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EL ULTIMO RING DE HUNTER S. THOMPSON, EN COLORADO

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VIVIÓ Y MURIÓ COMO UN CAMPEÓN
VIVIÓ Y MURIÓ COMO UN CAMPEÓN

   El planeta fáctico, global, mediático, supremamente real, no es más farandulero y banal, porque viaja en la dimensión conocida del vivo fantasma de la guerra, y rueda sobre el colosal precipicio de sus errores, la mostaza, el ketchup, las donas de sus días frívolos, curiosamente auto depredadores. La aguja en el pajar nos mira casi sin esperanzas. Somos su átomo perdido, sin tiempo, en búsqueda de la nada, donde nos volveremos a encontrar. Qué miopía la utopía de este presente. Por Dios que el Diablo anda suelto y con que gracia Lucifer camina por nuestro tejado de vidrio. El futuro alquiló una habitación cerca de Hollywood para rodar su película con actores rechazados, que pudieron ser extras, pero prefirieron vender hamburguesas, pólizas de seguro, acciones, a los asistentes del Fantasma de la Ópera, a ignorar el apellido de sus padres por razones de éxito. Me paso la película de esa fábrica de sueños, cuando hace unas horas murió Arthur Miller y siento que un poco más Marilyn Monroe, bajo las terribles luminarias de Hollywood y de la pausada brillantez del dramaturgo, que no pudo salvarla del suicidio que le rondaba como una larga soga el vacío espectral de sí misma. La muñeca del deseo se fue el ruido de su voz, desnuda en su primer calendario, soñada por todos los sueños, su falda levantada en el perímetro exacto del sexo y la mirada que sonroja el perfecto maniquí. Miller no pudo con el ascensor implacable, el sube y baja de Marilyn, que dormía con el fantasma de la muerte debajo de la almohada. Fue un personaje secundario, un dramaturgo obligado a vivir en constante mutis por el foro, sin una escena prefijada,  la  de la vida con y que imponía Marilyn. Lo mejor ya lo había hecho, y ambos para ser precisos, rechazaron ser el Sueño Americano. Ella lo abraza bajo un roble y la prensa no dejaría a Miller dormir más, bajo el implacable flash de la actualidad. En esa escena, parecía que no moriría dos veces, el exitoso éxito de la orfandad. Pocas vidas como la de Marilyn estaban escritas por el éxito y la fatalidad, caminos paralelos de un mismo destino falso.

 

§         Aquí yace el futuro, dele una mano

(El Editor me hace un paréntesis, su mano en un círculo revolotea sin sentido el aire que la olvida, y dejo caer frente a mis ojos, la sábana periódico en un leve chasquido de páginas, la rutina de la tinta y las letras ya probadas en el papel. El silencio se traga el silencio, y como decirle que el mundo sigue girando en la misma dirección, un poco más inclinado a la derecha, pero básicamente con la misma distancia equivocada de ayer en dirección al precipicio. Su tarea la transmite en los ojos que atraviesan el enorme  vidrio que nos separa: es urgente trazar una agenda, donde podamos escribir sobre la serpiente, el pecado original y que sucedió después de la expulsión del Paraíso. Veo en un aletear de gestos y ojos soberanos, la mueca del mediodía, como que no todo está perdido, Silvia, somos aún el átomo perfecto aunque con un tiempo medido. La inmensa posibilidad del cosmos, el azar de la vida, frágil canto del cisne que observa un simio en primera fila en Broadway, la pantomima de su pasado, mientras un utilero le entrega  una banana con un librito intitulado:  En búsqueda del eslabón perdido. Él sonríe y se abre el telón. Un paisaje de nieve con una Casa Blanca y un cartel que dice: Aquí yace el futuro, da inicio a la función y el simio aplaude. Aparece un actor, que comienza a decir, no se mueva de su asiento, por favor, pasará un asistente de utilería que le contará la obra personalmente para que usted la corrija y a la semana siguiente la presentaremos con sus modificaciones, pero usted también subirá al escenario. Su vida seguirá siendo modificada por los sucesivos espectadores que acudirán a ver la obra, hasta que no la reconozca y pueda asumirla en propiedad como si realmente le perteneciera. Borrará su propio papel y así sucesivamente, un actor nuevo, una vida nueva, un futuro blanco cada día, sin memoria, ni rastros de la vida pasada. En una esquina del tablado, una mujer estará instalada con una pequeña tienda con distintos avisos que se irán intercambiando y desaparecerán en la medida en que la leyenda calza con algún pasaje de la vida del lector. El pasado es un preámbulo, déjelo pasar. El presente, una realidad parcial, absolutamente imprescindible y desaparece cada día. El futuro, es un espacio blanco con un andamio siempre en movimiento, instalado para pintar el infierno o el cielo. El Editor avanza como la mañana. Siento, olfateo que prepara un encuadre. Su manera de acomodarse la corbata, arquear las cejas, cachetearse el cabello, embestir el espacio hacia delante. Es el rostro de las ideas fijas. Un cuerpo que avanza poseído, dragado por la acumulación de una atmósfera que no revela, pero se hace transparente para quien lo conoce y sabe distinguir entre el escombro inútil, que estorba, y la  ruina elegante, que siempre suele tener un pasado, si no luminoso, añorado, existente, real. Se desplazaba como columna, buscaba sus cartoncitos de colores en el bolsillo, los temas, puntos, anotaciones, sugerencias, pequeños mapas, nombres de personas, fuentes, días, horas, un calendario, y ya sabía que en sus bolsillos estaba el remolino de la agenda.)

