Prosiguiendo con la serie de críticas a una pretendida ciencia que mueve a debates sin fin y cada vez más ardorosos: la teología, me permito enfocar la cuestión desde el ámbito racionalista con la finalidad de clarificar aspectos oscuros sobre el tema, para demostrar fehacientemente que, no puede existir ser supremo alguno domando al universo entero repleto de catástrofes a niveles tanto cósmicos como telúricos, amén de contradicciones tales como el dúo: el bien y el mal, cuyo antagonismo esfuma a todo supuesto creador suma bondad, sumo bien rodeado de un mar de maldades y horrores sin fin, de todos los tiempos. Una especie de domador riendas en mano que pretende dominar un universo pleno de catástrofes, y un planeta pleno de injusticias “creado” precisamente por el mismo “Todopoderoso” luchando por la justicia ante un travieso demonio que le hace “la vida imposible” destinado (según las novelas evangélicas) a ser hecho papilla alguna vez, para siempre. (¿Infantil todo esto?, ¿no es cierto amigos racionalistas?
Y mientras tanto ¡hay que aguantarlo! Porque así se había dispuesto el programa divino. (Irónicamente: ¡algún día terráqueo será!).
Vemos, y sabemos desde siempre, los seres humanos (de humus: capa superior del suelo rica en residuos orgánicos degradados que, en nuestro caso se dice, compone nuestra existencia corpórea que contiene un alma racional y… nada menos que ¡inmortal!) somos en bruto como animales salvajes dispuestos a realizar todas las atrocidades habidas y por haber, y que… sólo ante la amenaza de nada menos que un castigo eterno ardiendo en un fuego central de nuestro planeta, nos portamos bien. Aún siendo bebés; niños de corta edad que fallecen prematuramente sin prueba completa, o ancianos que ya ni saben como se llaman esperando el final para “volar” raudamente hacia el santo cielo o penetrar no menos raudamente al centro de la Tierra donde se halla ubicado el ardiente infierno con don Lucifer esperándonos ansioso, sádico el, para gozar a lo loco con nuestro sufrimiento (aunque algunos “sabios” teólogos nos aleccionan diciendo que tal infierno es un estado del alma y no un lugar físico); bueno, ¡ellos sabrán mejor que nosotros, los legos en materia de “Ciencia” Teológica! (Para mí una mera pseudociencia).
Lo triste del caso, y absurdo al mismo tiempo, de esta pseudociencia que el diccionario enciclopédico define como “ciencia que trata de Dios y de sus atributos”, es que: las oportunidades no son parejas. Millones de niños murieron y mueren sin pasar por “la prueba”; millones de jóvenes fallecen prematuramente sin transitar por el sendero de las tentaciones que llevan derechito al terrorífico Averno; millones de personas pertenecientes a otros credos que desconocen la teología, o resistidos a ella no se hacen merecedores del dulce Paraíso. Corolario: ¡Bello jueguito pleno de “justicia”, tanto para bebés que no conocen qué es la prueba en la vida y mueren anticipadamente, como para esos ancianos que ya ni saben como se llaman y continúan con vida… ¿todavía en la prueba?
¿Y los que profesan otros credos, como los chinos, nipones, hindúes, islámicos, hebreos, oceánicos… los más antiguos indios de las praderas de los hoy Estados Unidos; los aztecas, mayas, incaicos, mapuches y… la mar de pueblos del orbe de todos los tiempos y del presente?, ¿qué papel desempeñaron y desempeñan para los sabios teólogos que dicen conocer nada más ni nada menos que una ciencia: la Ciencia de Dios? ¿Acaso todos esos pueblos mencionados no eran acreedores a conocer también la verdad teológica?
No señores, el mosaico religioso del mundo entero está mal hecho. Incluso existen fricciones entre los propios creyentes en una misma religión. Basta con acudir a una amplia historia del mundo con todas sus razas naciones y pueblos… para toparnos con un espectacular mosaico de credos disímiles que, amalgamados algunos con temas políticos, se constituyen en verdaderas chispas generadoras de conflictos ideológicos que, con el tiempo, pueden pasar a ser unas lastimosas conflagraciones que dejan el luctuoso saldo de muertos, inválidos y hogares destrozados y… lo peor del caso es que, ninguna deidad de las múltiples que “pululan” por ahí en nuestro querido (muchas veces malquerido) planeta, tiene el poder suficiente para evitar los inútiles derramamientos de sangre por razones religiosas, en nombre de los dioses, diosas y diositos frutos netos de la imaginación sin límites.
¿Ejemplos? “Mil”: Recordemos para el caso las luchas sin fin entre católicos y protestantes en la “Vieja Europa”. ¿Y en el resto del mundo cómo andamos? Basta con leer una completa historia de la humanidad para espeluznarnos del horror bélico por razones religiosas.
Aparte, lo notable del caso es ver cómo los creyentes en un mismo dogma, se separan del tronco central del mismo, para pulverizarlo y confeccionar brillantemente otras corrientes religiosas con sus consecuencias: peleas entre si sin fin, como fue el caso de católicos y protestantes que se odiaban a muerte y… más atrás, tuvimos a la tremebunda Inquisición con la quema de “brujas” (que jamás existieron como tales y entre ellas gentes de bien indudablemente); la persecución de herejes y otros delitos contra la fe y… mucho más. Y todo esto ante la impávida mirada de un dios bonachón “puro amor” por sus criaturas además de todopoderoso que, paradójicamente, no supo iluminar a sus queridos prosélitos para que cesaran de mutilarse y matarse en su nombre.
¡Miren señores lectores a dónde hemos ido a parar! De una pura bonanza de un dios puro amor por sus criaturas (según así lo define la “ciencia” teológica), a un monstruo indolente o impotente que no supo bajar de su santo cielo para apaciguar a sus “ovejas” descarriadas a nivel mundial, que se mataban a lo loco, repito, en su propio nombre.
No señores, la teología para la razón, no es ninguna ciencia, porque su dios tenido por un ente puro amor por sus criaturas es un mito ya que permite la matanza de sus fieles, y terminantemente no existe para nosotros, los ateos.
Luego la teología que trata de sus atributos y demás cualidades, repito, no es una ciencia para nosotros los ateos, sino una pseudociencia o ¡una ciencia de la nada lo cual es absurdo!
Después de este discurso, sólo me resta aconsejar que nos unamos todos los hombres de buena voluntad de la Tierra en una causa común: ¡cosmopolitismo como meta! Hoy nuestro planeta se ha achicado sobremanera, los pueblos se comunican de polo a polo gracias a los modernos artefactos electrónicos; los viajes son más cortos a cualquier punto del planeta que se desee llegar. Hay mayor entendimiento entre los pueblos… y muchas cosas más positivas. Por cuanto propongo, yo ¡una pulguita en el orbe!: un cosmopolitismo total, un solo idioma, sin dioses, una sola meta: hermanarnos todos los seres humanos, de este “bendito” (muchas veces maldito planeta, para algunos), con el fin de fundar una patria única: Los Estados Unidos del Planeta Tierra.
Ladislao Vadas