Todos los días nos sorprendemos con nuevas insolencias que nos abofetean el sentido común, desde las más trascendentes, como la lucha del Gobierno contra Clarín, La Rural o lo que sea, que se está llevando puesta la división de poderes. Hasta las más pequeñas, como el Intendente de Necochea, que inaugura una pelopincho en una escuela, se saca la foto y la manda por Prensa Institucional de la Municipalidad.
Usted y yo sabemos desde hace rato que nos gobiernan siempre los peores. Los sinvergüenzas. Los incapaces. Que muchas carreras políticas hacen la secuencia ladrón de gallinas, pirata del asfalto, concejal, dealer, intendente, ladrón de fondos públicos, narcofinanciamiento, diputado o senador de la nación y que la enorme mayoría de los funcionarios no conocen lo que es una hora extra.
En la época de los milicos nos reíamos, bromeando con supuestas designaciones como "Ministro de Educación y Cultura, Cabo Primero Rodríguez", hoy no ha cambiado mucho el panorama cuando hay que decirle "Señora Diputada" a alguna levantadora de quiniela de comité.
La respuesta es simple: no solamente somos indecentes, también somos berretas. Y somos cada vez más berretas. Casi sublimamos esa condición.
Y ya sé que siempre hay excepciones, y que saltan muchos a tratar de que no los incluyan en el colectivo. Precisamente, no asumirnos como parte de una ciudadanía berreta, aunque desde lo personal no lo seamos, es una muestra de ese individualismo que nos convierte en 40 millones de islas, gobernadas por los pillos más astutos, nunca por los mejores. No somos una sociedad, somos un archipiélago social. Y berreta.
Sin repuesto
Lo antedicho no necesariamente implica que no haya gente en este país capaz de ser buen gobernante. De hecho, si analizáramos argentinos muy destacados en distintas áreas de la actividad social, encontraríamos nombres rutilantes que han sobresalido por demás en lo suyo. Pero cada vez son menos. La gente útil tiene, casi siempre, esa mala costumbre de morirse.
Cuando se muere alguno de estos argentinos —puedo decir Favaloro, puedo decir Spinetta—, ¿no nota que, además de lamentar la pérdida, siente de inmediato que es también irreparable?
¿Qué vendría a ser lo irreparable de este asunto? Que se nos muere gente sin repuesto. Y cuando se nos mueren tantos sin repuesto, quiere decir que hemos ido involucionando.
Cuando se te muere Spinetta no llorás únicamente al gran artista que partió, llorás también la ausencia de alguno que le llegue a los talones.
Cuando se te muere un Alfonsín, no estás llorando solamente a un tipo al que, acaso, apreciaste, o que te ayudó a poder confiar en algo. Estás llorando la ausencia de demócratas.
Cuando se te muere un Oscar Alende te sentís mal porque sabes que, a la larga o a la corta, te lo termina reemplazando un Scioli.
Sabés que un gordo Troilo termina en un Pity Álvarez, que un Pipo Mancera termina en un Tinelli, o que en la banca que ocupó un Lisandro de la Torre hoy está sentado Aníbal Fernández.
Si ya extrañamos hasta a Batistuta, que le pegaba con los ojos cerrados…
Políticamente hablando
El problema de la conducción política en la Argentina, consiste en que los mejores nunca se involucran. Si analizamos esto teniendo en cuenta que cada vez nos quedan menos de los “buenos”, se puede comprender entonces cómo es que Amado Boudou sea el vicepresidente de este país, o que Zaffaroni siga siendo ministro de la Corte Suprema de Justicia.
Incluso De la Rúa, un político extremadamente menor desde que apareció en escena en los tempranos setenta fue inexplicablemente votado. Un presidente que no tenía ninguno perdido, pero ninguno ganado. Una vida jugando al cero a cero.
Se entiende mejor que Victoria Donda sea diputada nacional, que Rodríguez Larreta tenga 100.000 seguidores en Facebook o que Carlos Menem y Cristina Fernández hayan sido, por dos veces consecutivas, presidentes.
