La policía recibe la orden e irrumpe en el edificio de Ciencias Exactas de la UBA. La trinchera estudiantil es vulnerada por el avance de la Guardia de Infantería. El desalojo es inminente. Las explosiones y los correspondientes gases no se hacen esperar. Gritos de dolor, miedo y euforia se trasladan desde los pasillos hacia la salida. La policía, bastón en mano, se organiza en filas enfrentadas esperando con morboso goce el paso de los estudiantes. El pánico y la sangre corren ante los furtivos bastonazos. Los civiles son ubicados frente a un paredón y el simulacro de fusilamiento se pone en marcha. Desesperación, llanto y súplicas frente al muro; miradas cómplices y turbios placeres tras las armas. Y entonces la orden menos deseada: “Preparen, apunten...”
Aquélla mañana del 29 de julio, el presidente de facto Juan Carlos Onganía firmó el decreto-ley que anulaba el gobierno tripartito de docentes, graduados y alumnos; y que, consecuentemente, atentaba contra la autonomía universitaria. El ámbito académico se convulsionó al hacerse pública la decisión del gobierno. La reacción fue inmediata y uniforme: el rector de la UBA repudió fuertemente la medida, mientras que alumnos y docentes se solidarizaron entre sí y organizaron la toma de las facultades a las que pertenecían.
Ya entrada la noche, los manifestantes habían ocupado pacíficamente las casas de estudio. Entretanto, la policía recibió órdenes explícitas de desalojar los edificios tomados sin ninguna restricción. De esta manera, las tropas marchan hacia las distintas facultades, dispuestas a dar inicio a la “Operación Escarmiento”.
La lucha estudiantil
Que la universidad estuviese en la mira de los militares no resulta nada sorprendente, porque en ella germinaban multitud de propuestas políticas que luego se transferían al debate en sociedad. Asimismo, hacía varios años que los estudiantes se venían mostrando como un bloque cada vez más fuerte, homogéneo y, por lo tanto, con mayor poder de lucha y resistencia.
Ya desde 1959, con el éxito de la Revolución Cubana, liderada por Fidel Castro y el argentino Ernesto “Che” Guevara, las ideas de izquierda habían comenzado a difundirse entre los grupos de estudiantes del país. El logro de la guerrilla cubana se transformó en el ejemplo a seguir entre estos nuevos grupos: la radicalización de los sectores progresistas y la formación paulatina de una nueva izquierda se reflejaron perfectamente en el estudiantado.
Ante el contexto de amenaza permanente de otras posibles revoluciones como la cubana, se implementó desde EE.UU. la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”, que se difundió en toda América Latina. En nuestro país, los militares adhirieron a esta teoría, llevando a cabo un nuevo golpe de Estado. La intención principal era la de eliminar al enemigo interno (comunismo) cuyo foco de difusión eran las universidades nacionales.
El oro y el barro
Lejos quedaban aquellos años dorados de la UBA...
A partir de 1955, el principal foco de renovación cultural estuvo en el ámbito académico. Surgió una “nueva” universidad en la cual las facultades se nutrieron con laboratorios y científicos con dedicación exclusiva a la enseñanza e investigación. Se reformaron viejas carreras y nacieron otras nuevas. La universidad era considerada una “isla democrática”, por su autonomía y su forma de gobierno tripartito, lo cual contrastaba con la situación vivida en el país que se desplazaba de dictaduras a democracias restringidas.
Era impensado que la mejor universidad de Latinoamérica atravesaría un momento tan crítico como el que se daría luego de la Noche de los Bastones Largos.
Los resultados serían tan variados como brutales: desde la desjerarquización de la enseñanza universitaria, pasando por la persecución ideológica y la proscripción de la militancia política, hasta el alto costo que se pagaría por la denominada “Fuga de Cerebros”. El 80% de los profesores renunciaría a su cargo y gestionaría su traspaso a universidades del exterior. Esta acción erosiva que actuaría sobre la excelencia académica sería a su vez un retroceso insalvable para la totalidad del país.
La vuelta al pluralismo
Habría que esperar hasta 1984 para que la situación universitaria se normalizara. A través de un decreto firmado por el presidente electo Raúl Alfonsín, la universidad volvería a su espíritu reformista. Se reinstauraría la democracia en las universidades, se respetaría plenamente la autonomía y el cogobierno universitario. El ingreso sería irrestricto, ocasionando una fuerte expansión de la matrícula. Años más tarde, se reactivaría la militancia universitaria y la participación política del estudiantado.
Un presente sin compromiso
Hoy asistimos involuntariamente a un nuevo proceso de destrucción de la universidad pública. Esta vez no hay bastonazos pero si golpes bajo y juego sucio. El conflicto se ha desplazado del plano político al económico, lo que se manifiesta en los feroces y recurrentes recortes presupuestarios, que conducen a una situación de precariedad intelectual. Los resultados para la educación serán los mismos de la década del ´60 si no se toma conciencia a tiempo.
Por otro lado, si bien las prácticas políticas no sufren restricciones, el interés por la militancia y la participación se ve disminuido. Esto se debe a las malas herencias que nuestro país nos legó y a la connotación negativa que ha adquirido el hacer política.
En los días que corren, sería importante recuperar aquel misticismo activista que los estudiantes de los 60 supieron tener y utilizar para defender su espacio, sus intereses y sus derechos. En base a este “rescate” es que debemos combatir un modelo de país (una vez más impuesto desde el norte) en el que la universidad pública y gratuita no encaja.
Christian Pandullo