No hay un paréntesis, que no traiga otro. Uno sólo es capaz de mirarse al espejo, y saberse vacío. Sonreír sobre uno mismo, es  un acierto. El mundo se construye y camina a nuestras espaldas. Y no es una frase. La realidad es el gran maquillaje de lo posible, lo que no es. Otro paréntesis, pareciera innecesario, es cuestión quizás de forma. El contenido es un subproducto tóxico de la realidad. El Golf no tiene límites, es un paisaje totalizador. Es un mundo aparente, verde, con algunas aguas y arenas ordenadas en unos obstáculos convenidos: azar para el juego. El planeta tiene nuevos cráteres, no ilusorios huequitos. Se expande hacia el precipicio. ¿Por fin nos vamos a Marte ahora que hay agua congelada? Ha quedado mudo el Papa, por fin podemos hacer las maletas. ¿Dios sin voz en la Tierra? Quién sostiene la Fe, mientras rueda la pelotita en el Open de Hawai, un día de viento en la isla, la fantasía frente al mar, y los jugadores ignoran que detrás de cada golpecito un huequito observa con nostalgia días mejores. ¡Qué se sigan abriendo los Opens, ya vendrán tiempos mejores! Hay que acorralar el lenguaje, y ver si él se deja, le comentó al Editor, tan escéptico, lector ahora de blogs. Es que la gran prensa se disfraza de Caperucita Roja y se come al lobo, para sentarse a la salida del subte y balar como oveja descarriada, sin responsabilidad alguna. Después que la nieve ha caído, corre detrás de una columna de ketchup y se hace  inocente paisaje de supermercado. Algo comestible. Amigable hasta en la soledad de la noche. Que es cuando  que...

