¿Cuántas peluquerías y cines hay
en Nueva York? Seguramente incontables como pelos y ojos transitan por sus
calles, de día y noche, sin reparar la contabilidad pública ni privada de sus
actos. Una ciudad que se mira el ombligo, no vive, o que se sueña en la
memoria, carece de futuro, por eso Nueva York se inventa cada día un nuevo día.
Una manera real, dicen sus calles, es no apagar la luz. Perdidos en Nueva York,
si el tiempo volara, y una esquina sumara un nuevo camino. Hazme la historia,
conviérteme en santo peatón de tus calles New York. Los ojos son las vitrinas
de tus mañanas, que te recorren, bajo los subterráneos, sobre mis pisadas. Súbditos
de tus sueños, del acero, el Central Park, la imagen volada en el otoño,
caballo sin dinero en tus calles. En el poema New York viaja en el Hudson, es
ciudad blanca en enero.
Pablo Neruda, en su poema de Residencia en la Tierra
(1931-1935), citado por Charles Simic de la Revista New York Review of Books, es
quien afirma en sus memorables versos: Sucede que me canso de ser hombre./
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines/ marchito, impenetrable como
un cisne de fieltro/ navegando en un agua de origen y ceniza.
Simic, en el año del centenario de Neruda, echa recuerdo a
una antología latinoamericana editada en Nueva York en 1959, desde donde
rescata esos versos residenciarios existenciales, de agonía y que llevaron al
suicidio a un joven estudiante chileno. Neruda años después se apartaría de
esta poesía “dolorosa”.
Simic, poeta norteamericano, remember la importancia para él
de la aparición de esa antología, de sugerentes 666 páginas, en su vida hace
más de cuatro décadas y la compara como haber leído por primera vez el
extraordinario poema de T.S. Eliot: "Canción de amor de Alfred
Prufrock”.
Esa antología comprada en una librería de viejos en Nueva
York, que tanto le impactó, incluía además de Neruda, poemas de Borges, el
brasileño Drumond de Andrade, Huidobro, Nicolás Guillén, César Vallejo y
muchos otros. Pero son los cuatro poemas de Neruda, en especial los que recoge:
Walking Around, Sucede que me canso de mis pies y mis uñas/ y mi pelo y mi
sombra/ Sucede que me canso de ser hombre./ Sin embargo sería delicioso/
asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un
golpe de oreja/ Sería bello/ ir por las calles con un cuchillo verde/ y dando
gritos hasta morir de frío.
Para Simic, que comenta con blancos, grises y matices, una
antología recientemente editada en Nueva York, bajo el título The Poetry of
Pablo Neruda, (Editorial Farrar, Strauss and Giroux, New York 2003, 996 págs.)
la más copiosa en inglés para un poeta extranjero, afirma que a pesar que
conocía la poesía surrealista francesa, de haber leído antes a Lorca,
Mayakovsky, Brecht, nunca se había topado con un poema como Walking Around. Le
sorprendió, dice, las imágenes novedosas, "surrealismo natural", y
cita la opinión de otro poeta norteamericano, David St. John, en un ensayo,
agrega, sobre ese mismo poema.
Residencia en la tierra es un resonar de cosas desvencijadas,
muertas, de copihues rotos sangrantes sobre el pecho del poeta que viaja en la
monotonía, el vacío de las cosas, del minuto desamparado que lo envuelve en
una costra, el caparazón herida, -su cuerpo-, de una visión real del sueño
que vive en el límite. Lo cuelga en una percha cuando llega al cuarto vacío,
dobla con él la esquina de una ciudad, rompe el estricto orden de las cosas. Le
suena el pecho al joven Neruda, en Asia, como un rodamiento mal aceitado, pero
ya venía del Sur de Chile con sus nostalgias, toda una carga sin destino ni
puerto.
Amado Alonso dice en su ensayo Poesía y estilo de Pablo
Neruda, que de la melancolía primitiva de Crepusculario, 20 Poemas, El Hondero
entusiasta, en toda su poesía previa a las Residencias, el poeta nos habla de
una "bella tristeza", la melancolía de lo que se pierde, pero es en
su Residencias donde el dolor se hace infinito.