Gente demasiado menor, gente de muy poco recurso intelectual, gente que solo sabe mantener lo suficientemente intrincada la política como para que los mejores sigan manteniéndose a un costado y para que los demás terminemos conformándonos con tan poquito como ellos.
Nótese el nivel de involución social, que en pleno siglo XXI, en 2013, cuando la gente anda por el mundo con un teléfono y una tablet que intercomunica en tiempo real, que informa más rápido y mejor que los medios tradicionales, que permite que la realidad sea transmitida velozmente y tal como es, en la Argentina la ciudadanía tiene que terminar buscando resistencia ante unos absurdos que están en el poder ¡y quieren implantar la revolución socialista de Fidel Castro!
Se han juntado los que se quedaron pensando como en 1970, para tratar de llevar a este país a 1959 con un manifiesto de 1848 y con veleidades soviéticas de 1921.
Es verdaderamente inexplicable. Y solo se lo puede entender desde el absurdo. Porque somos absurdos. Porque nos creemos que sabemos todo y no nos damos cuenta que los vivos de siempre nos siguen manipulando.
Nos toman por lo que somos
Nos toman por idiotas. Contratan expertos marketineros que los asesoren y nos ponen a votar a Del Sel, al referí Baldassi, y al Colorado MacAllister, porque saben que los vamos a votar. O a Scioli, elogio de la ineficiencia, profesional de la excusa.
Por ahí andan en la playa Prat Gay con Donda y Tumini… ¡Tumini! Guerrillero del ERP y presunto partícipe de la brigada roja que en Italia secuestró y asesinó a Aldo Moro. Suelto, paseando por la playa y con peso político.
¿Tendrá idea, este pibe Prat, con quiénes pasea? Yo les caminaría siempre unos metros atrás, lo juro.
Por otra parte, ¿sabe cuántos sueñan con poder convencer a Tinelli y a Lanata para que se metan en política?
Creo que siempre estamos entrampados entre bandidos, figuritas de TV y vivillos que son capaces de hacer absolutamente cualquier cosa con tal de no tener que ir a trabajar o de evitar la cárcel.
Creo que los gobiernos hacen una suerte de pedagogía que consigue contagiar a la gente de parte de lo que los gobernantes son.
No coincido con los que sostienen que tenemos malos gobernantes porque salen de un pueblo malo, creo que es exactamente al revés.
Y creo que porque hace ya casi 25 años que nos gobiernan los peores, es que no podemos proyectarnos creciendo como sociedad. Nos contagiamos, los imitamos, nos volvemos peores. Parecidos a ellos.
El último presidente argentino 100% libre de cualquier sospecha de corrupción o negociados —porque hay muchos que cuestionan ciertos puntos no del todo claros de Alfonsín— fue Arturo Illia. Hace ya casi medio siglo.
Es casi imposible conseguir una foto a color ejerciendo el mandato del último presidente 100% honesto que, por consenso general, tuvo la Argentina.
El destino parece ensañado con este país, atándonos el estigma del caudillaje, del famoso, del referente, del líder. Y nuestra suerte depende entonces de que alguna vez, de casualidad, si es que ese destino así lo quiere, elijamos a alguno que “nos salga bien”. Una ruleta. (Rusa).
No somos un gran país, no somos un gran pueblo. Fuimos, eventualmente, una nación con buenas expectativas de proyección internacional y hace ya varias décadas que hemos dejado de serlo.
Tengo que pedir perdón al lector, porque uno viene acá a decir cosas que no son gratas. A redactar modestísimos artículos que, al cabo de su lectura, te dejan desanimado. Pero me parece que alguien tiene que decir las cosas de este modo.
Feo el laburo del cartero que nos entrega malas nuevas.
Cuando el ambicioso le pide al diablo joyas y riquezas para venderle su alma, el diablo se niega. “No te la compro, porque ya me pertenece”. Ese es el apocalipsis argentino. No hace falta anunciarlo porque, desde hace años, lo estamos viviendo.
Fabián Ferrante
Seguir a @FabianFerrante