En ediciones anteriores de esta saga, se ilustró como antes y después del viernes 2 de abril de 1982, la primer ministro Mrs. Thatcher se mostró partidaria de una posición de fuerza para lidiar con el sempiterno reclamo argentino sobre la soberanía de las Malvinas, y luego de la recuperación de las mismas, optó sin hesitar por la vía militar.
Consciente de que las negociaciones diplomáticas acarrearían su suicidio político, envió a la zona del conflicto a una poderosa fuerza de tareas con un sólo objetivo: que mediante el uso de la fuerza las islas volvieran a denominarse Falkland Islands. Coherente con ello, el domingo 25 de abril un helicóptero Wessex proveniente del buque HMS Antrim abre el fuego contra el submarino argentino ARA Santa Fe frente a Grytviken (Georgias), averiándolo con sus misiles. Seguidamente, dicho navío junto con el HMS Plymouth efectúan un desembarco de comandos del SAS y SBS en dicho puerto, los cuales obligan a rendirse a la guarnición argentina a las 17:15 hora local. Quien lideraba a los defensores era Alfredo Astiz, quien luego de un demasiado breve intercambio de disparos se rindió sin condiciones. La foto de la misma, efectuada a bordo del primer barco mencionado, recorrió el mundo.
Indignado, el ministro argentino de relaciones exteriores argentino, Nicanor Costa Méndez, protestó en la ONU, a sabiendas que la Task Force navegaba a toda máquina hacia las Malvinas protegida por las bravatas del recientemente fallecido Alexander Haig, el mediador que no mediaba un comino.
El sábado 1 de mayo, un Avro Vulcan proveniente de la isla estadounidense de Ascensión, efectúa un raid sobre la pista de Puerto Argentino a las 4:23 hora local. Sin embargo, pese a la ferocidad del mismo, de las dieciséis bombas arrojadas por el avión británico sólo una había impactado sobre la pista pavimentada, pero afortunadamente sobre un costado.
A las 7.50 hora local de esa mañana, le toca el turno a los Harriers, quienes se lanzan sobre dicha pista y también sobre la de Puerto Darwin. Si bien en la capital malvinense el ataque provocó nueve muertos y en Darwin 8, más 13 heridos, se efectuó el derribo de dos incursores mediante un misil Roland y un cañón Oerlikon. Por más que los británicos sigan negando estas pérdidas, los testimonios irrefutables de los artilleros y demás contendientes argentinos, así lo demuestran. Para más datos, ver http://www.youtube.com/watch?v=Wv_WwpnDolY. Sobre todo, el constatar que luego de esa jornada, dichos aviones no volverían a efectuar ataques a vuelo rasante para evitar ser recibidos por una verdadera cortina de fuego.
A las 16.55 aproximadamente hora local, tres Dagger piloteados por el capitán Di Meglio, el primer teniente Román y el teniente Aguirre atacan y averían al HMS Antrim que bombardeaba Puerto Argentino, junto con otras dos fragatas 21 que recibieron impactos de consideración.
Desconcierto y reacción británica
También el batacazo repercutió en Londres, donde tanto en Downing Street en el cual residía la primer ministro, como en Northwood, sede del almirantazgo, era obvio que se debía obrar de una manera rápida y contundente. Sobre todo, antes de que aparezca alguna propuesta negociadora que obligue a las partes a cesar las recién iniciadas hostilidades, y sentarse nuevamente a la mesa de negociaciones. En Buenos Aires, no todos estaban dispuestos a irse a las manos contra los británicos hasta las últimas consecuencias: ‘’Alrededor de las 20.30 hrs, el general Vaquero convocó a una reunión de nivel aun más alto en el vecino edificio del Estado Mayor Conjunto en Paseo Colón al 200. Allí estaba Galtieri con Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Los informes difieren en cuanto sí asistió también el jefe de la Marina, Anaya. Vaquero resumió así para Galtieri las recomendaciones de las dos reuniones anteriores: ’No queremos guerra abierta’. Galtieri, impresionado también él por los ataques del día, no hizo objeciones. Después de todo, eran esos mismos generales, ayudados por Anaya, quienes lo habían instalado en el poder hacía apenas cuatro meses. La Fuerza Aérea estaba tan inclinada a negociar como los generales, dado que Lami Dozo nunca fue un entusiasta de la toma de las Malvinas.
