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Juana y Cristina: la metáfora de dos “reinas”

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CUANDO LA HISTORIA NOS DA LECCIONES
CUANDO LA HISTORIA NOS DA LECCIONES

“Evolucionan las máquinas, los ferrocarriles. El Hombre es siempre el mismo”. Schopenhauer.

 

Hubo una vez en un reino, una reina que llegó a ser reina, como muchas reinas: Los destinos del linaje, y la suerte. En aquellos tiempos, el siglo XVI, no existía una mirada social, ni una teoría de la evolución permanente, ni la idea de un constante devenir de hechos materialmente predecibles. Tampoco existía el progresismo ni la progresía, ni el marxismo. Giordano Bruno no había aún muerto en la hoguera del Papa Clemente VIII, proyectándose el “cisma” de manera definitiva. Claro que la condición humana siempre lo es y siempre lo será, aunque el hombre, en las postrimerías edad medieval, como lo habían anticipado los griegos, no era objeto aún, o medida, de todas las cosas. Valga el comentario escéptico que quien también remarca que tampoco lo es hasta nuestros tiempos, por más que muchos intelectualmente evolucionados lo declamen, en Afganistán siguen cayendo bombas.

 

Juana, todo pasión

 

Juana I de Castilla, de ella hablamos, había nacido en la antigua y visigoda capital de Toledo, pertenecía a la Casa de Trastámara y su educación fue muy esmerada. Potencial heredera al reino de Castilla, aunque recién tercera hija de Fernando el Católico, y su madre la reina Isabel La Católica, ambos bases de lo que luego sería el Imperio Español. Juana fue una alumna muy aplicada, letras, música, arte, urbanidad, comportamiento religioso (su tiempo, claro) y hasta fue la privilegiada alumna de Andrés de Miranda.

Juana fue reina en 1504, aunque gobernó (formalmente no en la realidad) hasta 1555, en realidad luego de 1506 no se le permitió ejercer ningún poder efectivo, y en el año 1509 fue recluida en Tordesillas (lugar que todos recordamos por el famoso tratado que se iba a dar con los Portugueses a efectos del reparto del nuevo mundo), por orden de su padre Fernando el Católico, y luego por el emperador más importante de su tiempo, Carlos V. En concreto, aunque detentaba innumerables títulos y tierras, no ejercía ningún poder sobre aquel Imperio Español del llamado siglo de oro: Detentaba Juana los títulos de infanta de Castilla y Aragón, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña y Brabante y condesa de Flandes. Finalmente, reina propietaria de Castilla y de León, de Galicia, de Granada, de Sevilla, de Murcia, de Jaén, de Gibraltar, de las Islas Canarias y de las Indias Occidentales (1504 – 1555), de Navarra (1515-1555) y de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Nápoles y Sicilia (1516 – 1555).

Juana, tenía mucho título, pero era presa de un sistema de poder. Muerta su madre Isabel La Católica en 1504, premuertos sus hermanos Juan e Isabel, se planteó la cuestión de la sucesión del poder, a quien le correspondía el trono. Fernando (padre de Juana) reclamó para sí la sucesión. Tanto hace 500 años como hoy, el sistema de legitimación de poder es una precondición inmanente.

Felipe, consorte de Juana, era casi un niño al casarse: inmaduro, dicen, poco formado, mal orador. La cosa no estaba clara, por donde pasaba el poder. En la Concordia de Salamanca (1505) se arregló una especie de poder colegiado (Fernando el Católico, su hija Juana, y el consorte archiduque Felipe) Como los Argentinos bien sabemos, los triunviratos desde los tiempos mismos de los romanos, nunca terminan bien, y los triunviros, todos enfrentados.

El Imperio Español dominada las tierras bajas (o Países Bajos, tierra de pordioseros decían los entonces soberbios Españoles respecto de los antecesores de Holandeses y Belgas) y hacia allí se dirigieron un tiempo Juana y su consorte Felipe. No fueron queridos por el pueblo, que los veía como a extraños, gobernantes venidos de otras tierras.

 

Juana, la loca

 

Para estos últimos tiempos, se dudaba ya respecto de la posibilidad de un mínimo de cordura de Juana, una persona muy presionada toda su vida, casada con un casi niño, inmaduro y altanero, al que no conocía mucho.

Felipe, no soportaba ser segundo de nadie, menos del viejo suegro Fernando, quien se jactaba de la unidad y haber empujado junto con su esposa Isabel al complicado mosaico feudal de pequeños reinadillos Españoles en una unidad nación y con proyecciones de ultramar (tierras del nuevo mundo, África y Asia). En consecuencia Felipe se decide, ningunea a Fernando (que detentaba el poder y por la concordia de Villafáfila (junio de 1506), se hace del poder, a revés del título real.

Fernando se retiró a Aragón, y Felipe fue proclamado rey de Castilla, en las Cortes de Valladolid, con el nombre de Felipe I.

