En la década del 90, maldita aún para algunos que participaron y se beneficiaron activamente en ella, el bloque denominado CCE (Comunidad Económica Europea) funcionó como un contrapeso y polo de pensamiento contrapuesto a la filosofía que los EEUU, de la mano de los Reagan, los Bush y las corporaciones americanas, bajaban del poder gendarme local, mientras algunos europeos construían el relato del “progresismo”, que, supuestamente, se oponía a la ferocidad de los neo cons (nuevos conservadores) que pregonaban el fin de la historia y cuestiones de esa índole.
El progresismo europeo, asimismo, funcionaba como interpretación (final) del comunismo o socialismo real, fracasado rotundamente con la caída de la cortina de hierro.
El tiempo se encargaría de demostrar que, dicha comunidad, no solo constituye un gigante de pies de barro, sino que en la práctica respondía a la misma filosofía que sus salvadores americanos, y que el relato europeo no lograba conmover los principios del liberalismo tradicional, tanto en lo político como en lo institucional.
La democracia “social” con rostro humano es un cuento, cuento que los ingleses se encargaron de desbaratar rápido al no entrar en la entente germano-franca, para llamarlo de alguna manera: “Mercozy” como les gusta bromear a los circunspectos periodistas europeos, una melange de intereses, en definitiva, emisionistas (dueños de la maquinita de fabricar los Euros), Yalta y la ideología de la colonia: el problema de seguir en el Área España.
Con el fin y el resultado de la segunda guerra mundial, los vencedores, simplemente, se repartieron el mundo.
Hoy, a casi 30 años de Malvinas, se sabe muy bien cómo se alinean los “patitos” cuando hablamos de geopolítica, al sufrir (nosotros) la derrota a manos de los británicos en los mares del sur, ayudados por los americanos (base de Isla Ascensión, logística, satélites, misiles novísimos, diplomacia, etc. etc.) Los rusos (otrora soviéticos) cumplieron convenientemente: solo hicieron tactiquismo en el marco de su guerra fría.
Con la mal nacida democracia que el Proceso de Reorganización Nacional legó y supo conseguir, en 1983, volvimos, en alguna medida, a ser recolocados en el lugar de admiradores de una Europa bastante discutible.
Dirá el lector que, el asesino nada puede reprocharle al simple punguista, y este razonamiento es cierto, pero parcialmente. La Argentina ha cometido tantos desatinos como consumados autobombardeos, genocidios, persecuciones, quiebras institucionales, quebrantos económicos recurrentes, etc., que mal puede ver la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio.
Pero, lo que se quiere significar, es el profundo subdesarrollo de la supuesta intelectualidad local, que compró al precio que le vendían la supuesta “superioridad” del pensamiento progresista europeo, como una especie de credo laico, y no solo más que discutible, sino, que compró en la tienda de saldo, compró el supuesto “progreso” de España, un país subdesarrollado que no se da cuenta de ello, a decir por el prestigioso periodista Jorge Lanata.
Ante los horrores argentinos, España se veía como una quinceañera, la deseada democracia con la cual se iba a comer, a curar y a educaren el año 1983. Con la torpeza habitual, los argentinos compramos todos los créditos de dicha democracia española, hoy con claroscuros bastante notables. Todo esto también se produjo en los años 80, una década perdida para toda Latinoamérica, y en el marco de una generación bastante frustrada que arrastraba años de postraciones, y que demostró que no estaba a la altura de las circunstancias.
El progresismo español, el progresismo argentino
Así, para los que gusten de ver o estudiar aquellas épocas, verán la admiración que la cultura o inteligencia local, la cual se solazaba desde su propia construcción ideológica a imagen y semejanza de aquella, con los personajes a imitar como los líderes europeos y españoles, en particular con el señor Felipe González Márquez, que de la mano de Raúl Alfonsín, venía a enseñarnos “democracia”. Los argentinos, por supuesto, siempre mirando para afuera, encima, ejemplos dudosos. Hoy, ya nadie se traga que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tenga algún corte que sea (mínimamente) socialista, más bien, demócrata-liberal, en el mejor de los casos... y lo de “obrero”, bueno, ya parece una cargada.
