En un interminable juego de similitudes, el vicepresidente de la Nación se esmera en transformarse en Sergio Schoklender. Por si fuera poco, reitera sus citas a la increíble saga de Francis Ford Coppola, El Padrino la cual, en tu tercera parte, decía: “Toda mi vida he tratado de ascender socialmente. Llegar a un punto en el que todo sea legal. Pero mientras más subo, más corrupción encuentro. Y no sé dónde acabará.”
Cuando Sergio Schoklender rompió el silencio en su afán de no caer solo ante el escarmiento público y el temor en regresar a la prisión, denunció hechos de corrupción inéditos como el robo a supermercados con el beneplácito de Hebe de Bonafini hasta la impresión de libros y afiches de la campaña de Abel Fatala y de Amado Boudou en la ciudad de Buenos Aires. Amante de las motos de alta gama, las bellas mujeres y el despilfarro financiero, el ex apoderado se rodeó de una corte de amigos para conformar sociedades anónimas en las que, merced a sus vínculos políticos, se iban quedando con importantes convenios para construir viviendas sociales en todo el país, manejar el chárter aéreo, diseñar una especie de programa countrys para todos y exportar sus proyectos por toda América Latina. No sólo asentó sus negocios en los ladrillos y en el telgopor sino que se vinculó, junto con su hermano, en el negocio de los medicamentos para triangular su venta con obras sociales de baja envergadura en los hospitales y centros de salud construidos por la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Luego de la muerte de Néstor Kirchner, los sueños se paralizaron mientras que ascendía abruptamente un Ministro de economía que, apenas, se le conocía la voz. Especie de chirolita de Néstor y felpudo de la Presidenta, Amado Boudou, rápidamente hizo buenas migas con el ex apoderado, con su Madre y con los jóvenes camporistas. El rockero de la política le devolvió la frivolidad a la discusión contra los monopolios emprendida por los Kirchner luego de la crisis con el campo, desideologizando con su glamour, sus remeras y su Mancha de Rolando. Las chicas morían por él como antes habían deseado conocer de cerca el desparpajo de Aníbal Fernández, su verborragia y sus grotestas respuestas que enmudecían a la corpo mediática. Sergio y Amado estuvieron a punto de sellar una alianza histórica con los créditos del bicentenario que le abriría la puerta grande de la construcción de viviendas a Meldorek. No pudo ser. Faltó tiempo y el diablo metió la cola.
El flamante hijo sorprendió al entorno presidencial al ser elegido por el designio divino como el fiel ladero. El ex hijo adoptivo, cayó en desgracia, volvió a ser un loco y un parricida. Se lo olvidó aunque se lo protegió judicialmente.
Amado siguió creciendo. Presentó a su novia en sociedad con quien se mudó en Puerto Madero. La joven colorada se transformó en una respetada periodista y hasta creó una revista que fue presentada con bombos y platillos en un momento del país en que grandes empresarios de medios debían cerrar redacciones. Vaya paradoja, algunos crecían económicamente y otros se hundían en la intrascendencia. El Padrino, no Duhalde tampoco Michael Corleone, sino Héctor Magnetto se enfrentaba con un juez de apellido Rafecas por Papel Prensa. ¿Estarían conformando un macabro plan contra el ascendente Amado Boudou? Daniel Scioli era reelecto en la provincia de Buenos Aires, mantenía su virginidad mediática en materia de escándalos de corrupción y evitaba tocar intereses. Hacía la plancha como su amigo Mauricio Macri en la ciudad de quien reproducían en todos los medios una foto con su esposa en un cabaret de Cancún con un famoso proxeneta. Nadie se sorprendía. Está más que claro que el narcotráfico, la prostitución y el juego clandestino necesita la banca policial, judicial y política. La empresa Boldt, políticamente coherente —siempre oficialista como Bernardo Neustadt o Víctor Hugo Morales— hacía negocios con el juego de la provincia de Buenos Aires desde los tiempos de Eduardo Duhalde. Pero su competidora, la caída en desgracia Ciccone, afloraba de las cenizas impulsada por los amigos del todopoderoso Amado Boudou, un hombre que no tenía reparos en reformar el comedor del Senado de la Nación y hacer desaparecer los históricos candelabros del mismo.
Como diría Jorge Lanata, la dictadura desapareció personas, el kirchnerismo, hechos. Boudou redobló la apuesta, se llevó los candelabros y armó un guión que destronó a Coppola como el súmmum del thriller cinematográfico. Junto a Macri, Scioli, la Bolsa de Valores, Boldt, Duhalde, Magnetto, los esclavos periodistas, los esbirros y, si seguía hablando, a la Madre Teresa de Calcula para desprestigiarlo. Si la mafia es tan poderosa e impune, ¿por qué no se metía directamente con la Presidenta? ¿Qué quería decir Amado cuando mencionaba, constantemente, el supuesto intento de mansillar la voluntad popular, expresada en octubre del 2011, de una fórmula que él integraba? Como Schoklender, a esa altura, ya se creía más importante que su creadora. Como el ex apoderado, salía con los pies para adelante, desafiando a su propia base de sustento y apoyo, dando a entender que él no se va a ir solo y tranquilo a su casa. Ambos no tenían ni tienen miedo a la cárcel sino a la posibilidad de ser parias políticos, dejar de crecer económicamente y perder la base de contactos que les permite que una red de amigos se transformase en una nueva y ascendente clase social.
Ambos casos representan la confusión entre el interés público y el privado, la sensación de impunidad absoluta, el absoluto totalitarismo de un sistema que no cree en las instituciones y que se ríe de su propia procedencia e historia. ¿Cómo entender que Boudou denuncie a un estudio jurídico hoy representado por los familiares del procurador general Righi quien fuera un importante ministro de Héctor Cámpora, símbolo de los tiempos que corren y de la gloriosa juventud que dice defender? ¿Por qué no denunció esos supuestos negociados en su momento? ¿Por qué calló y por qué, todos los trapitos sucios, se los ofrecían a él? El periodismo está en la obligación de preguntar, cuestionar, desconfiar. Cuando la única fuente válida es la oficial, se trata de publicidad. Así la historia desemboca en Víctor Hugo Morales, otro símbolo de la confusión actual en el que el tráfico de influencias no es mal visto por sus protagonistas que, al ser descubiertos, ensucian a todos por aquella vieja frase: Los ladrones creen que todos son de su condición.
De los 45 minutos de exposición de Amado Boudou en soledad, aunque luego salió la plana mayor del gobierno a defenderlo pues la caída del vice no es igual que la caída de un chivo expiatorio ideal, desee revisar la trilogía de El Padrino y terminé en el último film de Clint Easwood: J. Edgar Hoover protagonizada por Leonardo Di Caprio. El creador del FBI decía, cuando Nixon llegó al poder: “Cuando la moral se deteriora y los hombres buenos no hacen nada, florece el mal. Una sociedad apática y poco dispuesta a aprender del pasado está condenada. Nunca debemos olvidar nuestra historia”.
Los tres protagonistas de esta historia, ante la impertinencia de la justicia o del periodismo que cuestiona, cayeron en gruesas contradicciones y se terminaron auto incriminando. ¿Nos daremos cuenta que no son solo una excepción a la regla?
Luis Gasulla
Twitter: @luisgasulla