El Gobierno ya obtuvo un primer objetivo en su plan de continuidad: instalada en la agenda pública por voces satelitales a la Casa Rosada, la cuestión de la re-reelección de Cristina Kirchner está destinada a convertirse en el gran ítem sobre el que girará el proceso electoral que culminará con las elecciones legislativas del año que viene.
Ninguna palabra se escuchará de boca de la Presidenta sobre este tema hasta, llegado el caso, el momento en que la búsqueda de un tercer período sea una decisión tomada. Si eso sucede, lo que implica una superación exitosa —en términos de la recepción en la opinión pública— de esta primera etapa exploratoria, recién ahí hablará Cristina.
La sonrisa cómplice al cronista amigo o el silencio frente al cántico fervoroso de la militancia en los actos, serán fotos cotidianas de la reacción presidencial sobre este tema. Habrá que acostumbrarse a esa ambigüedad, que suele fanatizar a los que se dicen expertos en descifrar gestos.
Silencio clave
En aquella estrategia oficial, pues, el silencio presidencial es clave. Y también resulta funcional al globo de ensayo de la re-reelección el mutismo de otros actores de primer nivel del Gobierno. El secretario de Legal y Técnica Carlos Zanini, por citar uno de los pocos de la mesa chica del poder, no puede emitir palabra. Lo mismo que Axel Kicillof , el joven y poderoso viceministro de Economía, cuadro que enorgullece a La Cámpora.
Es que, justamente por esa cercanía privilegiada, si hablaran ellos a favor de la continuidad nadie dudaría que estarían reflejando el pensamiento de la jefa de Estado. Y eso podría precipitar los tiempos políticos mucho antes de lo deseado. Otra cosa es cuando declaran petardistas habituales del discurso ultra kirchnerista como el ex piquetero Luis D´Elía o el devaluado senador Aníbal Fernández. O algunos de los intelectuales que suelen aportar al ideario K. Todos se ubican en un círculo más alejado del que entorna a Cristina y decide con ella.
Encuestas
Todavía no se han conocido en forma masiva encuestas de opinión que reflejen cómo recibe la gente la idea de otro mandato presidencial de Cristina. Y, sobre todo, cómo cae el hecho de que, para lograrlo, haya que cambiar la Constitución Nacional, que fue modificada hace menos de dos décadas.
Si el Gobierno aún no ha mostrado sondeos por canales afines, probablemente sea porque los números no dan del todo bien.
"Todavía falta; si no hay demasiado rechazo en unos meses más, saldrán a la luz", arriesga una fuente del oficialismo. Ya se vislumbra cierta maniobra para instalar la idea de que la necesidad de una nueva reforma pasaría no por la continuidad de Cristina, sino para moldear una Carta Magna filosóficamente más en línea con estos tiempos que corren.
Le sirve a Cristina esta expectativa en torno a su eventual ofensiva reeleccionista. La ayuda a mantener intacta la gran cuota de poder que consolidó en la última elección general, aún cuando transita su último período posible según la Constitución vigente. Es que el kirchnerismo y, para ser justos, el sistema político en general, siempre leyó el segundo mandato cristinista como el inicio de la despedida de la mandataria. Justamente por esto, en una teoría sin antecedentes a nivel mundial, el fallecido Néstor Kirchner —que siempre intuyó lo difícil que podía ser otra reforma constitucional— sostenía la tesis de que "el proyecto" debía alternar un mandato de cada uno de los integrantes de la pareja.
La estrategia del oficialismo se complementa con las embestidas permanentes contra los eventuales sucesores dentro del partido de gobierno. Es verdad que es muy propio de la lógica kirchnerista, desde que Néstor fuera intendente de la capital santacruceña; pero no es menos cierto que resulta inherente al peronismo en general. La licuación de poder siempre fue un karma para los habitantes temporarios de la Casa Rosada.
Factor aglutinante
La oposición, a la que muchos le reclaman cierta cohesión y una actitud más firme frente al Gobierno, intuye que el rechazo a la re-reelección puede ser un elemento aglutinante. Han comenzado, incluso, tibios bocetos al respecto. Pero en el medio salió Mauricio Macri a proclamarse como la cabeza natural de esa resistencia y automáticamente apagó el espíritu colectivo que se intuía en el arco no kirchnerista.
Es que el jefe porteño provoca más rechazo en los sectores progresistas como el FAP o en una buena parte del radicalismo que en el propio Gobierno nacional, donde lo anotan como el opositor más deseado. Si, otra vez, en 2013 todo va a pasar por la provincia de Buenos Aires la re-reelección dependerá en parte de la habilidad política de los armadores presidenciales.
No es novedad: para impulsar la continuidad más allá de lo permitido actualmente, el Gobierno necesitará hacer una buena elección a nivel nacional y un resultado así podría asegurarlo obteniendo un gran triunfo en territorio bonaerense. Al fin y al cabo, es el gran bastión cristinista al menos desde 2005.
A priori, y en líneas muy generales, todo parece encaminarse a una elección con una oferta de tercios: el peronismo oficial, por un lado; el macrismo y acaso una parte del PJ rebelde, por el otro; y, finalmente, el progresismo no kirchnerista con el FAP, la Coalición Cívica y tal vez el radicalismo formando un eventual frente.
En ese escenario, para el Gobierno parecería imperativo mantener la cohesión del justicialismo que hoy integra el Frente para la Victoria. Tal vez eso explique los mimos que viene recibiendo el popular intendente de Tigre, Sergio Massa. O cierto aire pacifista que se respira en la siempre conflictiva relación con el gobernador Daniel Scioli. Son los peronistas bonaerenses mejor posicionados. También, los que pueden hacer mayor daño si deciden partir del redil oficialista.
Mariano Pérez de Eulate
NA