Un 1º de diciembre, pero hace diez años, el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo anunciaba una medida que haría estallar los humores de la sociedad argentina de la peor manera: imponía el funcionario una restricción de $250 semanales para el retiro de efectivo de los bancos. Se trataba de lo que pasaría a la posteridad con el tristemente célebre nombre de “Corralito” que luego reforzaría Eduardo Duhalde a través del denominado "Corralón".
Hoy, según recuerda Diario sobre Diarios, se cumple una década de esa decisión que marcó el principio del fin del gobierno del presidente Fernando de la Rúa. En su tapa del 2 de diciembre de 2001, Clarín titulaba sin adjetivos “Efectivo: límite de $250 por semana” y en la bajada afirmaba que “el Gobierno recortó el uso libre de los depósitos bancarios, incluso en el caso de los sueldos. Así responde a la crisis desatada por la fuga de depósitos. Dice que esta medida durará 90 días”.
Hoy, Clarín, El Cronista y Ámbito recuerdan el aniversario de la medida que, para el matutino fundado por Ramos, fue “la peor de la historia”.
Tribuna de Periodistas hizo lo suyo entonces, con una inefable crónica de esos días —y de lo que vino posteriormente— bajo la pluma del colega Fernando Paolella:
“Hastiados de la corrupción menemista, habían depositado su confianza electoral en una Alianza que se mostraba ante ellos como los paradigmas de la ética republicana, pero pronto cayeron en la cuenta que se trataba, realmente, de un híbrido amorfo que no tardaría en fagocitarse a sí mismo.
Con la defección del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez, Fernando De la Rúa emprendería a toda velocidad la ruta hacia el helicóptero en la azotea, víctima no sólo de su falta de percepción, sino también de un maldito entorno que no lo dejaba decidir por sí mismo.
Dos días de estallido social dejaron como saldo a 35 muertos, cinco de éstos asesinados por la represión en las inmediaciones de Plaza de Mayo. Luego de este infierno de balas y sangre, la corporación política se vio contra el abismo y sacó de la galera a Eduardo Duhalde para que garantizara su supervivencia.
El otrora hombre fuerte de Lomas de Zamora, y también ex ladero de Menem durante los primeros 90, fue emplazado por sus pares pejotistas para que acabara con la “anarquía”, término con que definían a esas embrionarias formas de organización popular denominadas asambleas barriales. Entonces se montó un mecanismo destinado a cortarlas de cuajo, para sentar a futuro un precedente de hierro. La casi matanza del 26 de junio de 2002 en Avellaneda, no sólo sirvió para esto sino que marcó el fin de ese proyecto de autogestión apartidaria.
Como durante las jornadas de diciembre, el sistema se abrió paso a balazos con el fin de no perder sus privilegios y prerrogativas. A partir de allí, con la convocatoria a elecciones para mayo de 2003, los que habían hecho retumbar sus cacerolas concurrieron casi como zombis a sufragar consagrando con un porcentaje mínimo al ex gobernador santacruceño Néstor Kirchner.
Durante toda esta semana, la televisión abierta y de cable emitió en forma de racconto lo acontecido hace media década atrás. Y comparándolo con la actualidad circundante, no deja de provocar en muchos de quienes tomaron parte un sabor amargo.
Es interesante inferir que habrá pasado por la mente, en el supuesto caso que haya visto estas emisiones, del presidente Kirchner. Pues según datos certeros, actuó con dureza innecesaria para reprimir a unos manifestantes en Río Gallegos durante esas jornadas iracundas.
También, formó parte de la conspiración para sacar de la Rosada al sonriente Rodríguez Saá como luego fue uno de los jerarcas que le pidió mano dura a Duhalde en aquella reunión en La Pampa.”
A diez años del comienzo de esa pesadilla, basten estas líneas para recordar lo que nunca debe volver a ocurrir.
Equipo de Política de Tribuna de Periodistas