Otro de los grandes ejemplos de la democracia a la que había que reverenciar en aquellos ochentosos años, como en una especie de culto pagano, era al Señor Baltasar Garzón, gran manejador de los medios y del marketing, que hoy parece haber caído en desgracia.
Hoy se juzga a Garzón por haber cometido delitos que a los argentinos no parece conmovernos: la prevaricación, el peor delito en el cual puede caer un magistrado, precisamente por serlo y por la confianza, vida, honor y patrimonio comprometidos en dicha confianza. En el prevaricato el Juez se separa no solo de la objetividad del caso, sino que busca el resultado y de allí su posible dolo, La condena funciona como una necesidad, un “target” y no como una eventualidad dentro de un proceso limpio.
Los delitos que en principio se le imputan son el de violar el derecho de defensa de los acusados. Otras acusaciones gravísimas (y que podrían caer como dominó, juego español por antonomasia) sería la de torturar a miembros de la ETA. Nada menos.
Garzón hizo detener a Pinochet en su paso por Londres hace algunos años, en 1998 (para festejo de la izquierda y el progresismo que festejó sin importar si actuaba dentro o fuera de su jurisdicción) sin embrago, nunca pidió se detuviera a Fidel Castro —con quien se reunió, a pensar de su investidura y la condena que existe a nivel de organismos de DDHH sobre el dictador Cubano— o a Daniel Ortega.
La mirada de Garzón siempre fue ideológica, quizá, el peor defecto que puede tener un juez. Raro el progresismo español, raro el progresismo argentino. Frente al Tribunal que lo juzga se desplegaron una serie de figuras y adherentes, unas 80 personas con banderas que sugerían a los indagadores como “fascistas”...
Para el progresismo, buscar la verdad es “fascista” siempre que no nos guste, o que el Tribunal (como el de Garzón) no bata el parche con las ideas que nos gustan, como la de “justicia universal” y otras barbaridades con las cuales una nueva oligarquía de juristas han llevado agua a su particular molino, como fermento para habilitar inmiscuirse en cualquier tema, en cualquier lado. Así Garzón se atribuyó el juzgamiento de Pinochet, de Videla, de Bin Laden, de Franco y de cualquier otro sujeto que alguna mañana de estas se le ocurriera.
Garzón siempre, a lo largo de su extensa trayectoria, trabajó para la tribuna, como decimos lo argentinos, siempre preparado para cuando se encendiera la luz de la cámara de TV.
Hoy las cámaras de TV lo muestran en el banquillo de los acusados, a donde lo ha llevado el Tribunal Supremo de Madrid (por el llamado caso Gurtel, la primera de las acusaciones), causa en donde podría recibir hasta 17 años de inhabilitación profesional, ello, sin perjuicio de los juzgamientos posteriores por los delitos que se le pudieran probar en contra de los damnificados.
El Estado Español tendrá su parte, de comprobarse los hechos.
El caso parece muy fuerte, y los hechos hasta fueron reconocidos por integrantes administrativos ante el Tribunal Madrileño, conforme las declaraciones del miércoles 18.
No cabe otra comparación, localmente, con las andanzas de algunos jueces locales, algunos de ellos en los últimos días han sido observados por sus superiores.
Pecado el del magistrado que no sabe dejar las ideologías al ámbito de los partidos políticos (su ámbito natural) y que no termina de comprender la importancia institucional que representa vestir la toga y sentar en la silla curul, siendo quizá, el poder de juzgar, el más importante de los poderes del estado, y que a la postre, mas influye sobre la vida de los particulares de a pié, los que no salimos en los diarios de cotidiano.
¿Le llegará el dominó de denuncias, siempre silenciadas, que hoy muchos se atreven a desempolvar una vez que el PSOE se ha corrido de su situación de protector político del Juez Garzón?
José Terenzio