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Las supersticiones y los milagros

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LEJOS DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL
LEJOS DE LA CIENCIA EXPERIMENTAL

Supersticiones y milagros

 

    La naturaleza humana que podríamos denominar “virgen”, es decir desprovista del maquillaje de la civilización, es supersticiosa.

    Aunque se tilde a la superstición de creencia extraña a la fe religiosa, es necesario reconocer que las religiones la poseen; de lo contrario, ¿en qué consistiría entonces la aceptación del milagro que siempre las acompaña?

    Por más que se quiera negar la amalgama entre religión y superstición, no es posible separarlas. El diccionario filosófico parece querer arreglar esta cuestión, cuando define a la superstición como “el exceso o las aberraciones de la religión, o bien la forma de religión que no compartimos”. (Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía; México, Fondo de Cultura Económica, 1963).

    También dice que Cicerón la definió así: “No sólo los filósofos sino también nuestros antepasados de lejanas épocas distinguieron a la superstición de la religión: los que durante días enteros rogaban e inmolaban víctimas para obtener que sus hijos quedaran supérstites (supervivientes) se denominaron supersticiosos y tal nombre tuvo más tarde mayor extensión”. (De natura deorum, ed. Plasberg. 1933 II 28, 72-72).

    ¡De modo que debe haber diferenciación arbitraria de cultos!

