Santiago Parrilla tiene 32 años, vive en Merlo, en el barrio Lago del Bosque, a escasos cien metros del camino de la Ribera, ribera del Río Reconquista que divide la localidad con el partido de Moreno.
Santiago tuvo unas Pascuas tranquilas. Para el domingo —cuatro días después de que la tormenta arrasara con el barrio en el que vive— ya había podido reconstruir el techo de su casa y la de algunos vecinos. “Faltan muchas que estaban más echas mierda”, me dice mientras juega a hacer círculos en el piso con una de las ramas que el aparente tornado dejó desparramadas en toda la zona. Junto con el barrio de Villa Pompeya, dos de los más humildes del partido, fueron los que vieron más afectada su cotidianeidad. Un 70% de casillas destruidas y ya seis días sin acceso a los servicios públicos básicos: agua y electricidad.
En el partido de Moreno, una de las zonas que recuperó la energía eléctrica luego de las Pascuas, es Francisco Álvarez. Allí, Rafael estuvo a cargo de la situación. Compraba las gasas de una salita de primeros auxilios, hasta hace cuatro años, en la zona aledaña a la calle Semana de Mayo. La gente lo ve como un referente. Vive en la calle Falcón, a cuadras de donde falleció el hombre (aún NN) atravesado por una chapa mientras volvía a su casa a bordo de una moto. Pocos indicios han dado desde la Comisaría. Preguntar es un descaro, cosa de carroñero. “Andan buscando los muertos”, me dice un oficial de la Policía.
Hasta el momento, seis días después del temporal, la situación parece empezar a normalizarse. En distintos municipios del conurbano se sigue tomando como referencia a los punteros locales. Son ellos, en los partidos de Merlo, Moreno, Ituzaingó o Morón los que arman las listas, los que organizan la ayuda, los que saben qué y cuánto reciben o perdieron algunos de los vecinos. Un funcionario del partido de Merlo me asegura que toda la ayuda que se brindaba era a las personas que estaban en las listas. Las demás, por más que pidan, debían asegurarse estar en las listas de los referentes (así los llaman) del barrio para recibir atención.
En conferencia de prensa, el Ministro de Infraestructura declaró que para él y su admirable visión, lo que pasó el miércoles pasado por la noche fue “un tornado”. Para reforzar tan elocuente idea, mostró al respecto una imagen de un tornado que tiene la claridad de una tarde de verano. La foto, se supo, corresponde a un tornado ocurrido en el año 2010 en la zona de Lanús. ¿Habrá llegado por Twitter? ¿Le habrá llegado por mail? Decanta la improvisación ante las explicaciones.
Lo cierto es que las empresas concesionarias de servicios públicos de la zona oeste ya recibieron los reclamos pertinentes de los distintos intendentes: Mariano West en Moreno y Raúl Otacehé en Merlo. Desde esas intendencias se aclara a la población —y a quien quiera escuchar— que las soluciones no están llegando porque el manejo de la crisis por parte de las empresas fue de regular a malo. “No estuvieron como tenían que estar”, me insiste una fuente. Fue ausencia, malestar, desilusión, hartazgo y piedras en los capots lo que cosecharon cuando reaparecieron los móviles de la empresa Edenor en los barrios antes mencionados.
Santiago me dice que el problema al principio fue que no sabían qué hacer. Que ellos no fueron al corte de las vías del ferrocarril —delito federal que fue desalojado por personal de la gendarmería y efectivos de la Policía bonaerense en el Cruce de los Patitos en Merlo— porque en su gran mayoría están preocupados en terminar los techos para que cuando se largue a llover tengan dónde resguardarse.
Sus amigos hacen lo mismo. Hoy, unos cuantos días después, llegaron algunas chapas del municipio. Todo un alivio, ya que el precio de las chapas en Merlo aumentó un 200%, lo mismo que el precio del combustible. En el barrio Villa Pompeya, el litro de nafta súper se conseguía a 9 pesos. Se cargan celulares por cinco pesos, se llenan bidones de agua por dos pesos y mil ejemplos más en los que el Estado, otra vez, se ausentó a regular la ventaja de los que tienen con la de los que no tienen.
Es difícil saber qué siente Rafael cuando me cuenta que a su amigo, muerto en la noche del miércoles, lo pudieron velar solo tres horas. Es difícil saber lo que siente cuando me dice que la gente le preguntó durante toda la Semana Santa qué había que hacer, y él, como pocas veces en su vida no sabía qué decirles. “Cuando apareció el ejército el viernes a la mañana, pensamos que la cosa se iba a ordenar, pero a la tarde volvieron a desaparecer para hacer acto de presencia, hoy lunes, ya los vas a ver”, me comenta Rafael. Trato de explicarle de los 6 mil postes caídos, de contarle que el ministro De Vido en conferencia de prensa quiso nombrarlo, decirle que era uno de los 30 mil que no tenían luz ni agua, y que estaban contemplando la posibilidad de ayudarlos. Quise decirle que la ministra Alicia Kirchner había estado hablando y respondiendo preguntas a los periodistas que poco sabían de la situación y que lo habían hecho por televisión. Quise decirle que su intendente, Mariano West, había peleado por radio para aclararle a la población que la cosa no era tan complicada. Pero todo lo que quise explicar me pareció algo similar a una burla. Él lo sentiría igual.
En principio, esta historia empieza de nuevo. Vivimos envueltos en una calesita de accidentes torpes. Tenemos para nosotros solo un puñado de certezas y andamos así, por la vida, tratando que el mundo las comparta, que los reclamos sean correctos, que la inversión en tiempo y espacio sea la mejor, pero siempre el poder tiene para con los que nada tienen, una explicación. La suerte de los más débiles siempre es la misma suerte. Mala suerte.
La causa de los olvidados de siempre.
Rubén Matos
Twitter: @rubenmatos