§         Por Thompson doblan las campanas

 Se fue este año y poco antes otra voz grande de Estados Unidos: Susan Sontag, que con Miller, llenaron una parte vital del siglo norteamericano, más allá de las cuentas primitivas de detractores y admiradores. Compartieron el “pasado siglo literario americano”, con William Faulkner, Trumann Capote, Tenneesse Williams,  Eugene O´Neill, Ezra Pound,  J. D. Salinger, Norman Mailer, William Carlos Williams,  Robert Lowell, Archibald Mcleish, Allen Ginsberg, y la lista es  más numerosa, habría que completarla con narradores de medio siglo veinte en adelante. A diferencia de la Sontag, que  resistía un viejo cáncer, Miller no pensaba en morir, seguía registrando su pasado en un nuevo  libro y amando a una pintora, 55 años más joven que él:  Agnes Barley, que podría estar embarazada del autor de Trópico de Cáncer.  Y es muy posible, por lo dicho en un último texto, intitulado «Beavers (Castores)  y que  aparece en el número de febrero de la revista «Harper´s. Es la historia de un hombre que se plantea matar a un castor que campa por su propiedad y acaba revisando su propia vida: «No creía en su muerte», y: «A sus ojos, era inmortal. Hunter S. Thompson no lo creyó así y se destapó los sesos en su casa en Woody Creek, cerca de  Aspen, Colorado. Periodista y novelista casual, había trabajado en  un periodismo ficcional, donde él estaba untado de tinta, sudor, drogas, vértigo, pasión y  simples hechos de la vida, hasta la tuza. A eso le llamó periodismo gonzo, porque en Estados Unidos todo tiene que llevar una patente para poder sobrevivir. En su decepción frente al Sueño Americano, se emparenta a Miller y a Bukowsky, Ginsberg.  Bajó  deprisa, bruscamente  la última persiana del día,  y partió en su viejo Chevrolet camino a Las Vegas, sin miedo ni asco, en un final de  filmación, consumido por el espacio y el aire infinito del desierto. Llevaba sus propias cenizas, para ser arrojadas a un Cañon, entre las montañas de Colorado o UTAH, esas amplificaciones de la soledad y del silencio. (Al final de sus días, cambió de idea, pidió  que dispararan sus cenizas por el cañón de una escopeta.) Lo hizo a última hora, por escrito. Estaba consciente que había jugado al ritmo de su propia ruleta. Thompson ya había probado la golosina del Sueño Americano, a su manera. Sinatra, si Frank, divulgó la idea cantado su canción en Nueva York y Las Vegas. Así vivió, bajo lo nuevo, y una tarde de hastío en el Kentucky Derby, bajo las alucinadas patas de los caballos, reventado, sin historia, escribió unos apuntes fantasmales sobre sí mismo, el entorno, en una reescritura, donde él era el antropófago de la realidad que le consumía. Mandó las vísceras a la redacción. Notas de su libreta, páginas sueltas, chatarra verbal, óxido puro, fue el que filtró ese día,  reforzado con una buena dosis de desencanto. Era 1970 en el calendario y su destino partía de las patas del Derby de K. de ahora en adelante. Lo imagino apagado y encendido en alcohol, humo, drogas, como un jinete solitario esa tarde, en que la fortuna le iba a sonreír, porque el azar escoge sin un aparente sentido, su propio orden y lo inaugura. Estas especulaciones parecen un homenaje y lo es. Thompson le quitaba un poco las babas, la mirada bobalicona, lineal al periodismo, la aburrida coherencia de lo mismo, esa pirámide sin faraón que suelen traer las notas. Dejaba a la momia sin vendajes. La revista Scanlan's Monthly, publicó ese puñado de datos personales, la biografía de ese día en el  Kentucky Derby, la atmósfera que le saturó los sentidos a Thompson. Y pegó con su nuevo periodismo, que no fue para inflar globos personales, sino denunciar el establecimiento, la moral pacata, pueblerina, el vicio rutinario de una supuesta perfección americana. Quizás esa tarde quiso deshacerse de sí mismo, olvidarse de su oficio, qué hacía, por qué estaba ahí reproduciendo la mentira del Derby. De la crónica pasó a la novela, pero salió a buscarla en las carreteras, a vivirla, enfrentarla con las herramientas de un cazador de realidades. Las Vegas le puso un imán a sus  propios excesos. Se abrió entera la carretera y él partió con su abogado y un par de botas. La historia está en su libro Miedo y Asco en las Vegas. Compartió el producto de la podredumbre del establecimiento, droga y la banalidad, el gran piso mediocre del sistema. Las Vegas le cambió el paso en pleno desierto. Un día anaranjado en la violeta madrugada entró con su humanidad vencida, apestosa, y empujó su historia. En las márgenes del desierto, no hay otra realidad posible que lo que no se ve y palpa. El vicio está intacto, a punto de ser probado. Jadea. Es asfalto recalentado al mediodía y un  trozo de hielo glúteo en la noche. Ya  se siente deslizarse la mantequilla de la mañana temperada. Allí se jode abiertamente. Se jode entre dos, y tres o más. Se jode desde la mañana y se ven las casas rodantes rodando de a dos o más jodiéndose mutuamente. Siempre se jode.  Las ventanas miran el desierto y se saben lejanas en un nuevo paisaje que se les repite. El sol  se abre rojo, naranja, declina. En un momento fluye en un orgasmo nítido, sus colores se degradan, es la mejor droga que María consume ese día en sus retinas conectadas a su mapa corporal de latina borrada en sus fronteras amatorias, descolgada del yo, un atardecer  de copulaciones sosegadas, de almendra. Y allí se está jodiendo. En Las Vegas se siente la otra carne viva, se le respira. Holywood ha ayudado mucho a construir un escenario-espectáculo, que no le teme al ridículo, ni  a lo que produce la pesadilla de la noche abiertamente detrás de las sombras de las luminarias de su fatal sonrisa. Los que sobre en las noches de Las Vegas es luz. Se jode en la jadeante carretera. Unas caderas doradas, pelvis a punto de ser amapolas. Me parece estar leyéndolo de amanecida, viéndole caminar  fuera del Chevrolet sin sentido ni destino. Olfateando la pintura, el músculo de su carrocería. Fue su lección en palabras más o menos. Thompson jugó duro para escribir su libro de contracultura. No fue un reportero de la calle, sino vivió los sucesos, la historia, se documentó en ella. Se untó de todo y partió hacia adelante. ¿Despotricó como una voz más en el desierto? Dejó al final un escenario que odiaba, tanto como al jefe y autor del  último libreto, él que promueve la nueva pesadilla americana. Rumiaba su última soledad. Dijo: otros cuatro años de sífilis, y apuntó el dedo a la new Casa Blanca. Un escritor algo más que pringado, como imagen, le parecía insostenible. No escatimaba elogios sarcásticos al sistema que aborrecía con toda su alma. Se había refugiado en Woody Creek, Colorado, detrás del tiempo que  pasaba y no le favorecía. Una  casa grande llena de escopetas, una bicicleta y un caballo. No sé si había pasado a la taberna de María Harris en los últimos años, para dejarse inundar por ese mar de fotos anónimas que le hacían parecer un forastero. Siempre se buscaba y no se encontraba. Un ejercicio salvaje de la memoria, frustrante del sueño, la sinopsis de una tarde tragos. Las cabezas de búfalos, eran una de sus debilidades. La puerta de María Harris, se hacía anunciar por una de ellas. ¿Buscaba borrar en la nieve sus últimos recuerdos? Era un devorador infernal de bananas split y daiquiri. Es lo que cuentan quienes le conocieron y era probable que así fuera. Él no parecía reconocer testigos de su vida. Parecía estrangularlos en su garganta infinita. Los disparaba como a perdices bajo el cartucho de su pólvora y sólo los digería por placer. En verdad poco sabemos qué va a hacer de un hombre al final de sus días. Thompson  dejó entrever varias veces que no esperaría la muerte en la vejez, viendo caer la nieve en Aspen o Loveland. Llamó a Bill Murray- el de la película de los Cazafantasmas-autor de la obra: Cinderella Story: My Life in Golf", una especie de autobiografía, para explicarle un deporte que recién había inventado. El escopeta-golf, consiste, según Thompson, en golpear una pelota de golf normalmente con el palo, mientras el otro competidor la hace estallar en pleno vuelo como si fuera una paloma redonda. Sin duda era una guía didáctica para quien indagara, se sintiera algo interesado en los pasos que él mismo daría en los próximos días de su vida. Y así ocurrió. Repetiría la vieja escena que Ernest Hemingway le había copiado a su padre, cuando bajó apresurado de su cuarto a la sala comedor y gatilló de una escopeta el cerebro de Por Quién doblan las Campanas.  Thompson, hablaba en ese instante con Anita, su esposa, quien se encontraba en el gimnasio y le pidió que regresara a casa para que le ayudara en una columna política que estaba escribiendo. Mientras conversaban, Anita escuchó al otro lado del teléfono, una explosión casi inconfundible, pero ella en principio no la distinguió. Espero recuperar la voz de su marido, pero fue inútil. Anita resumió así su vida con él: Era mi mejor amigo, mi amante, mi compañero y mi maestro. Pero sé que ahora está más vivo que nunca", dijo Anita. "Su muerte fue un triunfo de su espíritu porque era lo que él quería. Vivió y murió como un campeón".

¿ No está prohibida la casa de la zorra?