Razón tiene Simic cuando dice que los surrealistas se montan
al caballo de la poesía (la metáfora es mía) desde el inconsciente, pero
Neruda lo hace desde el “realismo mágico”, que abriría las puertas a la
narrativa latinoamericana, donde no existe, cito al poeta norteamericano,
fronteras entre lo real e imaginario.
Cualquiera sea la explicación que demos a estas palabras,
desde luego que no pueden ser cualquiera, tienen un hondo significado en cuanto
a lo que pesó, caló en su momento y posteriormente la poesía nerudiana en
Estados Unidos, él un confeso heredero de Baudelaire y Whitman, Quevedo, de la
provincia sur, del paisaje austral, de la historia de su tiempo, la angustia del
hombre común y corriente, de la materia, del sueño de la otra América.
Ignacio Valente, crítico literario chileno, considera que
Neruda atravesó todos los "ismos" del siglo XX, modernismos al
clasicismo, pasando por el surrealismo, sin ligarse a ninguno de ellos.
Simic, en su entusiasmo nerudiano llama la atención sobre el
récord de antologías editadas en idioma inglés sobre el poeta de Isla Negra:
51 desde 1961 a la fecha, todo un Guiness, comenta. De su visita a Nueva York en
1966, nos queda en el recuerdo, un Neruda en mangas de camisa caminado por las
calles de la Gran Manzana con su amigo el dramaturgo Arthur Miller.
Amplio en amores y libros, Neruda le cantó a América. “Al
Oeste de Colorado River/ hay un sitio que amo./Acudo con todo lo que palpitando/
transcurre en mí, con todo/ lo que fui, lo que soy, lo que sostengo./ Hay unas
altas piedras rojas, el aire/ salvaje de mil manos/ las hizo edificadas
estructuras. Es Norte América. Eres hermosa y ancha Norte América/ vienes de
humilde cuna como una lavandera/ junto a tus ríos, blanca. Y de Maniata,
dice Neruda en su Canto General, la luna en el navío/ el canto de la máquina
que hila/ la cuchara de hierro que come tierra/ la perforadora con su golpe de cóndor/
y cuanto corta, oprime, corre, cose: seres y ruedas repitiendo y naciendo.
Los primeros versos, como bien apunta el escritor chileno,
especialista en Neruda y residenciado en Estados Unidos, Fernando Alegría, es
una declaración de amor. “Al Oeste de Colorado River/hay un sitio que
amo...”
Como siempre el poeta sureño nombra, describe cuanto ve,
toca, sueña al paso de la naturaleza, el hombre y las cosas. Un viajero de sí
mismo, y llama a Whitman innumerable como los cereales, Poe en su matemática
tiniebla, Dreiser, Wolfe, frescas heridas de nuestra propia ausencia.
En sus visitas a Nueva York, Neruda autor también de casi
cuatro mil páginas en verso, prosa, teatro (Fulgor y muerte de Joaquín
Murieta), solía recitar y recordar al viejo Whitman, a quien en su Canto
General le pide que le dé su vos y el peso de tu pecho enterrado/ y las
graves raíces de tu rostro/ para cantar estas reconstrucciones.
Cuando Pablo Neruda, quien fuera senador de la república de
Chile, en su calidad de embajador en Francia en 1971 le tocara negociar la deuda
externa de Chile en ese período, con el Club de París, invocó a Whitman, y
dijo que la única deuda que él tenía era con el bardo norteamericano.
Neruda, como todo gran poeta es una Caja de Pandora, de
sorpresas, registros, asociaciones, una poesía bajo una lluvia infinita de metáforas,
imágenes sobre sus propios caminos y la esperanza, inundada de humanismo, amor,
denuncias, cien por cien americana y universal, esencialmente telúrica,
materialista, visitada por un niño, propio poeta, habitante de su isla.
Todos los pasos históricos de Neruda han sido ampliamente
divulgados, desde sus viajes infantiles en el tren que su padre conducía en el
sur de Chile, a sus días de estudiante de francés a la bohemia santiaguina de
capa y espada, su juvenil partida diplomática a Rangún, la fama de los 20
Poemas de amor, y su presencia en España, que le cambiaría el curso de su vida
cuando se casó con la argentina Delia del Carril, se adhirió a la república,
posteriormente ingresó al Partido Comunista de Chile, llegó a Senador, marchó
al exilio y se convirtió en un ícono de la intelectualidad de izquierda
durante la Guerra Fría. Ya Neruda marchaba hacia el Olimpo, el Premio Nobel de
Literatura en 1971.
