Hizo falta un año calendario para que el
Gobierno de Cristina y Néstor Kirchner reconociera la necesidad de buscar un
acuerdo en el larguísimo e incomprensible conflicto con el campo. La aparición
sorpresiva de la primera mandataria en la reunión del martes entre la ministra
de Producción, Débora Giorgi, y los dirigentes del campo, fue una señal que tuvo
contornos más teatrales que políticos, pero en definitiva reveló que, por fin,
la mujer que gobierna el país se dio cuenta de la necesidad, que ya no soporta
una postergación más, de cerrar la enorme herida que abrió con un sector clave
de la economía argentina.
Más allá de que los resultados concretos de la supuesta
intención de la administración actual de llegar a verdaderas soluciones para
reflotar la producción agropecuaria, lo importante es que por fin llegó el gesto
que se necesitaba.
Pero parece que el matrimonio presidencial no gusta de
vivir en armonía y en paz: elige el conflicto, la confrontación, la polémica,
como sistema de vida, como oxígeno para seguir adelante.
Impensadamente, la primera mandataria clavó el cuchillo en el
corazón de la Corte Suprema de Justicia cuando el domingo pasado criticó a fondo
el papel de ese poder en el juzgamiento de los represores.
La Argentina de hoy no es la que venían gozando los esposos
Kirchner desde el inicio del mandato de Néstor. La obediencia debida, la
sumisión absoluta que caracterizaron los primeros tiempos de esta nueva era, van
cediendo paso a la independencia de opinión, y lo extraño es que el matrimonio
no acierte a analizar las causas de esa diferencia.
Cuando asumió Néstor Kirchner de la mano de Eduardo Duhalde,
el país todavía no salía del asombro por la crisis que lo hundió en el 2001. Fue
precursor del tsunami que ahora altera a todo el Planeta. Todos sintieron la
necesidad de acompañar al Gobierno que se presentaba con muy buenas intenciones,
y el primer mandato de esta nueva era se desarrolló casi con felicidad.
Entre los momentos más felices del primer período de Néstor
Kirchner se incluyó la acertada designación de nuevos miembros de una Corte que
refloreció después de años de desprestigio en que había caído durante el
menemismo. Juristas de prestigio internacional, de probada independencia de
pensamiento, inauguraban en el máximo tribunal una era de sensatez y de calidad
democrática.
Ejecutivo y Judicial convivieron armónicamente durante
algunos años, hasta que los miembros de la Corte comenzaron a disentir con
ciertos aspectos del manejo del Gobierno.
La airada respuesta a la Presidenta de Carmen Argibay
generó una herida cruel al corazón del kirchnerismo, que si hay algo que no
tolera es la disidencia. Y menos cuando se trata de alguien —creen en la Casa
Rosada— que fue "beneficiada" al ser elegida por el hombre que más poder supo
reunir en el país después de la crisis.
Pero no era lógico esperar que Argibay, como Eugenio
Zaffaroni o como los otros miembros de la Corte fueran a tolerar como corderos
las diatribas del poder político, y se abrió entonces una nueva brecha cuya
evolución es difícil imaginar.
En la última semana, la Presidenta usó su púlpito para
alimentar el enfrentamiento con los jueces, que vienen padeciendo desde hace
años la falta de presupuesto, la presión política y los constantes cambios en
las leyes.
Ahora, según el nuevo tema que eligió la primera mandataria
para polemizar, la inseguridad tiene dos causas: una, la pobreza, que es
precisamente ella quien debe resolver, y otra, según su pensamiento, la supuesta
"ineficiencia" de los jueces.
Lo más curioso es que Cristina Kirchner haya decidido por fin
abordar la espinosa cuestión del crecimiento de la delincuencia, pero claro
está, no a través de un mea culpa o de una enumeración de acciones que
planee el gobierno para morigerarla, sino, como siempre, para echarle la
culpa "al otro". En la era kirchnerista, los culpables siempre son "los
otros" y según esa metodología, es difícil vislumbrar el camino hacia una
solución de uno de los temas que más duelen al cuerpo social del país.
Las elecciones están cada vez más cerca y el Gobierno ya no
duda en estar con Dios y con el Diablo para asegurarse su afirmación en octubre.
De aquí a las vísperas de ese test, es dable imaginar que el juego de alianzas y
de conflictos ya no seguirán la línea "progresista de centro izquierda" que la
actual administración dijo profesar: la necesidad tiene cara de hereje, lo malo
es que esa cara es la que se va descubriendo en el proceso.
Carmen Coiro