  Así la historia pone punto final, en la metamorfosis de sus días. Si no, que lo diga Diana de Gales, perseguida como una zorra roja por los bosques de los Windsor, y finalmente acosada en el túnel odioso de la muerte, en El Puente del Alma, París. Lady Di, poco antes de morir embarazada, anunciaría su conversión al musulmán y casamiento con Dodi al-Fayed "Esta fase particular de mi vida es la más peligrosa. Mi esposo (Carlos) está planeando 'un accidente' de mi vehículo, una falla de los frenos y graves lesiones en la cabeza”, denunció en una carta que dejó a su secretario Paul Burrel. Distintas pistas, como el cambio del examen de alcoholemia en el laboratorio del chofer del mercedes accidentado y del Fiat blanco que se le atravesó en la ruta y nunca se supo de quien era, conducen a un probable asesinato. El 88 por ciento de los británicos, se inclina por la tesis del crimen. No estamos recordando a Diana, en el corazón de millones de personas en el mundo, pero ha vuelto a ser noticia por obra y gracia de la imprudencia, estupidez manifiesta del príncipe Carlos y su amante histórica, Camila. Nada menos que George Bush, el ultra conservador presidente de Estados Unidos, abrió  una nueva Caja de Pandora al Reino Unido, al no aceptar a Camila en una próxima visita a la Casa Blanca, planeada hace tres años, con su  futuro marido, el príncipe Carlos, con quien recorrería ese país del norte en su primer tour después de la boda. Bush, tradicional socio de Gran Bretaña, sorprendió a la opinión pública mundial con sus declaraciones y el portazo de la Casa Blanca en las narices de Camila  Parker Bowles y su príncipe. El mundo sabe que es un caso aún no esclarecido. Diana siempre se sintió, según sus declaraciones, como un cordero que la llevaban al matadero, desde  el mismo día de su boda. El inquilino de la Casa Blanca se montó en esa ola de malestar latente desde su muerte, dudas, inconformidad pública del pueblo norteamericano, principalmente, y porque es divorciada y tuvo que ver con la separación de Diana Spencer. Una visita inapropiada, dijo una fuente oficial de la Casa Blanca, al diario inglés Sunday Mirror, Los norteamericanos son conscientes que esa visita atraerá mucha atención de los medios de comunicación y el Presidente (Bush) quiere evitar un escándalo público". Además, señaló el vocero, que la gran mayoría de los estadounidenses sigue considerando a la princesa Diana de Gales, ex esposa de Carlos, como "víctima" de las "intrigas palaciegas" entre el heredero a la corona británica y Camilla, su amante de más de 30 años. Ya los viejos amantes se casarán y no será la boda un cuento de hadas. La Reina no los quiere ni  en pintura en el Castillo, llamando la atención, de sus herméticas y sagradas paredes, donde la historia lanza una feroz carcajada. Que será de los dos en manos de William Shakespeare. Por ahora, el museo de Madame Tussaud, no quiere a Camila Parker ni en cera. El museo tiene tradición. Desde el siglo XIX, los que eran guillotinados, quedaban entre sus paredes, inmortalizados. El cordero de Diana sigue sangrando por la herida real. No borrará los pecados de los Windsor. Han transcurrido siete años de la muerte de Diana, la cábala de la ruina de un espejo roto, pero Camila no se reflejará en el espejo de Alicia Spencer. Ninguna maravilla para la bruja Parker. Buggs Bunny no la dejará entrar a su Casa Blanca.