Pero Neruda era el viajero inmóvil que bien describe el crítico
uruguayo Emir Rodríguez Monegal, un pie en Isla Negra y otro en el mundo:
Praga, Moscú, París, Nueva York, Buenos Aires, México, La Habana. No se
detendría más hasta poco antes de su muerte, y aún así dejaría ocho libros
sin editar. Ya estaba en marcha su plan de seguir viviéndose.
La obra de Neruda descansa en su Canto General, toda la poesía
amorosa, las Residencias, los libros de las Odas, y a mí en lo personal me
agradan además, Plenos Poderes y Cantos Ceremoniales.
Neruda se multiplica como los panes y eso no le agrada a
diversos críticos, que “eliminan” de su obra total un treinta por ciento de
sus textos, como opinan los poetas chilenos Enrique Lihn, Oscar Hahn, el crítico
inglés J.C. Cohen y el autor de su reciente antología en Nueva York, el
mexicano residente en Estados Unidos, profesor en el Amherst College, Ylan
Stavans, quien dijo que cuando leyó a Neruda quedó hipnotizado. The Poetry of
Pablo Neruda recogen versiones de casi todos los libros de Neruda, en manos de
37 traductores, y en la sección final del volumen ("Homenaje"),
Stavans invita a varios poetas - algunos tan célebres como Paul Muldoon o Mark
Strand- a realizar nuevas traducciones.
En una entrevista a El Mercurio de Chile, Stavans nos habla
de dos descubrimientos nerudianos, etapas distintas, en su adolescencia y
madurez. La primera, la del asombro, y la segunda, de un nuevo asombro en los 90
tras la petición de un estudiante que le leyera el poema de la Sonrisa durante
su matrimonio. Ese es el encanto de Neruda, hacerse presente en distintas
ocasiones y épocas, de manera cotidiana, espontánea y sencilla. Es difícil
disputarle al poeta sureño su territorialidad terrenal telúrica material. Sus
viajes profundos al ser de la madera.
No es fácil para un extranjero, en este caso alguien que no
sea chileno, entender la “familiaridad” de Neruda con lo chileno, el pueblo
con su poesía, las cosas, porque existió una comunión física entre el poeta
y la gente, más allá de las palabras. No fue un poeta taciturno, ausente,
alejado del mundanal ruido, porque estuvo, inclusive cuando las fronteras geográficas
y políticas se le cerraron. Pensó y vivió en función de Chile. El más
presente y ausente en el momentun Chile. Era notorio el doble estándar de su
ausencia-presencia. A la hora de las hienas, no le fue perdonado su gran
presencia de tortuga oceánica.
Nuestra adolescencia estuvo imantada por la voz y el mito
nerudiano. Escuchamos el long play de los 20 Poemas de amor y una Canción
desesperada, cuya cubierta nos muestra a un Neruda pensativo, delgado, de
innegable aspecto de poeta. El joven Neftalí nos convocaba en la humildad de un
cuarto en Santiago, con la magia de las palabras, en una extraña, monótona,
posesiva musicalidad poética.
¿Es real la influencia de Neruda en los poetas
norteamericanos?, y ¿era necesaria una selección como la del libro?, pregunta
el periodista Patricio Tapia al antologuista, quien responde: "Real y
necesaria... Son pocos - muy pocos- los escritores extranjeros que han tenido
tal impacto en la poesía de los Estados Unidos. Neruda es el Whitman del sur y
Whitman, el Neruda del norte. Puedo invocar varias docenas de poetas cuya obra
muestra ecos nerudianos, audibles e inaudibles. Sólo un puñado de ellos está
representado en The Poetry of Pablo Neruda. En las últimas décadas esos ecos
son especialmente evidentes entre los así llamados 'poetas de color', i.e.,
negros, latinos etc.
Toda una revelación que refleja la vigencia nerudiana en la
poética Norteamérica de finales del siglo XX y comienzo del XXI, en vísperas
del centenario de su natalicio.
