La destrucción y apaleo a los exponentes de los "años dorados" de desborde de conocimiento y la investigación científica en Argentina allá por los 60, hoy sigue siendo motivo de preocupación de la comunidad académica, que aún trata de sobreponerse y recobrar talentos.
Los golpes de los bastones policiales en las cabezas de eximios profesores y científicos argentinos, el 29 de julio de 1966, durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, fueron tan fuertes y simbólicamente tan humillantes –fue la primera vez que irrumpieron en una institución soberana– que aún exhiben cicatrices.
A 44 años de la conocida y condenada "Noche de los bastones largos", y tras la "labor" de la dictadura del 76 en eliminar personas y pensamientos, la universidad argentina continúa una ardua lucha contra el prolongado silencio, el exilio y la desarticulación de laboratorios y cátedras.
Uno de los íconos de esa noche, en la que sin permiso judicial irrumpieron por primera vez en las universidades las fuerzas policiales, fue el matemático Manuel Sadosky, para algunos el "padre de la computación" en Argentina, uno de los apaleados, por entonces vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas entre 1958 y 1966. Sadosky, quien falleció en el 2005 a sus lúcidos 91 años, creó en su gestión el renombrado Instituto de Cálculo y, con el apoyo del ex premio Nobel Bernardo Houssay, que entonces presidía el Conicet, importó la primera gran computadora del país y de América Latina, llamada Clementina y medio de innumerables investigaciones matemáticas, así como también sociales y económicas.
El científico recordó en un diálogo con la agencia DyN que "Clementina ocupaba un pabellón íntegro" de la Facultad, respecto a su tamaño.
La "Noche de los bastones largos" dejó numerosos heridos, cientos de detenidos y más de 300 docentes expulsados que tomarían el camino del exilio.
No fue casual la irrupción y la represión policial a quienes lideraban el conocimiento académico y de la ciencia en América Latina, eran condecorados por las academias mundiales y admirados en otros países desarrollados.
Entre 1956 y 1966, las universidades argentinas conocieron la década de mayor esplendor y reconocimiento internacional, con más de medio siglo de vigencia de la reforma de 1916, que le otorgó autonomía a las casas de altos estudios públicas del resto de los poderes del Estado y el gobierno tripartito: docentes, alumnos y graduados. Por esos años, se consolidó la explosión del libro universitario a partir de la creación de Eudeba, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires, con el lema de su gerente general Boris Spivacow: "Libros para todos".
También se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) y nuevas carreras, algunas vinculadas al desarrollo económico nacional. Onganía, que había derrocado al gobierno democrático del médico radical Arturo Illia, inició la autodenominada Revolución Argentina, con un foco particularmente violento en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales, por entonces enclavada en la Manzana de las Luces, y de Filosofía y Letras de la UBA.
Los gendarmes golpearon brutalmente al alumnado, profesores y graduados, haciéndolos pasar bajo una doble fila de bastonazos a la salida de los edificios.
Fueron detenidas 400 personas y destruidos laboratorios y bibliotecas.
Se calcula que en total emigraron 301 profesores universitarios. De ellos 215 eran científicos; 166 se insertaron en universidades latinoamericanas, básicamente en Chile y Venezuela; otros 94 se fueron a universidades de los Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico; los 41 restantes se instalaron en Europa.
Estos datos históricos aún no fueron revertidos, ya que Argentina sigue todavía golpeada por el flagelo de la denominada "fuga de cerebros" y el rearmado de la vinculación "investigación- docencia", en las históricas casas de altos estudios.
Laura Hojman
DyN