  • Infante ya vivo, difunto

Y la mazorca de las letras sigue desgranándose en el 2005. Guillermo Cabrera Infante, es el nuevo difunto en Londres para una Habana que él amó como una mujerzuela inocente a punto de desflorar cada día y manchar en la solemnidad de la alcoba callejera. Se calzó La Habana durante 40 años con sus noches, y le braguetió la vida dentro de sus columnas, en la humedad que arroja el malecón y la convierte en un bombón del Caribe. Negra, mulata, chocolate, la ciudad se construyó para ser amada, en la imagen desnuda de la inocencia, sobre su mirada impúdica, dentro del huracán  que la habita y sostiene.  Nos vivió y revivió la ciudad, el mito de la sangre en carne propia, porque este Infante ya vivo, ya difunto, se mudó con su Habana a Londres,  y la lleva en su vacilón hacia donde quiera que esté ahora. Era su Dublín, Nueva York, París, la ciudad sin paredes, llena de oídos, música, cuentos, sudor, pasión. Se le detuvo en el tiempo La Habana, que no deja de ser lo que es, hasta para quienes no la conocen y más para aquellos que la dejaron obligados y ya nunca encontrarían un segundo amor. Supo documentar el sabor y la intimidad cubana, viajar por dentro de sus arterias, el humo, la sangre, y ser carne entre venas y grasa, la manteca de una noche a punto de freírse. Fue otra cosa en el exilio y no se instaló en Miami. Se llevó su Pequeña Habana en el corazón, en el humo de su tabaco, en la solemne actualidad de sus invariables días, porque el amor a veces es una cruel lejanía. Dibujó en la palabra gaseosa sus amores, en el vapor bautismal sostuvo la raíz de su verbo. Él, barroco en el barroco, soñaba su literatura real en el arte de la palabra y sus juegos múltiples. Bailó al son del caracol adjetivado en La Habana. Fue todos los boleros, el bolero melodioso, el Bola de Nieve del lenguaje habanero de La Habana eterna. Sí, la musicalidad del paso adelante caballero, qué mulata, hermano, si va para el cielo y no necesita nubes o el secreto a voces de la noche tropical arrastrada en el hilo agónico, festivo, novelesco de sus cuerdas bucales. El Tropicana con sus escenarios flotantes, mesas redondas, acinturadas, mulatas robadas al deseo, programadas en la virtud del vicio consentido, diosas  para pecar. El odio está también contenido en lo que se ama, en el recuerdo vivo de lo que no se puede tocar, acariciar, palpar, sentir, vivir, respirar y sólo se sufre por ausencia. Exilio que un corcho flota y las manos regordetas hunden. Tal vez así fue su agitada respiración en las últimas semanas. Sentado frente al umbral del adiós. El mar, el mar recostado con sus grandes caderas, flujos y reflujos, ojos Caribe sobre el desnudo ventanal de Londres, compartiendo la neblina, el reflejo de la vieja última sombra personal. La cama es hielo fantasmal, yeso que se pudre en la retórica de la muerte, el reino de Gran Bretaña  le incinera el presente, pero La Habana seguirá siendo su porvenir. Así se fue, siento, su partida, con su cuerpo desvencijado, en el agujero del pecho,  un ronco silbido de pájaros sin cabezas aleteando en el espeso paisaje de la mañana final. ¿Una ciudad se vive una sola vez como la muerte?  Somos un mar de interrogantes, Heráclito, y sudamos un millón de veces, por y con Ellas. Forma parte ahora  junto con José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Nicolás Guillén, lo esencial de lo cubano, en lo real maravilloso doblemente barroco, algo muy de esa isla caribeña, una mirada de caimán por la geografía de la poesía, la voz cubanísima. La ciudad contravía, a 90 millas del norte, algo estacionada en la memoria de los finales de la década del 50, sobrevive a sus encantos, la magia, debilidades, y sus viejos edificios frente al mar inmutables recogen también un nuevo tiempo. Cabrera Infante pagó el tributo de amar La Habana por sus cuatro costados y le fue fiel hasta sus últimos días, como un amante verdadero, dolido, deshabitado y se la llevó en el viento de su pantalla. Fue un cinéfilo a tiempo completo y tal vez ya esté sentado en la butaca frente a  la película que desea ver hace años. Algo de eso habló en una entrevista: la obsesión por la caída de Fidel Castro. De hecho ocurrió, sin mayores consecuencias que un par de fracturas. El Comandante pareciera ser un Quijote en estos 400 años cervantinos, a prueba de molinos de viento, y se transforma en Lázaro ante el verbo lúdico de un viejo camarada, que como tantos otros desertaron de la Revolución. Cada uno en su Rocinante, en algún lugar de Cuba, caribeños caballeros, con sus armaduras que el tiempo va venciendo, entran en sus posadas, va amaneciendo, Sancho que no deja de comer frente a las estrellas atravesado por el porvenir. Una Isla, Una Isla, Sancho, deja de comer tu propia Ínsula. Crecían como hongos los cabarets en los años 50, las plumas del culo de La Habana eran visibles, radiantes en las noches de fuego y juego, visiones que llegaban a Nueva York, y Hollywood también se inspiraba en el naipe abierto de la ciudad. Hijo, Cabrera Infante, de fundadores del partido comunista cubano, vaticinó motines y saqueos. Los peores vistos e imaginados, dijo, en las épocas de Batista y Machado, en La Habana, con la destrucción de los lujosos hoteles españoles y canadienses, una ciudad después de un huracán, tornado y tsunami, que flota sobre un cañaveral alquilado. Los epitafios suelen ser tan lúcidos, como innecesarios. Tienen alma de niño, no sé, se sienten eternos como los doblones de oro. Viajan con el muerto, lo sobreviven, le recuerdan que está bajo tierra, pero vive en los corazones  de sus deudos. Son tan eternos, como la palabra mierda. Murió de septicemia y su esposa, la antigua actriz cubana, Miriam Gómez, maldijo la infección que cogió en el hospital" de Chelsea and Westminster, donde fue ingresado en un primer momento. "Estaba desesperada por sacarlo de allí. Ese hospital es un asco, un horror, aquí no limpian los hospitales, dijo. Su último escrito fue el libreto del filme The Lost City, con pasajes de su novela cumbre Tres Tristes Tigres, que se estrenará en septiembre bajo la dirección de Andy García y con una breve participación en la pantalla, de Dustin Hoffman. ¿Cuál habrá sido su último trabalenguas? Había una vez una lengua que destrababa una hermosa ciudad en las noches perfumadas del Caribe, sus pilares la sostenían frente al mar, re-encuentros tibios desencuentros, furtivos idos pasajes perdidos, con esa carta que son todas las barajas viaja bajo una misma manga, nuestro escondido As de corazones, eslabones sones danzones  y bailan los faraones del sueño, abrázame Habana, respírame, Benny Moré canta con su instinto animal, bárbaro, ritmo,  Pero qué bonito y sabroso7bailan el mambo las mejicanas7mueven la cintura y los hombros/ igualito que las cubanas/  Con un sentido del ritmo/ para bailar y gozar/ que hasta parece que estoy en La Habana /cuando bailando veo una mejicana /no hay que olvidar que Méjico y La Habana/ son dos ciudades que son como hermanas/ para reír y cantar.: Voy yo iba ella él en ese entonces viajando volándome frente al Malecón mirando con su aire vista al mar moviéndome como ahora amorosa mía, Habana,  vaivén, déjate amar, chica. La Ninfa inconstante es su  trabajo inconcluso. Trabajaba en él, desde hace casi una década. Un amor, decía, más allá del recuerdo, como La Habana,  seguramente. Cabrera Infante, nos cedió sus derechos para seguir amándola.

