Las tensiones salariales, motorizadas en buena medida por la inflación, mostraron esta semana su cara más tensa, con las protestas masivas lanzadas por Hugo Moyano, que se reeditarán con fuerza el miércoles próximo con el paro y movilización convocada a Plaza de Mayo. Los ánimos están caldeados en más de un centenar de gremios que aún esperan resolver sus paritarias, mientras observan cómo la disparada de precios no cede.
Pero el tira y afloje entre la presidenta Cristina Fernández y el por ahora jefe de la CGT, Hugo Moyano, deja traslucir un trasfondo político que empieza a alinear los planetas entre algunos dirigentes opositores y otros, como el líder sindical, que hace rato rompieron lazos con la Casa Rosada.
Habrá que ver qué rol terminan jugando en ese nuevo entramado el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, quien ya salió en defensa de Moyano, y el gobernador bonaerense Daniel Scioli, quien si bien llamó a los camioneros a la calma, quedó atrapado por aquella foto del partido de fútbol jugado con el líder de la CGT justo días antes de que se lanzara el paro en la distribción de combustibles, y el kirchnerismo parece dispuesto a recordárselo durante mucho tiempo.
Las malas noticias suelen llegar en el peor momento y todas juntas, y eso debe haber pensado el miércoles la Presidenta, cuando debió volver de apuro desde la cumbre de Río mientras los camioneros frenaban la salida de tanques cisternas cargados con combustibles. Esa noche fue una de las más tensas que debió afrontar la jefa de Estado desde la crisis con el sector agropecuario en el 2008, y terminaron de marcar el punto de no retorno con el dirigente de la CGT.
Por ello, todo indica que la central obrera va camino de una ruptura inevitable, como ya ocurrió en otros tiempos: una alineada con la Casa Rosada, y la otra lista para hacer sentir la protesta.
El problema para la Presidenta no es sólo político: la realidad está marcando que la economía se desacelera a pasos agigantados. La actividad fabril cayó en mayo por segundo mes consecutivo, 4,5 por ciento, en lo que fue la producción más pronunciada desde enero de 2010.
La industria de la construcción está semiparalizada y las operaciones de compraventa de inmuebles se desbarrancaron definitivamente desde que la gente tuvo claro que el cepo de la AFIP había llegado para quedarse definitivamente. Consultoras privadas ya alertan que la inversión se desplomó 16 por ciento. Todo agravado por los efectos del cepo cambiario y por las trabas a las importaciones, que sacuden también las exportaciones.
El mercado laboral también empieza a sentir el impacto de la crisis, con suspensiones en el sector automotriz, y recortes de horas extras y turnos de trabajo en otros sectores. Por eso el gobierno apuró el plan de viviendas en un intento por aplicar políticas contracíclicas y echando mano de los fondos atesorados por la ANSeS. El futuro luce complicado en medio de un escenario internacional que pinta aún más negro.
La política de dólar alto terminó cautiva de la inflación, y el gobierno sólo puede dejar que la divisa se ajuste a través del mercado paralelo. El superávit fiscal ya es un recuerdo y el comercial empieza a achicarse a la par del cepo cambiario y el fuerte freno a las importaciones. Un escenario delicado, donde la soja, como ya lo hizo a lo largo de todo este ciclo político-económico, puede servir de paliativo y permitir que la crisis no golpee tan fuerte en la Argentina.
José Calero
Agencia NA