Estaba a punto de escribir sobre el discurso, la Fragata y todo el asunto marplatense, cuando de repente, desde atrás de un árbol, se me apareció ella… Bellísima resistente del hastío. Enigmática y fatal, como la vida misma. Con la mirada vivaz en desigual batalla con la pena, y un tenue rictus que aún me intriga hasta desesperar.
Cabeza un poco gacha, me dijo despacito tratando de no mirarme: "No quiero que me vean así, pero prestame el pañuelo de tus teclas para enjuagar estas lágrimas de bronca".
En mi barrio los muchachos aprendimos que cuando una mujer así nos interpela, nos queda un solo camino a transitar.
Las lágrimas de Bubulina
La primera fue cuando maldijo el circo de la hipocresía, porque no le gusta maldecir. Pero resulta que esa arena era su arena, y se la estaban ensuciando con mentiras. Una mujer puede bancarse muchas cosas, pero si es muy inteligente, trate de no mentirle nunca, porque puede ahogarlo en océanos de fortísimas miradas, para luego matarlo a fuerza de verdades implacables.
Después vinieron más, pero eran otras lágrimas, (me hubiera gustado saborear su gusto), eran por esa hipocresía de dejar a tanta gente lejos de su gente, esperando embarcados por la llegada del absurdo. Para dar su discurso, cada vez más indignante, ese que subleva por lo fatuo desde la incomprensión de ver tanto talibán rentado, porque ella sabe que ellos no saben que mañana también caerán víctimas del mismo tren que hoy los traslada. Y ya le está doliendo de antemano.
Desde ver la vulgaridad hecha boato, para alguien que sabe de boatos, y los evita antes por elección que por carencias.
No hay peor juez, para una mujer que miente, que otra mujer, guerrera de la dignidad. Bubulina ya acomodó sus cosas, y ahora bate café con bronca y sigue hablando. Yo simplemente vuelco este bello aroma de indignada libertad intelectual, en módicas palabras. Y, confieso, que me encanta traducirla.
Bubu en Wonderland
Ella creía que el Rey podía ser bastante loco pero no tan vil. Supo desde siempre que del otro lado del espejo se adquiría certidumbre, y se paró allí cada vez que lo creyó necesario. La astucia nunca suple del todo a la inteligencia. Y ella no especula con la astucia. Eso es para un Kirchner, no para un decente.
Pero está indignada porque cayó, como tantos de nosotros, en la trampa del tiempo y del país. Se preparó para ser una adulta responsablemente feliz y para hacer felices a los suyos, pero cuando llegó el momento se encontró con la coherencia subvertida, donde lo que siempre fue ruin ahora es cotidiano y aceptado como normal por los que se resisten a admitir que sólo se puede estar mejor a partir de ser mejor.
Se lo vino bancando como pudo, pero la década del odio la agarró con las defensas algo bajas. Nunca pensó que se llegaría a tanto. Nunca tuvo la pesadilla de revivir las más atroces épocas del revanchismo, potenciadas desde la financiación estatal. Propaladas por un enorme coro de insolentes, defaulteadores seriales de la moral. Yo tampoco. A usted mejor ni le pregunto… por algo ha llegado hasta estas líneas.
¿Será que porque ni siquiera la soñamos es que la estamos padeciendo de este modo?
Y se indignó porque le hablan de San Martín, pero tan solo para la vulgaridad populachera, que tanto garpa entre la muchachada militante.
Bubulina sabe que estos pibes, más temprano que tarde serán, otra vez, víctimas. Que se despertarán un día para intentar reverdecer la militancia y encontrarán que no ha quedado ni el palo de la bandera. Y entonces ellos quedarán, acaso más que nadie, en pelotas.
Pero ella se indigna de que no se indignen por las muertes, porque el asesino siempre nos asesina. Se indigna porque ella es verdadera, pero vive en un sitio donde abolieron la verdad, donde hasta nos insultan a nuestros viejos por cadena nacional, y con aplausos. Y lo peor de todo es que los entiende, y los entiende porque los conoce, y entonces siente la peor impotencia de todas, la del que no necesita explicaciones.
