En realidad, podríamos conjeturar que nadie puede saber qué hay más allá de la muerte, puesto que nadie regresó de ella.
No obstante los espiritistas afirman que existen espíritus que ante el llamado de sus familiares o amigos, regresan al mundo de los vivos. Es durante las sesiones ambientadas con rituales, entre golpeteos, movimientos de mesas y exhibiciones de los mediums, cuando ocurren estos supuestos contactos con los desaparecidos.
Es sabido que estas prácticas han ido cayendo en descrédito desde el descubrimiento del fraude de las hermanas Fox y hasta el presente.
También hay personas, incluso médicos, que creen posible el retorno a la vida después de la muerte. Claro está que, basados en la creencia en cierta cualidad del alma. Según esta creencia generalizada, el alma puede separarse temporalmente del cuerpo. Esto sucede, según creen, durante una especie de “muerte provisoria”. Luego de vagar brevemente, el alma retorna a su habitáculo físico y la vida continúa. Es entonces cuando el “muerto” resucitado narra sus experiencias del “otro mundo”.
Cierto médico estadounidense, autor de un sorprendente best seller, transcribe los relatos de sus pacientes que, según él, experimentaron “la muerte clínica” y habían sido reanimados posteriormente.
Según este galeno, existen ciertas constantes en los relatos, a saber: zumbido, sensación de movimiento a lo largo de un oscuro túnel, visión de espíritus de parientes y amigos fallecidos que llegan hacia el “muerto” para ayudarle, y finalmente la aparición de un ser luminoso.
Se trata de un tal Dr. Raymond Moody Jr.; quien ha estudiado durante cinco años a más de cien personas declaradas clínicamente muertas, luego reanimadas. Posteriormente, en las nuevas ediciones de su best seller, fue añadiendo más casos. (Véase de Raymond Moody: Vida después de la vida, EDAF, México, 1982).
Si bien el doctor Moody da cabida a la interpretación que yo sostengo en términos absolutos, no obstante inclina el tema hacia la admisión de un regreso de la muerte con experiencias grabadas en el alma. Un alma que flota en el aire como un globo hasta casi tocar el techo de las habitaciones mientras observa su habitáculo temporal, es decir su propio cuerpo, allá abajo, yaciente en el lecho de muerte al que va a regresar temporalmente hasta tanto llegue el desprendimiento final.
En efecto, en el capítulo 4 de su libro, dice Moody: “Obviamente, según la definición de muerte como el estado del cuerpo del cual no se puede salir, ninguno de los casos que he conocido han implicado el estado de muerte, pues en todos se ha producido la reanimación.”
Sin embargo, a continuación, en el capítulo 5 da explicaciones a favor de la vida después de la vida.
Pero lo que se le escapó a Moody, es que como confeso creyente contradice el dogma que rechaza la creencia en que las almas de los difuntos puedan permanecer deambulando o penando temporalmente por el mundo de los vivos antes de ascender al cielo. Menos aceptable aún es que en algunos casos extranormales posean la facultad de introducirse nuevamente en su propio cuerpo sin vida, reanimarlo y proseguir una existencia dual y normal. O cielo o purgatorio o infierno. Nada de almas errantes por los cementerios o flotando en una habitación observando su propio cuerpo yaciente en el quirófano, ni asistiendo a reuniones espiritistas para comunicarse con sus deudos. Creo que todo esto es antiteológico y debe molestar a los creyentes en alguna religión.
¿O es que el Dr. Moody ha descubierto la fórmula complementaria del dogma judeocristiano? ¿Hay preámbulos a la “muerte definitiva” como tránsito hacia la eternidad?
En esta emergencia deberíamos felicitar al universitario por el ingenioso aporte al dogma, cual una broma consistente en un “amago de muerte” para ciertas personas no para otras. ¿Por qué? ¡Vaya a saber por qué designios fatales de la suerte!
Estas cosas de la modernidad actual, tienen su parentesco con el folclore primitivo.
Sea como fuere, es cuestión de creencias. Empero mi formación científica me impide aceptar estas cosas y sólo puedo asegurar que en ninguno de los casos que se mencionan en esta clase de literatura (ya sea escrita por médicos, legos o por los propios sujetos que creen haber estado muertos), ha habido muerte auténtica, sino un estado vegetativo con la imaginación aún activa que crea sensaciones como un sueño que después del trance, una vez normalizado el aflujo de sangre al cerebro, es recordado.
El mismo fenómeno puede ser provocado por drogas de diversa naturaleza, debilidad y cansancio. De ahí a la verdadera muerte aún hay un trecho y ese umbral no equivale a la entrada en otro mundo, ni a la salida temporaria del espíritu que “se siente como arrancado de su cuerpo deslizándose por un túnel” o simplemente desplazándose suavemente, según narran los “sobrevivientes” y anotan los pseudocientíficos que escriben libritos de carácter sensacionalista.
Una mujer recuerda (según Moody, obra más arriba citada) que al mismo tiempo que oyó gritar a las enfermeras “sintió” que salía de su cuerpo y se deslizaba entre el colchón y la barandilla de la cama hasta posarse en el suelo y comenzar a flotar a continuación.
