Uno de mis canales preferidos es el Gourmet. Allí durante todo el día cocinan, hablan sobre vinos, sobre habanos y recorren lugares de interés relacionados casi siempre con la gastronomía. Así desfilan cocineros como la no tan políticamente correcta hermana Bernarda con sus exquisitas y casi siempre fáciles recetas (no me la pierdo nunca); la parca Narda Lepes con platos bastante realizables; el verborrágico Sumito Estevez, quien se saborea con lo que cocina y contagia el entusiasmo; Enrique Fleischmann, quien no descuida nuestra silueta; el inentendible, pero tierno Franck Dauffouis y unos cuantos más que saben de qué va la cosa. Están también Martiniano Molina y Donato de Santis.
Los programas duran entre 25 y 30 minutos. Nadie se apura, si no es necesario no hablan, explican pausadamente, muestran los procedimientos y dan consejos apropiados. Así que, libretita en mano, todos los televidentes tenemos tiempo de copiar y de ver. No hay reunión en donde no se haga referencia a la programación del canal, a alguna receta o algún cocinero.
Heredé de mi familia el gusto por la comida, pero no el don de mi mamá o de mi tío Eduardo (mi hermana Pilar es la privilegiada). Así que a la hora de cocinar opto por encargar la siempre sabrosa y excepcional pizza o, en todo caso, empanadas. Sin embargo, me resulta sumamente atractivo ver el arte de la cocina.
Por todo lo expuesto es que no dejé de prender esta semana el televisor a las 12 del mediodía y poner canal 13 para ver el programa que reemplazó (para mi alegría) a “Hechiceras del espectáculo”. Un desencanto atrás del otro. Me sentí engañada cual quinceañera inocente.
Allí, en la pantalla descubrí a los mediáticos (pero no por ello figuras) Martiniano Molina y Donato de Santis. Dos especímenes de la cocina y de la lista de tilinguitos que pasean por la tan maltratada TV argentina.
El programa es un maremoto de temas: enseñanza sobre animalitos, sobre productos de granja, sobre los remedios de la abuela, sobre adivinanzas, sobre chistes y sobre figurillas del espectáculo. Ahhh!!!! También hacen algo que creo que tiene que ver con la cocina.
Por supuesto, gritan. Porque parece que gritar es sinónimo de alegría, de buena onda, de ganas de vivir. Claro, de ellos, ya que, de quienes los vemos, es sinónimo de sufrimiento. Los dos gritan y, al igual que sus antecesoras, gana el que pega el grito más fuerte. No se entiende nada de lo que dicen y ni siquiera saben cuándo terminó de hablar alguien para comenzar con su griterío. No, no, ellos gritan, se mueven compulsivamente, y listo.
Uno de los conductores-cocineros con aspiraciones de estrellita (en diminutivo incluso le queda grande) es Martiniano Molina. Sus comienzos fueron junto al Gato Dumas a quien reconoce como su gran maestro. Pero después saltó solo y se fue haciendo mediático. Sus opiniones no son muy claras. Un día Mirtha Legrand le preguntó si había mucha “tilinguería” en la cocina y él dijo “yo soy tilingo” y con esa cara mezcla de desconcierto y sorna, la señora repuso “Ah, porque vos en un reportaje dijiste que había mucha tilinguería en la cocina”, haciendo referencia a esto último como negativo, obviamente. Dice también que es un cocinero de lo cotidiano aunque él mismo se ocupa de aclarar en un reportaje que cuando hizo el programa de cocina sobre brasas, la gente le decía: “pero negro, vas a bajar tu nivel. Vas a cocinar a las brasas cuando vos sos cocinero de otro nivel...” (¿Cocinar a las brasas es bajar de nivel? ¿Quién sabe hacer los asados como mi tío Eduardo? Si hubiera mucha gente así no estarían todos mis amigos esperando que los invite a comer el asadito de mi cumpleaños hecho por mi tío).
Sin embargo a pesar de alguna que otra contradicción, el tipo es un filósofo y hace sus reflexiones: “...me gusta disfrutar de cocinar en mi casa y de tomar un vino mientras cocino (¡”el tonto” le dicen!). Yo creo que esa situación es óptima, de creatividad, yo lo vivo como una situación donde se genera el arte, el arte de cocinar, creo que el plato es un arte, posiblemente efímero pero es arte” ¡Qué sorpresa! ¡Qué palabras! ¡Tiemblan los pilares de la civilización occidental! Estas palabras ¿habrán sido antes o después de trabajar con Mariana Fabbiani? Tienen que ser de antes, si no ¿cómo se iban a juntar esas dos potencias?
Donato de Santis primero tendría que aprender de una vez y para siempre a hablar nuestra lengua como corresponde. Digo, ya que le damos de comer ¡y vaya si le damos! podría hacerme ese favor (no olviden que dedico mi vida a nuestra lengua y me molesta, posiblemente más que a nadie). Tras que grita, lo hace con emisiones inentendibles. Además, no sé si será por eso o por el gran ego que lo acompaña de sol a sol, pero nunca se da cuenta de cuándo el otro hace la pausa para cederle la palabra. Noooooo, él emite esos sonidos y avanza.
Sin embargo, al igual que su colega, también esboza pensamientos de alto nivel. Y así reflexiona sobre el arte de cocinar: “Es como salir al escenario sin haber leído la pieza dramática: resulta casi imposible encasillarla en medidas, porciones y explicaciones rígidas. Cada plato es tan irrepetible como una relación de amor.". Si los pilares de la civilización tiemblan con Molina, ¿qué será de Sócrates para adelante con esta máxima! La verdad es que mi intelecto no está preparado para tanto Si alguien logra descifrarlo, avíseme. Yo la verdad no puedo entender lo que quiere decir.
Tal vez se pregunten por qué no digo nada de la cocina que hacen y me fijo sólo en la cantidad de pavadas que presentan. La respuesta es sencilla. Ellos se pusieron a conducir un programa, es decir, a realizar algo que no saben y que por lo visto no van a poder aprender. Se ocupan tanto de eso, les absorbe tanta energía que no pueden dedicarse a la cocina y, si lo hacen, lo hacen tan mal como todo lo otro.
Los imperfectos no somos quiénes para dar consejos, pero podemos sugerir y, si de pensamientos profundos se trata, parafraseemos un refrán y digamos “Cocinero a tu cocina”.
“Los cocineros en casa” es realmente un despliegue, pero -pequeño detalle- despliegue de egos, de gritos y de pastiche de temas, lo que lo convierte en una masa amorfa (de Saussure, no te invoco exactamente a vos) que ni para bollitos de niños sirve.
Vamos a ver cuánto dura el programa. Me toca volver a esperar a que en el horario de las 12 se cubra con algo más o menos bien hecho o, al menos, más claro.