 Pero, misteriosamente, en setiembre del año 1506, Felipe muere envenenado. Desde su casamiento y antes aún había sido bautizado “El Hermoso”, “Felipe I, el hermoso”.

 Con la Muerte del Rey de Castilla, “Felipe I, el hermoso”, aumentan los rumores sobre el estado de locura de Juana. En ese momento Juana decidió trasladar el cuerpo de su esposo, desde Burgos, (donde había muerto y en el que ya había recibido sepultura) hasta Granada, tal como él mismo lo había dispuesto viéndose morir (excepto su corazón que deseaba que se mandase a Bruselas, como así se hizo), viajando siempre de noche.

La reina Juana no se separará ni un momento del féretro, y este traslado se prolongará durante ocho fríos meses por tierras castellanas. Acompañan al féretro gran número de personas entre las que hay religiosos, nobles, damas de compañía, soldados y sirvientes diversos que, cual procesión sirve ésta para que las murmuraciones sobre la locura de la reina aumenten cada día entre los habitantes de los pueblos que atraviesan. Después de unos meses, los nobles «obligados» por su posición a seguir a la reina, se quejan de estar perdiendo el tiempo en esa «locura» en lugar de ocuparse como debieran de sus tierras.

Ante el evidente desequilibrio mental de la reina, Fernando vuelve a ser regente de Castilla ante el llamamiento del Cardenal Cisneros, dada la creciente inestabilidad propiciada por la nobleza.

La demencia de la reina seguía agravándose. No quería cambiarse de ropa, no quería lavarse y finalmente, su padre decidió a encerrarla en Tordesillas el mes de febrero del año 1509, para evitar que se formase un partido nobiliario en torno de su hija, encierro que mantendría su hijo Carlos I más adelante.

En 1516 muere Fernando, pero ni la salud mental Juana, ni su suerte política cambian. Nunca fue declarada incapaz, el poder, solamente, siguió su curso, implacable.

 Muchos “hicieron” como que le obedecían, las necesidades de la legitimación siempre estarán (ayer el poder derivado de Dios, hoy la coyuntura de sumar papeletas dentro de un sobre, a lo que le decimos “voluntad popular”).

  

La larga vida de Juana, es un largo retiro

 

Desde que su padre la recluyera en 1509, la reina Juana permaneció en una casona-palacio-cárcel de Tordesillas hasta que murió, el 12 de abril de 1555, después de 46 años de reclusión forzosa y siempre vestida de negro.

Las jaulas de oro son, principalmente, jaulas.

Su hijo Carlos se proclamó rey, y fue uno de los más recordados: “En las tierras del rey Carlos, nunca se pone el sol” recitaban las romanzas de aquellos tiempos llegados hasta hoy, recordando que el rey Carlos I llegó a poseer uno de los imperios más vastos del mundo y extendido en los 5 continentes.

 

El feudo de Cristina: corolario

 

El poder y la riqueza son como la sal, siempre dan más y más sed.

 El poder no es algo que se “de”, ni que se regale, ni que se preste. porque no está “en sí” en nadie, sino en el accionar (en la conducción) de ese alguien. Existen, en definitiva, dos clases de hombres, los que conducen, los que son conducidos.

 Resulta una construcción (una conquista) tan compleja, el poder, como la sociedad misma. Esta lucha por el poder, es vivida por los actores políticos, agonalmente. El poder, entonces, es también una lucha temporal, permanente, interminable, que no cuenta ni con principio, ni con final. No existe un propietario final del poder.

 Tampoco hay un poder, que, imitado, devenga en un resultado lógico y consecuente para alguien que lo deduzca, por lo cual nadie podrá afirmar que calcula el poder, o como acceder al mismo. Contiene en su núcleo, un álea, la lucha por el poder también es un resultado azaroso.

 Ya no hay tiempos para las picardías, los excesos, el “show”, el exceso de acto y parodia. Cada argentino, en definitiva, optará por seguir su camino, o sacar el bastón de Mariscal que la historia le ha colocado en su alforja, por más humilde que esta alforja sea.

 No se confundan los que crean que paseando un cuerpo, de manera necrofílica (una adicción del peronismo, la verdad) lograrán que ese cuerpo les trasmita poder en esta sociedad, que es muy distinta, para bien o para mal, pero muy poco comprable con la de los años ´60 ó ´70. No hay margen para colgarse de la mortaja.

 

José Terenzio
jose.terenzio@gmail.com

 

3 comentarios Dejá tu comentario

  1. y cuando va a morir peron definitivamente?? y los argentinos seguiran con la herencia de resusitar muertos ahora sera kishner

  2. hasta cuando va a seguir hablando del muerto? hasta cuando dando lastima? hasta cuando....? estara realmente loca esta mujer? sera cierto que tiene la enfermedad bipolar?

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