Evidentemente, muchas cosas que se cuentan en el libro citado son infantiles y no resisten el más mínimo análisis científico.
Leamos, por ejemplo, el siguiente relato:
“Me ocurrió hace dos años, cuando acababa de cumplir diecinueve. Conducía un coche para llevar a su casa a un amigo y al llegar a una intersección me detuve para mirar en ambas direcciones y no vi que viniese coche alguno. Me metí en la intersección y oí gritar a mi amigo con todas sus fuerzas. Cuando miré me cegó una luz; eran los faros de un coche que se precipitaba hacia nosotros. Escuché el horrible sonido que hizo el costado del coche al estrujarse y durante un instante me pareció atravesar un espacio cerrado y oscuro. Fue todo muy rápido. Luego me encontré flotando a unos cinco pies por encima de la calle y a cinco yardas del coche, desde donde oí el eco del choque. Vi que la gente corría y se arremolinaba alrededor del lugar del accidente. Mi amigo en estado de shock, salió del coche. Pude ver mi propio cuerpo en la chatarra entre toda aquella gente y cómo intentaban sacarlo. Mis piernas estaban retorcidas y había sangre por todas partes”. (Véase Moody, obra citada, página l56).
Aquí evidentemente no hubo muerte alguna, y por varios motivos. Uno de ellos obvio, puesto que el sujeto pudo contar la historia. El otro lo constituye el detalle de que, siendo ya sólo un espíritu y por ende sin oídos ni ojos, ni otro órgano de los sentidos, “flotando a cinco pies por encima de la calle y a cinco yardas del coche” (distancias que al parecer fueron calculadas con toda precisión), pudo oír el eco del choque y ver correr a su propio cuerpo en la chatarra con sus piernas retorcidas, y sangre por todas partes.
El disparate clama a gritos, ya que nos asalta la escatológica pregunta: ¿Cómo un espíritu que necesitaba de los órganos de los sentidos del cuerpo para percibir el mundo, una vez fuera de su cuerpo podía continuar oyendo y viendo?
Del dolor, dicho sea de paso, no se habla nada en el relato.
Estos detalles por sí solos invalidan toda posible credibilidad a lo que sugieren médico y paciente.
En otro caso similar, se trata del relato de un hombre cuyo corazón se detuvo después de una caída en la que su cuerpo quedó destrozado. El paciente recuerda: “Ahora se que estuve tumbado en la cama, pero entonces veía la cama y al doctor ocupándose de mí. No podía entenderlo, veía mi propio cuerpo tumbado sobre la cama. Me sentí muy mal cuando lo vi tan deshecho”. (Obra citada, pág. 57).
Todo esto amigos lectores, no son más que ensueños o puras fantasías. No caben otros argumentos. Es de señalar que, el citado doctor Moody, más tarde se retractó de sus afirmaciones, no obstante lo cual dejó un tendal de creyentes.
La fantasía suele confundir no sólo a los pacientes, sino también a algunos médicos y a ciertas personas predispuestas hacia la credulidad, pues lo mismo podemos advertir en otras obras por el estilo, como el tedioso libro de Helen Wanbach: Vida antes de la vida, Edaf, Madrid, que comencé a leer y tuve que abandonarlo por resultarme insoportable por lo aburrido.
Este tema viene de lejos. Otro doctorado en medicina precursor lejano de Moody como imaginativo, fue el famoso Hipólito León Rivail (1803-1869), pero en otro sentido, el espiritista. Fue más conocido por su seudónimo de Allan Kardec, pues según su biografía, conversando con los muertos por boca de los médiums, uno de ellos le reveló que había sido en otra vida un druida celta con ese nombre.
Con su obra titulada El libro de los espíritus obtuvo un éxito resonante en toda Europa, transformándose en el profeta de la nueva religión: el espiritismo.
Según los discípulos de este “profeta”, el alma humana posee una tendencia hacia el perfeccionamiento absoluto por medio de una serie de reencarnaciones (si así como suena) y entre cada reencarnación, el alma flota en los espacios interplanetarios y se comunica con los vivos que así lo requieran.
Por supuesto que, esto es otro flagrante desafío a la doctrina judeocristiana (en la que tampoco creo), pero “hay de todo en la viñal del Señor” (dice el refrán).
Los mediums que subyugaron a Kardec, nacieron con el espiritismo y el ocultismo como mediadores entre los vivos y los muertos.
Hubo mediums famosos, como una tal Leonor Piper. Cuando esta señora sometida a prueba por los más eminentes investigadores de los Estados Unidos e Inglaterra durante casi treinta años, entraba en trance, se ponía de manifiesto el espíritu de cierto médico francés de nombre Phinuit. El era quien contestaba como intermediario a su vez de la médium y los muertos.
En resumen, todo esto son puras fantasías y auténticas pseudociencias alejadas totalmente de realidad alguna, productos netos de la más pura imaginación de los hombres (y mujeres); pero para ciertas personas, constituyen un “buen” recurso para ganar dinero a costa de los creyentes que caen en sus “trampas” y… así anda el mundo, aparte de muchas otras cosas, un mar de trampas, supersticiones, creencias alocadas y (esto es lo grave): falsas ilusiones y tristes decepciones.
Ladislao Vadas