Una semana repleta de información y novedades en el affaire Bonafini-Schoklender- Gobierno. Siete días en que la Justicia se vistió de política y algunos nuevos testigos se animaron a hablar. Los impulsa una bronca incontenible hacia la impunidad imperante en la sociedad.
La casa en el árbol
El discurso que hablaba de darle vida a un lugar donde se había sentenciado la muerte en medio de gritos, torturas y picana, entusiasmó a la artista visual, Romina Orazi. Así, se decidió a acercar sus trabajos y propuestas a la exEsma.
Frente al proyecto del edificio donde se levantaría el Espacio Memoria de Nuestros Hijos, bajo la órbita de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, la militante de la cultura libre, comenzó a reciclar elementos encontrados en el lugar para construir su bella casa arriba de los árboles. Los primeros empleados del espacio cultural que presidió y aún preside, desde su bautismo, la cantante Teresa Parodi, estaban entusiasmados con el proyecto y con la idea innovadora que parecía estar en sintonía con las viviendas de los Sueños Compartidos que proponía llevar de casas al país entero. “Vamos a llenar al país de estas casas de mierda” recuerda Sergio Schoklender que Hebe de Bonafini alguna vez le dijo al contador Alejandro Gotkin, hoy procesado como él y encarcelado nuevamente por orden del juez federal Norberto Oyarbide.
“Bajen esa casa mierda”, fue la orden que recibió Gabriel Serulnicoff, quien dirigía el departamento de artes visuales del ECUHNI y acató órdenes sin chistar por temor a represalias. Obediencia debida. La artista nunca tuvo derecho a réplica. Censurada, al año siguiente, buscó mejor suerte en el Espacio Cultural de la Memoria dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos humanos. Sin embargo, su suerte no cambió y el premio que ganó lícitamente en el Haroldo Conti, manejado a gusto y piacere por el exaliancista Eduardo Jozami, le fue retirado sin ninguna justificación. Orazi denunció discriminación y le envío sendas cartas documento al funcionario que formó parte de las 2.000 personas que brindaron con choripanes, gaseosas y vinos en el simbólico espacio. No habría sido la primera ni única vez. Otro asado de militantes de La Cámpora casi termina a las trompadas por internas políticas. La casa popular de Orazi duró menos que un respiro, mucho menos, que las casitas de Meldorek y los Schoklender. El hombre que le comunicó la negativa, terminó despedido por otra locura de sus superiores.
Una de cal y mil de arena
“Lo leí en 48 horas, me sorprendió el nivel de información, sería un alegato ideal para resolver la causa”, le confesó a este periodista una fuente muy cercana al Juez Oyarbide al momento de declarar como testigo el 1 de febrero pasado.
Los Schoklender adentro, la hija de la Madre sin culpa, y los financistas, zafados por la mano mágica del entrerriano —punto señalado por maestría por Christian Sanz— le dieron un inusitado impulso a un libro que se instaló como la investigación que descolocó al Gobierno.
Mientras que los fanáticos K acusaban a la obra de ser financiada por Sergio Schoklender, el exapoderado acusaba este cronista de montar una campaña en su contra y nadie se animaba a refutar un mísero dato.
Tras la declaración ante el juez, y la posterior detención de los hermanos, tuve que desmarcarme de un incómodo lugar en que me colocó parte de la prensa: el testimonio que devolvió a prisión a Sergio y Pablo. No fue así. Pero hay datos que merecen ser remarcados: cada nuevo testimonio que, temeroso, a escondidas y sin deseo alguna de dar la cara, confirma lo que todos parecían saber: Hebe sabía.
El escándalo aún no terminó de explotar. El negocio continúa y el Gobierno no sabe cómo controlar una bola de nieve que crece y quema. ¿Cómo explicar que supuestamente solo dos personas manejaron más de 1.100 millones de pesos y no tenían ni siquiera un funcionario, un contacto dentro del Gobierno para realizar tamaña estafa? ¿El fiscal Jorge Di Lello cree seriamente que Hebe de Bonafini era la abuelita del cuento? ¿Cómo se explica que sea citada como testigo cuando los Schoklender ya están presos? ¿Qué tratan de evitar? ¿Por qué la investigación se ha centrado solo en los empresarios “privados” y no en los nexos políticos? ¿Qué espera Martínez di Giorgi para agilizar su causa que está parada, según su justificación, pues la denuncia que recibieron es, según dicen, vacía e inconsistente? ¿Si las casas se hicieron, como afirman todos los involucrados, en qué los estafó Schoklender? ¿Qué dio a entender Pablo Schoklender al relatar el encuentro de Bonafini con Diego Bossio, al frente del Anses, para coordinar el no pago de aportes previsionales a los empleados de Sueños Compartidos? ¿Quién se hará cargo de las familias estafadas y de extrabajadores despedidos que aún figuran como empleados, no recibieron indemnización alguna ni cuentan con el seguro de desempleo? ¿Qué le dijo Sergio Schoklender, ya en prisión, a importantes funcionarios del Gobierno? ¿Qué ventilador amenazó con prender? ¿Es cierto que el libro “El negocio de los derechos humanos” fue el disparador para que se desatase una interna feroz en el Chaco que amenaza con nuevos pedidos de informes relacionados con la llamada “narcopolítica”? ¿Se investigará el rol crucial de Jorge “el negro” Franco quien no habría hecho la plata solo trabajando, como nos iluminó a todos los argentinos, cuando los noventa estaban en pañales, el célebre pensador Luis Barrionuevo? ¿Tendrá otra carta escondida el equilibraste juez federal o seguirá entregando pruebas de querer estar bien con Dios y con el Diablo?