Se indigna porque, lejos de tenerle miedo a la arquitecta egipcia, la desafía en el terreno que eligiere, sabiendo que si la tuviera delante la mostraría al mundo en su patético esplendor. En su mayor carencia: el Alma, ausente de toda ausencia.
Sabe que con solo soplar un poco de verdades, le derretiría hasta la quinta capa del make up, ese patriótico enduído que hace que ni su verdadera cara le conozca. Quizá para poder, alguna de estas noches, huir, adecuadamente despintada.
Y trata siempre de levantar esa bandera tan devaluada de la esperanza, que admirablemente mantiene, cuando muchos ya la han doblado prolijamente para guardarla en el último cajón.
Diosa y heroína le llama García a su Bubulina, que se parece tanto a la de esta nota. Porque la nuestra, como tantas mujeres admirables que pisan el suelo de este país, y padecen las decisiones sinusoidales que provienen de Olivos, sostiene en la desesperanza de los otros, aguanta en el respaldo al verdadero, y sufre, más que nada porque entiende.
Si salimos ha de ser por donde entramos
Yo no sé si la Argentina saldrá adelante de una vez y para siempre, pero estoy seguro de que si eso ocurriera alguna vez, lo haremos a través de un genuino canal de parto. Porque las vi el 8 en el Obelisco, las volví a ver en Tribunales y en la Plaza, las vi ayer yendo al frente en Mar del Plata, y porque tengo a una de ellas sentada aquí cerquita mío.
En esta sociedad, si es que hay una resistencia, nace en el monte de Venus, y banca la dignidad desde los pechos. Después venimos los varones, como una guardia pretoriana que podremos protegerlas de recibir heridas que no merecen, pero son ellas las que marcan el camino.
A veces me conmueve verlas y escucharlas, les admiro la inteligencia para desmalezar la vida. Para sacarle la careta a la reina de la hipocresía, y demostrar que no solo está desnuda, sino que es nada. Que nos gobierna nadie.
Bubulina, a diferencia mía, es más amiga de la certeza. De la propia, que se le cae de los bolsillos. Tiene el convencimiento de que tenemos todo para ser. Y que solamente debemos encontrarnos entre los que somos parecidos.
Quizá por eso se indigna tanto. Porque sabe que si bien esto nunca fue un jardín de rosas, tampoco era necesario convertirlo en este lodazal.
Porque es inmoral, porque es injusto, y porque el daño que provoca se cuantificará en décadas.
Iba a escribir acerca de otras cosas, pero se me apareció desde detrás de un árbol una mujer hermosa.
Ojalá le haya servido para enjuagar esas lágrimas extrañamente dulces, que me dejó como regalo en el teclado (confieso haberlas probado cuando cerró la puerta), porque recobró fuerzas, me miró con su sonrisa giocondina, esa que puede ser piedad, ternura, angustia y hasta algo de amor, todas a un tiempo; bellamente triste, tristemente hermosa, y se fue sin decir chau, para seguir peleándole a la injusticia. A lo mujer, a lo mina, a lo hembra. Como tantas que sabemos que tenemos.
Y hay que decirles estas cosas, de cuando en cuando. Hágame caso amigo: pásele la mano por la espalda, reconfórtela, y dígale que está orgulloso de tenerla cerca.
Me quedo fumando el último cigarrillo, y pensando que, a algunas cosas que nos pasan, ya de tanto analizarlas terminamos dándole más entidad de la que tienen.
La Presidenta protagonizó ayer un festival circense en Mar del Plata, y fue más de lo mismo. Punto y aparte. Esa es la crónica más extensa que amerita.
Me reconforta mucho más haber podido contarle de Bubulina. La tuve apenas un ratito, y se me quedó instalada, aún desde la ausencia. Fíjese bien, amigo, porque en una de esas, usted tiene una igual, es toda suya de usted, y entonces sepa que está bendito.
Fabián Ferrante
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