Estos encuentros de los generales fueron particularmente importantes en dos sentidos. Primero, reforzaban la creciente desgana de Galtieri por irse las manos con los ingleses. Segundo, ha declarado en la Cámara de los Comunes el representante laborista Tam Dalyell que el 1 de mayo de 1982 la inteligencia de los EEUU había penetrado todos los niveles de los comandos militares argentinos. Todo cuanto sucedió en las reuniones de generales de ese día debe haberse sabido de inmediato en Washington, que a su vez mantenía informadas a las autoridades británicas.
América del Sur, entonces como ahora, es ‘el patio trasero de la CIA’. Salvo que hubiera perdido todo control en ella, esa noche o a más tardar a la mañana siguiente, los consejeros de Mrs. Thatcher debieron conocer que existía un fuerte movimiento a favor de una paz negociada en los más altos escalones de la conducción argentina’’, del libro El hundimiento del Belgrano de Arthur Gavshon y Desmond Rice, publicado por Emecé en abril de 1984.
Allí consta que a la 1.30 de la madrugada, Galtieri recibe un llamado del entonces presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry. En la misma, el peruano ilustra al argentino el contenido de una propuesta de paz en la cual se establecía:
“1. Inmediato cese del fuego.
2. Retiro simultáneo y mutuo de las fuerzas.
3. Tres partes gobernarán las islas interinamente.
4. Los dos gobiernos reconocerán la existencia de puntos de vista en conflicto a propósito de las islas.
5. Ambos gobiernos reconocerán la necesidad de tomar en cuenta las opiniones e intereses de los isleños en vista de una solución definitiva.
6. El grupo de contacto que iniciará inmediatamente las negociaciones para implementar este acuerdo lo integran Brasil, Perú, Alemania Occidental y los EEUU.
7. Deberá hallarse una solución definitiva antes del 30 de abril de 1983 bajo la garantía del grupo de contacto. ’’, según consta en la obra citada.
Evaluada la misma por el gabinete argentino, se aceptó a excepción de una diferencia acerca de una palabra. Esta era irremediablemente la no similitud entre deseos y aspiraciones de los isleños. Tanto fue el entusiasmo, que Costa Méndez cuando abandonó la Casa Rosada a las 13 hrs, dijo a los periodistas que lo aguardaban afuera: ‘’Estamos al borde de un acuerdo. La diferencia versa sólo sobre una palabra’’.
Pero en Londres no compartían esta alegría. Enterada de toda esta movida, Mrs. Thatcher sólo tenía ojos para observar que la flota argentina desistía de atacar mediante una maniobra de pinzas, a causa de un súbito cambio en la dirección del viento, reemprendiendo el regreso a sus bases. Su mirada se clavó en el viejo crucero ARA Belgrano, que navegaba a toda máquina para alejarse de la zona de exclusión. El tiempo apremiaba.
Sabía muy bien que el submarino nuclear Conqueror lo seguía sigilosamente desde hace un día. A las 14 hrs, recibe la orden directa de hundir al crucero, a pesar de que ya estaba fuera de la zona de la muerte. Una hora después, a las 15 horas de ese domingo 2 de mayo, su comandante Wreford-Brown ordena zafarrancho de combate a bordo. Cincuenta y siete minutos después, dispara tres torpedos Mark 8. Uno de ellos impacta en la mitad del casco, a la altura de su centro de operaciones. El otro, a quince metros de la proa y arrancó las armaduras exteriores del casco. Murieron 323 marinos, y a las 16:22 su comandante, el capitán Héctor Bonzo dio la orden de abandonar el buque.
Así, mediante dos torpedos que causaron la muerte de tres centenares de personas, Mrs. Thatcher salvó su gobierno y sentó las bases para su futura reelección un año después.
Fernando Paolella