Ante el verdaderamente importante rédito obtenido en los discursos y sus presentaciones en actos oficiales, Cristina Kirchner adoptó como una costumbre o habito, el invocar a la figura del fallecido ex presidente.
Vestida con el clásico ropaje negro, con la cara transfigurada por un intenso dolor, con voz llorosa, dolida y entrecortada, mientras comienza a lagrimear de profunda pena, interpreta magistralmente, como una actriz de segundo orden del teleteatro colombiano, su papel de sufriente viuda.
No sería justo negar que hasta ahora ese papel de dramatismo teatral le arrojó excelentes resultados. El argentino es sentimental. Un ejemplo de ello son las letras llenas de añoranza y lamentos del tango, música identificadora de nuestra identidad nacional en todo el mundo.
Si no fuera una representación teatral, no podrían negarse que los lazos políticos-económicos–comerciales en el matrimonio, eran muy fuertes e intensos. De acuerdo a un importante semanario, las relaciones sentimentales entre los Kirchner ya hacían varias décadas que estaban prácticamente ausentes.
Sin embargo, Cristina Fernández volvió a llorar en un acto al inmortalizar a su fallecido esposo. Al clausurar la muestra agroindustrial de Las Parejas, Santa Fe, recordó sentidamente a Kirchner y dijo esperar que “él se sienta orgulloso de mí" ya que “eso es lo único que le pido a Dios”. “Le prometí que iba a hacer las cosas lo mejor que pudiera. De donde esté, espero que me siga mirando”, expresó la jefa de Estado, en recuerdo del fallecido presidente.
Lo cierto es que ya lejos de las elecciones la puesta en escena se ha transformado en una obscena cursilería. Ver a la presidente vestida como un cuervo o murciélago interpretando esa actuación para no perder su caudal de votos, parece un procedimiento bajo e indigno.
Tal vez sería bueno que deje de cometer los graves errores y las tremendas torpezas a las que nos vemos sometidos casi a diario. Y dejar al fantasma descansar en paz, esa paz que no tuvo en la tierra.
Alfredo Raúl Weinstabl