Neruda fue obscenamente prolífico. Leer su obra completa es
dejarse llevar por el vértigo, advierte Stavans, un punto que Enrique Lihn
plantea en sus críticas ácidas a Neruda, como diversos poetas e investigadores
de su obra lo hicieron y hemos señalado en esta nota, algunos ensayos y
conferencias anteriores en estos años, sobre un poeta que gravitó en el siglo
XX, como ninguno quizás. Tuvo algo de Picasso, en su absorbente atmósfera y
apetito por la vida, su misión pantagruélica de la poesía. No dejaba tema,
devoraba la geografía, la gente y las cosas.
El conjunto de la obra nerudiana, en nuestra opinión,
derrota a sus detractores y al tiempo hasta ahora. Lihn me dijo que la historia
le acompañó, pero desde luego, Neruda se hizo presente, le arrebató el fuego
a los dioses, a su manera, y este tira y afloja continuo sobre lo que hizo, dejó
hacer, o no debió hacer, lo ubica siempre en un primerísimo primer plano de la
discusión.
Para Stavans, su obra es uno de los mejores testimonios que
tenemos de ese siglo despiadado. Un testimonio desigual, imperfecto, apasionado.
Un testimonio increíblemente humano.
La poesía de Neruda es cuerpo de pueblo, una mala metáfora,
pero real. De caderas anchas, sudada en el amor, recorrida en el río profundo
de lo humano, artesana de su propio molde, tan terrenal como Eva, que abandonó
apresurada el paraíso con Adán, para ir a hacer la vida en un pequeño cuarto
en alguna ciudad del mundo. Su poesía fue construida con los materiales de la
Casa- América, dijo en 1965 al periodista francés, Claude Couffon, quien lo
califica de intérprete de la solidaridad humana. Neruda comenta al francés que
ha dejado su palabra en la puerta de numerosos desconocidos, solitarios,
prisioneros y perseguidos. Fue el “gran salto” hacia lo social de la poesía
nerudiana marcado por al Guerra Civil española, aunque nunca abandonó la poesía
íntima, amorosa, lo material y humano, las cosas, lo que forma su obra con
todos los materiales de una construcción para ser habitada en la palabra.
Neruda se reciclaba, es casi imposible no repetirse con tantas páginas, o dejar
de tensionar el lenguaje, y de todo eso hay en su obra, que la escribía las 24
horas del día en Isla Negra, barcos, embajada, en sus viajes, donde estuviera
presente, ahí el poema.
Escribió mucha poesía fuera de Chile, en sus estadías en
Argentina, Uruguay, México, Italia, Francia, Hungría, Rusia. Se consideraba un
poeta de “utilidad pública”. Participaba efectivamente en actos sociales y
contaminaba su posea con la gente sencilla, los oficios, las piedras de Chile
por donde caminaba. No creo en los poetas nacionales, como se usan en Rusia, o
en algún otro país, por tradición, no sé, pero Neruda llegó a ser uno de
ellos. Poesía multiplicada por la voz del pueblo. Acumulada en la memoria, poesía
algo misionera. Con esa fuerza lírica, redentora, con el entusiasmo no pocas
veces, era un pariente directo de Walt Whitman, y nunca lo negó.
Más allá de todo análisis, y seguramente se seguirán
escribiendo libros sobre su obra, Neruda nunca dejó de ser el poeta del amor,
como lo reconoció en la entrevista Couffon, y subrayara que los cambios de tema
y forma eran frecuentes en su poesía. “Yo quiero agotar todas las formas y
todos los estilos para cada tema”. Sus libros juveniles, marcaron a hierro al
poeta, y su melancolía, el amor primario, forman parte de la piel de su poesía,
la que nunca abandonó. Una vez dijo que podría olvidar todos los números, teléfonos,
pero nunca el de la calle Maruri 513, donde escribió Crepusculario. En una
pensión humilde, próxima al río Mapocho, calles de una profunda melancolía,
se sellaría definitivamente su camino de poeta. Puso a soñar el cuerpo y los
sentimientos regis traban los atardeceres
Tan discutido en vida y aún más quizás después de muerto,
curiosamente las principales capitales del mundo y muchas ciudades donde dejó
alguna señal su poesía, se reúnen unánimemente para festejar su poesía,
detenerse en un hombre de su siglo.
