Vemos que, si el resultado máximo de una presunta creación: el hombre, deja mucho que desear como una obra acabada, digna de un supuesto ente supremo perfecto; si dejamos aparte los accidentes físicos y los errores humanos que causan daño, queda aún para muchos el argumento del libre albedrío y el pecado.
Si aceptamos provisionalmente que las sombrías perspectivas para la humanidad son el resultado del pensar y accionar del mismo hombre y no errores de su supuesto creador; si los males mayores que aquejan al ser humano son causados por la criatura con libre albedrío que peca, vamos entonces a referirnos al hombre.
El medio es la evolución; el fin es el hombre.
El fin, (es decir el hombre), tiene fallas, pero es por su culpa (se dice), porque elige mal. No sabe usar de su libertad absoluta para pensar y obrar. No emplea para el bien ese don otorgado por su creador. Tiene todas las posibilidades y oportunidades de ser perfecto, pero no las sabe aprovechar.
En otras palabras, las posibilidades de ser perfecto, como obra acabada perfecta, le han sido dadas por un creador perfecto, pero es la criatura la que rechaza la oportunidad de ser perfecta. Ella es la que arruina la obra perfecta del creador, la echa a perder con el pecado, se dice.
Admitamos entonces que el fin ha sido la factibilidad de lo perfecto en manos de la criatura, y si ésta no llega a serlo, es por su culpa y no la del creador. Entonces nos quedan los medios, es decir el cómo, o más bien el “mecanismo” mediante el cual se habría cristalizado dicha factibilidad de perfección que sería realmente la criatura: el hombre, de no usar negativamente su potestad del libre albedrío.
Pero resulta que este medio, o método, no satisface, no condice con su supuesto empleador que debiera ser ¡un ser excelso! En efecto, aparte del azaroso y burdo mecanismo de las mutaciones genéticas, ¿qué otro método se ha añadido para el escalamiento de las formas vivientes hacia una mayor complejidad orgánico-psíquica y mayor posibilidad de supervivencia?
Ese factor de perfeccionamiento es la selección natural de las especies vivientes, un mecanismo no menos ciego que las mutaciones, pero con el agravante de su brutalidad. (¿Un dios eficiente de por medio? Creo que más bien se trataría de un dios chapucero e indolente).
Tan aleatorias son las mutaciones genéticas que se manifiestan en la descendencia de los seres vivientes, como la supervivencia del organismo mutado; es decir de la nueva forma de vida: variedad, raza o especie.
La nueva forma debe hacer frente a un medio siempre hostil. El clima de la región, por ejemplo, es un factor que limita el éxito del mutante. A la humedad ambiental, al régimen de lluvias, a las temperaturas, a la altura, a los accidentes del terreno, al régimen de vientos y otros múltiples factores físicos, se suman los enemigos biológicos naturales.
El nuevo ser mutado, casi siempre una monstruosidad por acumulación aleatoria de caracteres, es lanzado a una aventura de la vida totalmente incierta, desamparado, totalmente desvalido, sin garantías de supervivencia; como una prueba, como un simple tanteo al azar. Por ello el éxito es casi siempre nulo, sin que dios perfecto alguno se haga cargo de intervenir.
No existe arquetipo perfecto. Todo es monstruosidad o nada es monstruosidad. No hay con qué comparar a los mutantes para conocer en ellos a un monstruo o a un ser más perfecto.
Si tomamos como ejemplo a un mamífero cuadrúpedo que presenta para nuestra convención o punto de vista, una cabeza, cuello, cuerpo y extremidades proporcionadas, entonces un elefante, una jirafa, un rinoceronte y un delfín son monstruosidades porque el primero posee un exagerado apéndice nasal; la segunda un cuello descomunal; el tercero un exagerado alargamiento del cráneo con los ojos fuera de lugar y el cetáceo presenta las extremidades modificadas, atrofiadas.
Con este criterio también el hombre sería una monstruosidad (aunque el se vea como bello) por su exagerado alargamiento de las extremidades inferiores comparado con la forma viviente ancestral de la cual deriva.
Pero estas monstruosidades han favorecido a los mutantes.
Así el elefante posee una poderosa probóscide que le sirve para alimentarse y defenderse. El largo cuello de la jirafa permite a ésta ramonear a alturas donde no pueden hacerlo otras especies…, al delfín desplazarse en las aguas gracias a su anatomía fusiforme. Al hombre correr y posibilitarle la libertad de utilizar sus extremidades anteriores para múltiples tareas, etc.
Bien, pero resulta que las formas vivientes actuales, son el resultado de millones de formas extinguidas que han aparecido a su turno, al no hallar ventajas frente al medio físico-biológico. Han sido brutalmente arrancadas de la existencia en una cruel competición.
Si el resultado actual: el sistema ecológico, se ha logrado basado en un mecanismo tan burdo, tan salvaje, despiadado, mal podemos hablar de algún superinteligente y bondadoso creador, nada menos que: ¡infalible!
De acuerdo con la naturaleza de tal ente inventado por nescientes y sostenido por los pseudocientíficos teólogos, los seres creados inculpables deberían hallar siempre un ambiente suave, acogedor, en lugar de pura agresividad interespecífica y telúrica.
Se ha dicho que uno de los atributos del dios de los teólogos es precisamente la santa bondad, pero como esto falta en la naturaleza donde tan sólo existe el ejemplo de la hostilidad del medio, añadida la brutalidad de los seres vivientes entre sí para casi toda forma de vida aparecida por azar (sea luego culpable o no), debemos concluir en que tal supuesto ente se halla ¡inexistente!
Para completar el panorama biológico y corroborar lo antedicho, podemos añadir las luchas sin cuartel entre todos los “bichos” habidos y por haber, que ciegamente se ven obligados a competir en su lucha por la existencia, incluido por supuesto el animal hombre (un “bicho” sumamente peligroso con un cerebro capaz de inventar toda clase de trampas y los más terroríficos artefactos de destrucción y muerte).
Por otra parte, pasando ahora a otro tema que también voltea y pulveriza a un pensado dios que “ama a sus criaturas”, podemos tocar el caso del mal sin límites que reina a su gusto en la supuesta creación por parte de un ser tenido por una ¡suma bondad! para dichas criaturas.
Esas luchas sin fin, por ejemplo, entre casi todos los seres vivientes ante sus enemigos naturales, son una triste prueba de crueldad, ya sea en la naturaleza supuestamente creada como insita en su propio creador desde la “nada”, cuando este existía solitario o aburrido, o con sus ángeles servidores pura bondad, salvo uno que, según un texto tenido por sagrado, se rebeló contra su santo creador, ensuciando su “santa creación” con los pecados en el mundo entero.
Todo esto, tenido por muchos (antaño y en el presente) como la vera historia del mundo y la humanidad; una ciencia (como lo indica su nombre: teología) que pretende revelarlo todo: el nacimiento del mundo entero, sus criaturas invisibles (ángeles puros espíritus) primero, y luego la humanidad de carne y hueso entera, ambos pecadores a más no poder (así ya programados, pues el susodicho creador, dicen los teólogos que posee la ciencia de visión del futuro, es decir que conoce todo lo que sucedió, sucede y sucederá hasta la consumación de los siglos).
En resumidas cuentas, la teología, tan sólo se trata de una fantasiosa pseudociencia más de las miríadas de ellas inventadas por el autoclasificado como Homo sapiens, la mayoría de los cuales de sapientes no poseen ni un ápice.
Ladislao Vadas