    El más acertado fue el filósofo Hobbes, quien definió la superstición afirmando: “El temor al poder invisible imaginado por la mente y basado en relatos públicamente permitidos, es religión; no permitidos, es superstición”. (Leviatán, I. 6).
    De modo que toda religión es considerada como superstición a los ojos de los creyentes en otra.
    Desde ya que los adeptos iniciados seguidores de un reformador taumaturgo, deben poseer una fuerte base supersticiosa para poder interpretar como milagros sus hechos natrales o trucos. Confróntese, por ejemplo, con las narraciones evangélicas de expulsión de demonios de supuestos posesos que hoy la psiquiatría explica como casos de desequilibrios mentales.
    Según mi modo de ver, son supersticiones tanto las religiones en su totalidad como los milagros y las adivinaciones, sean éstas las distintas mancias (cartomancia, quiromancia, nigromancia, oniromancia onomancia ornitomancia, etc.), o el horóscopo de la astrología. En todos los casos, o existe una interpretación errónea de los hechos naturales, o hay fraude, sugestión, autosugestión o alucinaciones, o se pretende ligar hechos u objetos totalmente inconexos entre sí, o se desconoce lo casual. En efecto, el hombre le teme al azar, se resiste a aceptar que un hecho extraño sea la obra de una pura casualidad, de una coincidencia muy improbable pero posible. Si ocurre un hecho casual, uno entre mil no casuales, es difícilmente aceptado como tal y se tiende a buscar otras explicaciones; si no se las encuentra, entonces se prefiere acudir a causas paranormales, extranormales o sobrenaturales.
    Y realmente, a la larga, espaciadamente se producen en el mundo coincidencias tan improbables, tan fabulosamente extrañas y asombrosas, que incluso los científicos pueden quedar perplejos y tentados de echar mano de una explicación paranormal o sobrenatural del fenómeno.
    No obstante, si analizamos a fondo las causalidades, basta con que un hecho sea posible para que pueda ocurrir alguna vez, aunque su probabilidad sea una entre un millón y menos aún.
    Como ejemplos de hechos fuera de lo común, podemos mencionar el caso de una persona que va caminando por un campo que de pronto es herida en la cabeza por un aerolito y muere. ¿Quién puede asegurar con absoluta certeza que alguna vez no ha ocurrido esta casualidad en el mundo?
    En otro ejemplo, puede tratarse de una confusión. ¿Es posible negar que algunas personas han sido condenadas a muerte erróneamente por evidencias “palpables”, con multitud de testigos oculares, en los casos de individuos dobles?
    En cuanto a las cosas inconexas entre sí, tenemos como ejemplo al zodiaco, objeto de culto en las religiones astrales que divinizaban a las doce constelaciones, tomado en los horóscopos. Las estrellas que son tenidas en cuenta para ser unidas con líneas imaginarias y formar con ellas ciertas figuras antojadizas, no están relacionadas unas con otras, ya que en lugar de hallarse en un mismo plano, como se creía en otros tiempos, se hallan separadas en profundidad por enormes distancias. Además y esto es fundamental la presunta influencia de los astros en el destino humano es a todas luces un mayúsculo disparate. La astrología no posee absolutamente ningún asidero en la ciencia astronómica, ni en la física, ni en conocimiento científico alguno y solo puede ser aceptada como un entretenimiento, o. como una mera superstición.
    La brujería y la hechicería por su parte, son quizás las más groseras y peligrosas supersticiones, que sus adeptos obnubilados por el fanatismo, exaltados por la autosugestión o desequilibrios mentales, pueden provocar daños criminales a las personas y negar a los incautos.
    La parapsicología, por otro lado, pretende estudiar fenómenos inexistentes, ya que jamás ha sido posible provocar experiencias paranormales y repetirlas infinitas veces, como se hace en el campo científico, por ejemplo en biología, física y química.
    Incluso la creencia en el alma y en cualquier clase de espíritu, sea benévolo o malévolo, es para mí pura superstición, y según mi punto de vista los creyentes en milagros son supersticiosos.
    El milagro, ya sea la anulación, ya la suspensión de las leyes naturales, no puede existir, porque de lo contrario habría que tirar y quemar todos los libros de ciencia y cerrar todas las universidades del mundo. Luego recelar de toda máquina de precisión, de toda construcción edilicia o de alta ingeniería. Si la suspensión de las leyes naturales fuese posible, entonces en los laboratorios medicinales surgirían poderosos tóxicos en lugar de benefactores medicamentos; las máquinas se “desbocarían” para transformarse en alocados monstruos indomables; los aviones caerían a tierra sin causas mecánicas ni electrónicas naturales; los puentes diques, torres y grandes rascacielos cederían sin explicación alguna y los artefactos electrónicos enloquecerían e incluso agredirían al hombre
    Todo sería inseguro tambaleante, librado al capricho de los magos, taumaturgos, manosantas, sacerdotes del vudú… o dioses del Olimpo
    La ingeniería, la ciencia física y la química no se asentarían sobre bases sólidas desde el momento en que las leyes que las sustentan podrían ser suspendidas, por influjos de fuerzas misteriosas indetectables, sólo evidentes por sus supuestos efectos que, dicho sea de paso no es posible comprobar en ningún laboratorio del mundo.
    El milagro es imposible. Si cae un avión y se salva un solo pasajero entre decenas de ellos, se exclama apresuradamente: ¡fue un milagro! Mas si se investiga el accidente para determinar el ángulo de incidencia en la caída de la nave la ubicación del pasajero sobreviviente, su tamaño, peso, si se hallaba despierto o dormido… y todos los múltiples parámetros que influyeron naturalmente en su inmunidad frente al siniestro entonces ¡por el contrario, el “milagro” resultaría ser si ese pasajero, a pesar de todo no se hubiese salvado!
    Es la ignorancia acerca de los hechos, la propensión hacia la superstición, y a veces el miedo al azar, la no aceptación de las coincidencias, como hemos visto, lo que hace exclamar: ¡Fue un milagro!
    Si el prodigio existiera realmente, incluso la ciencia médica estaría de más, ya que con simples palabras, ademanes, exorcismos o concurrencia a los santuarios del mundo, en consuno con una profunda fe, se curarían todas las enfermedades. Fe que iría creciendo en los demás ante las evidencias generalizadas, cosa que no ocurre, ya que los episodios de auténticas curaciones son esporádicos de extrema rareza. ¡Pero existen! ¿Por qué?
    Toda curación aparentemente milagrosa, no obedece a otra causa que al estímulo, reacción y actuación de los sistemas inmunológicos naturales desencadenados por la fe del enfermo. Pero este mecanismo psicosomático es válido tan sólo para ciertos casos muy específicos de ahí su rareza.
    En cuanto a los casos de neurosis como el histerismo, con manifestaciones de parálisis, trastornos de la visión, convulsiones, malestares digestivos etc., sus normalizaciones aparentemente milagrosas se deben a la autosugestión obrada igualmente por la credulidad.
    Por su parte, los casos fehacientes de “muertos resucitados” no son sino los catalépticos.
    Sin tomar en cuenta a los pueblos primitivos, en cuyo seno dominaba el animismo, la antigüedad estaba plagada de milagros de toda especie. De ahí tantos santos y santuarios milagrosos esparcidos por el mundo.
    En la medida en que fue avanzando el progreso científico los “hechos milagrosos” ha ido mermando, y hoy día son rarezas. Esta es una señal inequívoca de que toda interpretación sobrenatural de los hechos ha sido y es un engaño, un fruto del desconocimiento.
    Luego la superstición, como tendencia innata, junto con la interpretación de ciertos hechos como milagrosos, se manifiesta ante todo aquello que el hombre no entiende, y su razón de ser está en el mismo mundo humano de las apariencias y creencias creado por su fantasioso psiquismo, a fin de eludir la cruda y enigmática realidad que de otro modo se tornaría insoportable.

 

Ladislao Vadas

 

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