón al lúcido cosmólogo Sagan, quien
marcó una verdadera polémica revolución en el siglo XX con respecto al universo,
la vida y el hombre.
Ladislao Vadas