  • Mudo ciego cine

El cine es la novela del presente. Un libreto sin mucha historia. Una historia sin libreto. La historia es pantalla. Un telón de fondo, sin fondo. Detrás del final, una historia. La vida como un pretexto, el texto en unas cuantas líneas. Hay forma sin contenido. El tiempo lo vive un suicida. Lo sueña una mosca. Lo cuenta un cartero sin nombre. Rollo negro el día. End de un To be continued. Mi calendario está en marzo y me olvido de febrero. Él fue un 22 y ella un 15 de marzo. Las fechas son a veces, insostenibles. Que se apague el telón, porque viene otra historia. Me la contó el poeta y se la creí. “Nunca pensé que llegaría esta oportunidad. El destino es fiel y cumple. No nos falla, aunque vayamos de pie. Siempre habrá algo, para alguien. En la larga madeja, una punta y una cuarta más, el resto del iceberg para cualquiera. Las historias suelen ser muy simples. Pueden tener un preámbulo. Un fruto está rodeado de una cáscara. El amor tiene un envase que se llama atmósfera. Bajo la piel está lo que la piel siente. Los días traen sus raras sensaciones, aunque sea un verano cálido, visitado por las agradables brisas del norte. La tarde había avanzado y seguía estando tibia. Un día son muchas cosas y ninguna. Se hace realista o abstracto, el mismo tiempo se convierte en algo inesperado. Una realidad es una casa banca rodeada de pinos y un deambular pájaros de pecho rojo, por las fechas más cálidas y secas. La ciudad es otra cosa, sus calles parecen arena movediza, recalentadas en asfalto negro, no se ve gente, las señales viales y las despiadadas vallas publicitarias arrancan a pedazos los sentidos, desmovilizan el sentido común. El paisaje se desmorona, aferra desesperadamente entre las vallas, herido, vomitando sangre por las narices, frente aun desolado pedazo de cielo, árboles que echan inútiles raíces. La realidad también aprende. No es que uno no haga tiempo para ver todo eso, o uno pueda saltarse esas vistas mirando fija la carretera sobre el insomne volante. Es inútil, uno queda con las luces de los semáforos en la retina y todas esas imágenes estalladas como un sangriento escopetazo en la memoria. Atravesé por un atajo esta vez, narra el poeta, y olvidé ese campo minado por unos minutos. Entré por el espinazo de la ciudad, el costado de Eva, una vía paralela, más discreta, llena de curvas, que se inicia elegante y desmejora a medida que entra a la ciudad real. Dos iglesias, dos parques comunales, una garita policial, numerosos policías muertos para ir a baja velocidad, un colegio grande, lo más significativo y todo sin vallas comerciales, junto a unos vecinos desprevenidos. Un puente en un cruce saturado de vehículos, un gran remolino gatillado por un loco. Polución en esas cuatro esquinas, un río de automóviles asfixiantes, asmáticos. Ahí se debe superar el remolino sin pensar en nada. La vista b nublada. Sólo salir. Me sentí centrifugado al otro lado del río, dijo el poeta. Pasé. Ya. Concluyó algo jadeante. Una ciudad son más cosas. No nos equivoquemos. Las desconocidas suelen ser las de mayor impacto. Los pequeños hechos ocurren como en el cuarto de un sultán. Mi objetivo, explica el poeta, era otro esa noche, porque ya la tarde se había perdido en el corto trayecto y recostaba como un lagarto rendido a su soledad. El tiempo no recurre a ningún truco conocido, sólo corre. Doblé a la derecha, el poeta en primera persona, y sigue, inevitablemente dos veces y enfilé dentro de la Universidad, una calle larga de edificaciones desoladas. En febrero el escenario es así. La noche es lo real en esos casos y para ser exactos, el poeta estacionó frente a la librería universitaria, un extraño lugar donde se venden libros y zapatillas. Me imagino a Franz Kafka saliendo de allí con sus zapatillas último modelo, ignorando el  tiempo, en su zumbón follaje de palabras. Al poeta le esperaba en la Sala Universitaria de Cine, el inicio de un festival con Woody Allen. Hablo en primera persona y no es cuestión de estilo. Esperé 20 minutos en un pasillo de cemento bajo techo, frente a la taquilla, dos negras de pelo liso. Resultaron ser de las dos fronteras. Una con Colombia y otra con Costa Rica. Sólo quedaba la función de las 8 PM. La última del día. No había un programa para conocer sobre la cartelera. Supe que era Hannah, por un aviso en la pared, escrito en computadora. Ni una sola imagen de Woody ni de la Keaton. Ya no son pareja, quizás tengan razón, dije. Dos extraños amantes. Todo en Nueva York, como debe ser algo extraño. En blanco y negro, la filmación, como estos días. Nunca esperé (primera confesión) una intimidad tan grande entre Woody y yo, y la  D. Keaton, un poco menos. Woody, el protagonista, ridículo a veces, inteligente, mordaz, un hincha bolas (perdónenme el argentinismo) metafísico a tiempo completo, un ingenioso subproducto urbano del Chaplín judío neoyorquino de Brooklyn, sin bastón, ni bigote, pero de nariz y orejas prominentes, absolutamente chistosas, verdaderas edificaciones de una época de Manhattan. Saxofonista y cineasta finalmente. Me parece que su biografía es su gran dato, lo más personal que tiene, el pequeño tranvía que cargamos sin paradero de nuestras  fantasías, obsesiones, patologías, fobias, fracasos, aberraciones, el guante dorado de la esquizofrenia. Todo envuelto en el celofán de los pequeños triunfos, unos seres pequeñitos, casi acomplejados. La derrota suele acogernos con sus excesos y devastador optimismo, pero siempre con los brazos abiertos. Nadie, pareciera, más segura en sí misma. El éxito es más parco, cuando puede, aunque elocuente en algunas de sus estridencias. Si bien es cierto, puede tener alguna legitimidad en el tiempo, es selectivo, veleidoso, caprichoso y administrador per se de las escalas de la vanidad humana. Quinta corrida de butacas, detrás de mí, sólo el operador y 159 butacas vacías, Woody Allen, contando un chiste, con su camisa escocesa, corre el rollo. Es una pareja que vive el encuentro del desencuentro en ambas vías y  se aman en los bordes de la vida, periferia y centro, circunvalan el oído, corazón, las extremidades, bajo el encendido clímax de pequeños fósforos cotidianos, donde el paisaje suele ser como la atmósfera, parte de la humanidad incumplida. Me quedé sola viendo con el poeta, y el operador cautivado por la soledad de la sala, a un  Woody Allen que temblaba en un verbo imparable, como su casa paterna en Brooklyn, bajo la montaña rusa. Se pueden cambiar las interpretaciones de las palabras, trasvasijarse las personas, en un espacio coctelera todo es  improbablemente probable, como en el mundo real. No pude dejar de asociar esa escena, ese pasado, ese lugar neoyorquinamente felliniano con la máquina gesticuladora de Woody Allen. Era como lanzar un loro en el Central Park, sin tiempo, restricciones, autorizado por el alcalde la Gran Manzana, con toda la libertad de la estatua y mucho más a su disposición verbal. Veo, siento más bien, la casa suspendida en Brooklyn, y W. Allen, creyendo que sus padres se van de viaje en cualquier momento, entre ruido de trenes, andenes imaginarios, la familia bamboleante, judía, precariamente habitada en el aire, desbocándose el ferrocarril en la línea férrea de la sala de estar, sin maquinista (ni falta hace, él tomaría la palabra más adelante), la casa varada en una calle, como si estuviera bajo un puente que sueña con un río. Las neuronas de Allen Stewart Konisberg, es decir, Woody Allen, hacen carambola e inician su propia aventura hasta hoy día. End.