En Panamá, que no es París ni Nueva York, capital ferial
del dólar latinoamericano, sitio visitado y arrasado por Sir Francis Drake y
Sir Henry Morgan, Neruda dio un recital y escribió dos poemas sobre Panamá y
el Canal interoceánico.
Su verso emblemático fue: una bandera sobre el Canal, profecía
que se cumpliría décadas después.El mar y las campanas son dos elementos
nerudianos, de su vida y poesía, rodeado de mar en Isla Negra y unas campanas a
la entrada de su mítica y visitada casa, el poeta fue fiel a sus motivaciones,
amigos, país, cosas y casas. En uno de sus libros póstumos El mar y las
campanas, dice, casi con la metáfora famosa que Rodríguez Monegal, le dedicara
en un libro al propio Neruda: De un viaje vuelvo al mismo punto/ por qué?
Por qué no vuelvo donde antes viví/calles, países, continentes, islas/ donde
tuve y estuve? Por que será este sitio la frontera/que me eligió, qué tiene
este recinto/sino un látigo de aire vertical / sobre mi rostro, y unas flores
negras / que el largo i nvierno muerde y despedaza? Ay, que me señalan: éste
es/ el perezoso, el señor oxidado/ de aquí no se movió/ de este duro recinto:
se fue quedando inmóvil / asta que ya se endurecieron sus ojos/y le creció una
yedra en la mirada.
Rodríguez Monegal, como se sabe, le llamó: El viajero inmóvil.
No sin razón, Neruda iba por el mundo, pero su poesía arrastraba el largo pétalo
de Chile, y nunca dejó de vivir en Chile.
Neruda es casi inagotable, infinito, cubrió el gran maratón
de la poesía del siglo XX y lo hizo como los antiguos corredores griego, con
todo el aliento. Amó la vida como pocos y le cantó con fervor, pasión, desde
una orilla del mudo, el Sur de Chile.
Walking Around
Pablo Neruda
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin Embargo seía delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapatería con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas...
La infinita (Los versos del capitán)
Pablo Neruda
Ves estas manos? Han medido la tierra,
han separado los minerales y los cereales,
han hecho la paz y la guerra,
han derribado las distancias de todos los mares y ríos,
y sin embargo cuando te recorren a ti,
pequeña, grano de trigo, alondra,
no alcanzan a abarcarte,
se cansan alcanzando las palomas gemelas que reposan
o vuelan en tu pecho,
recorren las distancias de tus piernas,
se enrollan en la luz de tu cintura.
Para mí eres tesoro más cargado de inmensidad que el mar
y sus racimos y eres blanca y azul
y extensa como la tierra en la vendimia.
En ese territorio, de tus pies a tu frente,
andando, andando, me pasaré la vida.
CABALLO DE LOS SUEÑOS (Residencia en la tierra 1)
Pablo Neruda
INNECESARIO, viéndome en los espejos
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.
Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.
Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.
Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilios,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:
un sabor que tengo en el alma me deprime.
Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.
* Vendrás Conmigo..
Pablo Neruda
"Vendrás conmigo" dije, sin que nadie supiera
Dónde y cómo latía mi estado doloroso,
Y para mí no había clavel ni barcarola,
nada sino una herida por el amor abierta.
Repetí "ven conmigo", como si me muriera,
Y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
Nadie vio aquella sangre que subía al silencio.
¡Oh amor, ahora olvidemos la estrella con espinas!.
Por eso cuando oí que tu voz repetía
"Vendrás conmigo", fue como si desataras
Dolor, amor, la furia del vino encarcelado
Que desde su bodega sumergida subiera,
Y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,
De sangre y de claveles, de piedra y quemadura.
Desnuda eres
Pablo Neruda
Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
Lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
Tienes líneas de luna, caminos de manzana,
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
Tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
Desnuda eres enorme y amarilla
Como el verano en una iglesia de oro.
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
Curva, sutil, rosada hasta que nace el día
Y te metes en el subterráneo del mundo
Como en un largo túnel de trajes y trabajos:
Tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
Y otra vez vuelve a ser una mano desnuda