  • El infierno de  Ciudad Juárez

El cine es la máquina implacable de fuegos fatuos, que comparten la ficción y realidad inexcusablemente, no precisamente los protagonistas o los extras del celuloide, sino el gran público que arrastra su tiempo por las taquillas, elefante  gris de su ocio reencontrado en la pantalla. Llevémoslo todo al cine, al vida y la muerte, el ojo satinado en el calidoscopio. Abracemos la pantalla y a re-comenzar todo de nuevo, a fundar lo infundable,  para que el telón nos cuente la vida como si realmente existiera. Digo, porque repaso en la memoria unas cruces moradas en Ciudad de Juárez, donde la muerte usa faldas gruesas, y anónimas almas en pena vuelan el desierto, en el desamparo, gritan detrás de la noche por una justicia que vive arrodillada en un pozo de sal y agua y olvido. La muñeca se infla para no morir. Confía en  el deseo, el amor inconfesable, el vicio  desfundado en un arte inútil, vergonzoso. No hay ley, se dice. Convierte en plástico todo lo que se toca en ella, el mismo monólogo. Al menos no traficarán con sus órganos. Sólo reemplazarán a la noche, la costilla vacía, la imagen perfecta de la soledad. Las 400 mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, muchas de ellas son niñas de 15 años. Casos atados a la impunidad y el misterio. Existe una extraordinaria documentación del engaño  y el olvido, y en esas desoladas tierras sin Dios ni ley, la muerte no altera el producto. Tanto se ha escrito, que  las autoridades no saben de que se trata, ni  tienen pistas que recoger, porque pareciera ser, que existe una perfecta complicidad con el delito. A un paso de Texas, en zonas desérticas, el coyote de la muerte roba el cuerpo, viola las huellas de su delito, hace  identidad con la muerte. Quizás los órganos viven aun en otros cuerpos. ¿El negocio no es un delito, sino un negocio organizado por órganos bajo la férrea organización del crimen organizado? Ciudad Juárez, tierra de nadie y olvidos/ benditas pasajeras convertidas en cruces/ niñitas apenas un rayito de sol/ polvo de un desierto baldío/ Mujeres, sin ojos no se puede mirar un amanecer/ La muerte no es una fiesta para empezar/ La ley es un embudo mexicano difícil de igualar/ Ciudad Juárez, la esperanza es una cruz/ pero no la muerte/ En tus manos queda vida, la vida. Ciudad Juárez, tierra de nadie y olvidos... (¿La muerte es lo único que nos sobrevive?)

Los poderes fácticos administran la impunidad. Toda una riqueza para el olvido. Manejan la muerte fronteriza como una crujiente galleta entre sus dedos. La miseria de las almas migratorias, y no son  simples  golondrinas. Azucaradas, agrias, amarillas, violetas criaturas futuras sacerdotisas practicante del spanglish, la muerte ya tiene un reloj corriendo. Vagones de un vagón que nunca llega, desechos de un reciclaje inconcluso, quién adivina el paso que dará la tortuga. Sólo dos lenguas aquí chocan en la frontera, pero el mundo se deslengua en un sordo inútil canto del cisne babilónico. De las seis mil lenguas que algún verbo aún construye, palabras que superan el gesto de un simio, la mitad las seguirá hablando el silencio.

  • Parlando un monólogo en blog

Quedaremos parlando en blogs, en una isla, en medio de esta infernal taquigrafía individual, contándonos nuestras intimidades, perteneciendo definitivamente al sitio universal de los trapos sucios. Un Crusoe empobrecido por la tecnología, conectado a un loro mediático, deletreando la angustia de su ego herido, las porquerías de un subconsciente aterrado, la soledad que una isla no comprende y construye de otra manera. ¿Nuestro rabioso ventrílocuo interior? El hombre-blog repasa su pobre presente, sin la originalidad de un Marques de Sade, ni el sublime cinismo de Oscar Wilde, la pequeña perversidad de Vladimir Nabakov, o las vibrantes pulsaciones vaginales de un cuerpo narciso, adorado en el espejo, transformado en una piel errante, divertida en el cruce de una guerra con vencedores doblemente vencidos. Bataille, Miller, Joyce, han convertido y hecho del lenguaje, un paisaje cerrado de varias puntas, colorido, lleno de olores, masajes, asfixiado en la carne, volcanes ardientes debocados caballos en sus lavas y sacrificios compensados en el  goce, primario, audaz, universal. Lolita, Beatriz, Bobary,  La Maga,  Molly, Cassandra, Justine, Laura, Carlota, Penélope, Dulcinea, Julieta, todas son futuro, vienen  del sueño y la carne. Destino y libertad ¿Novelan la vida las mujeres, son el sueño de un sueño? La ilusión tiene un mago perfecto, a la medida de la realidad que inventamos. ¿De dónde sopla el viento que nos sopla la vida? ¿Quién entra, quién sale, quién es quién? La luna arrastra su sofisticada enagua y la noche sabe lo que hace. Supera el límite, dice una voz gaseosa, la luna atada a la luz. El deseo no tiene puntuación. La ciudad inaugura nuevos sufrimientos, se tatúa el culo, y es arte, sangre, dolor, agujas, una nueva inconfesable confesión de la piel. Y todo pareciera estar en la hegemonía del deseo. Sé reinventan  escenas, el hombre degrada el paisaje, una ventana es un hueco sin sol, la puerta, lo que no se encuentra sin una falsa llave, una cama, una idiota cancha de golf con un solo hueco, violada e idolatrada sucesivamente. El ojo que ve, viola la privacía del otro. Anida en la imagen personal, corpórea, y la suplanta, en ocasiones. Se incrusta en el párpado y la nuca siente un pequeño golpe, como la voz secreta de la noche. Es un lento y tibio paneo, una luz   inesperada. Lo que penetra, traspasa y viceversa, en ambas vías, cuando el ojo se supera asimismo y es como si un obstáculo gemelo se saltara doblemente.

El escenario mundial, se pinta en  el barniz de una nueva era, el viaje de GBW a la Unión Europea, en búsqueda de la reconciliación y de la alianza perdida en Bagdad. Todo está por empezar a verse. El mundo ya es otro. El telón sube en algunos momentos, baja en otros, se extiende en la cama de un fakir y el tiempo se clava en una vieja cruz. No todos parecieran ver la misma pantalla. El director global viaja con su propio rollo. Es él, sin embargo, quien maquilla sus palabras. ¿Papas francesas y cerveza alemana? Hay que cambiar el menú, dice de alguna manera la Casa Blanca. La actualidad es un oficio global. ¿Occidente y Oriente chocan en una calle de Bagdad o en la avenida del Islam? Se busca recomponer el naipe, pero otros tienen su propia baraja: China, Rusia e India. 2.200 millones de personas. China es un universo en expansión. Es un universo más grande que todas las canchas de golf juntas. Detrás del velo, muchos temas pendientes, por analizar, ver su comportamiento. Los camellos se salieron de sus jorobas, atraviesan el ojo de las agujas. ¿El planeta orbita con un solo dueño o se desorbita en su zapato chino? ¿Y qué importa el mundo, si es redondo? Veo al Editor ajustarse sus lentes, mirar por el rabo del ojo, sin decir una palabra, expresando con su larga mirada desértica, pavorosamente humana, desolada, de bestia herida casi sin escapatoria, que busca una oportunidad en su entorno para recuperar fuerzas y seguir. ¿No es inútil el sacrificio, cuando es verdadero? El planeta estalla por distintos puntos de la geografía y no sólo es la guerra, sino la naturaleza. El hombre se margina naturalmente de la naturaleza, renuncia al sentido común, a su propia supervivencia y las guerras son un primer síntoma que juega en primera fila hasta con su propio pellejo. Una gira por mundo no arregla el mundo. Es un barniz. Una manera de revisar el caparazón. Ese es el registro real de esta última visita europea de la Casa Blanca. La nuez no se abre con una mirada. El olor del zorrillo no desparece con un buen perfume. El mundo no necesita una radiografía, porque es cada día más transparentemente oscuro. El siglo XXI se toma asimismo con pinzas. Envuelto en el vértigo de lo que empujan sus alas ciegas, ojos muertos, a veces, grandes orejas sordas y su caparazón de paquidermo con una sangrante hemorragia alucinada. Esta es una centuria que inyecta más violaciones, que vida y felicidad, dos vertientes que no conducen necesariamente al placer. No Bastan las sonrisas y miradas globales. Es como el viejo cinturón medieval, instalado para  prolongar la inútil castidad. Al levantarse el puente, todo era posible en la Edad Media. El escalofrío del alma, no se repara con un buen abrigo de astracán. El planeta tiene hoy las vísceras fuera del cuerpo. El hígado mundial bebe desconsoladamente y con furia en un bar de Dublín. Las piernas son de nieve y se deshielan en los polos. ¿A quién se asesina cuando se mata a un ecologista en el Amazonas brasileño? La Realidad nos deja y hace sentir un poco el sabor, la letra del tango: siento que he llegado tarde/ y lo mío todo es ilusión/ el hilo frágil de la esperanza/ el canto desnudo, la sombra de un gorrión/ la calle es mi espejo traidor. Los grandes foros y escenarios de alfombras rojas, pasillos inundados de una luz artificial, del arte menor de una belle epoque perdida, saturada de uranio enriquecido, aplaude en silencio a los guardianes absolutos de la libertad. Llegan en su trineo de Papa Noel, con la pretensión del deber cumplido. ¿La nieve es un objeto deseado para soñar con una mujer al lado de una chimenea o un peligroso obstáculo blanco que cierra los caminos? El calentamiento global, una expresión tan promiscuamente erótica, resulta ser altamente peligrosa, de devastadores augurios y podemos decir que tiene un futuro infernal. Esta vez, la calentura no está en la sábana, sino en la tierra.

  • DE LOS SANGRANTES  21  EPÍLOGOS
Sigue demoliéndose asimismo el escenario planetario. La mueca global es su expresión de felicidad. La piel de los humanos sin derechos, ya tiene costra. Los pájaros le disparan a las escopetas. Hay demasiada pólvora en el mundo. Antes se acabarán las  lenguas. Ya no somos un paisaje en el paraíso perdido. La costilla de Adán sangra y sospecho que era de Eva. Ese es uno de los primeros errores. Después  acuñaríamos la frase más genial: errar es humano. Marcaríamos con un hierro a nuestros hermanos. Caín es un detalle en la historia de la humanidad. Sodoma y Gomorra, es todo un espíritu de época, una antesala a nuestra pequeña historia. Un campo de tortura y concentración, continúan siendo una realidad del presente y  expresión del lado oscuro del hombre. ¿Por qué  la historia ha vuelto al Circo Romano? Quizás las historia tiene más tradiciones que otras ciencias y arte. Elecciones, reelecciones, OTAN, pin, pan, pum. La soberanía de los países es un ratón asustado. Tortura dentro de una Isla, quien acusa a esa  Isla, de torturar. Un mundo al revés. Los chinos no creen en ese zapato. Los censores de los derechos humanos, torturan. Son los mayores vendedores de armas del mundo y hacen la guerra.    Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé/(¡En el quinientos seis y en el dos mil también!). /Que siempre ha habido chorros, maquiavelos  y estafaos, /contentos y amargaos, valores y dublé/ Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente/ ya no hay quien lo niegue/ Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos/¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!/ ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!/¡Todo es igual!/¡Nada es mejor!7¡Lo mismo un burro que un gran profesor!  Setenta años después, Discépolo sigue escribiendo el futuro del siglo XXI, con su emblemático, sabio y popular Cambalache,   Los cuerpos siguen estallando por el aire sin bajo un cielo indefinido.  La muerte tiene la palabra. El Papa ya no habla. Tres de marzo del 2005, a lo que hemos llegado. Le Pera tenía razón cuando escribió: “sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá”.

Silvia Banfield

 

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