El 26 de febrero será una fecha enigmática pues Hebe de Bonafini declarará lo que considere importante que la Justicia debe saber sobre el tema que la involucra seriamente. Seguramente, el hermetismo será absoluto. En estas horas, una mujer que estaba injustamente implicada y que aún no fue notificada que está, por ahora, fuera de la lista de los 40 procesados, me juró que en sus oficinas de Meldorek pasaron escrituras de más de un departamento comprado en la ciudad de La Plata. No solo para Alejandra Bonafini. Desde ya, Meldorek no era una inmobiliaria, aunque la mujer, a la distancia, se pregunta qué era realmente.
Fierros
“Pocho está tranquilo”. El informante aún no estaba enterado que Rubén “Pocho” Brizuela también tendrá que dar su testimonio ante el juez Oyarbide cuando el almanaque cambie de hoja. Febrero ya será un recuerdo, el mes en que realicé una de esas entrevistas que nunca olvidaré.
Frente al Elefante Blanco, sobre la avenida Eva Perón, y a metros de la casa del puntero Brizuela, un auto realiza una maniobra de película, gira 90 grados a alta velocidad y frena delante de mí. Su conductor, un rostro que asustaría a gran parte de los lectores de TDP, me grita que suba antes que alguien nos vea. La nota la realizamos mientras que el destartalado Taunus se adentra en las calles de los barrios aledaños a la ciudad oculta. De fondo, observamos las casas abandonadas de los obradores donde los punteros siguen estafando a los más necesitados. Hace poco, una de las mujeres a las que se les falsificó la firma de un convenio por más de 151 millones de pesos, entre el gobierno de la ciudad, Ministerio de Planificación del gobierno de la Nación, la Fundación y su asociación sin fines de lucro, “Esperanzas de un cambio”, me contaba que empezó a pagar las cuotas de su departamento en Castañares y General Paz, construido a medias por Sueños Compartidos.
Esos monoblocks nacieron basados en una ley histórica que la legislatura aprobó para beneficiar de terrenos a los habitantes de la desaparecida villa El Cartón. Paradójicamente, una de las cuatro mujeres a quienes se les falsificó la firma y vivió en esa villa, paga lo que le pertenece mientras vende golosinas en el Subte C.
El conductor del alocado auto está decidido a contar lo que sabe. X perteneció a un grupo armado, de choque, de 30 personas que recibía órdenes de Pocho y de Sergio Schoklender para amedrentar a líderes sociales, trabajadores díscolos o cualquiera que se les animara a los “jefes”. También custodiaban a la Madre para que nadie la tocara en la Plaza. “Hebe sabía todo, teníamos un arsenal y claro que las usábamos”. Recuerda su viaje a Resistencia en una trafic con más de 10 armas para “boletear” a Emerenciano Sena, algo que finalmente no sucedió por un acuerdo con el exapoderado de último momento.
El hecho ocurrió poco después de las Pascuas del 2009. “Le salvaron la vida”, le dijo Sergio a Marcela Leiva, una ex rabajadora de “Campo de Tiro” que denunció la explotación laboral del puntero chaqueño que, a comienzos del 2013, se casó con Jorge Capitanich como testigo de boda. Sergio le había dado a entender que, sino por la denuncia que había cobrado estado público, la suerte de Emerenciano hubiese sido trágica. La historia de X continuará…
Sospechas y la pata política
“Sergio desconfiaba de Alejandro antes de que estalla el escándalo”, recuerda una mujer muy cercana a Schoklender. Alejandro es Gotkin, a quien recuerdan como un hombre inteligente que estaba en todo el papeleo de Meldorek, desde las propiedades de sus integrantes, a los aviones, el barco de Sergio y las viviendas.
“Te estás olvidando un detalle clave que va a ayudar a que entiendas aún más hasta dónde llega el negocio”. La fuente teme hablar por teléfono, ni siquiera aceptar amistad en Facebook. “Te siguen a vos y a mí”, dice misteriosa y aporta un nombre que me sorprende. ¿Sabrá la justicia que un “empresario de los medicamentos”, vinculado con los Schoklender está casado con una importante funcionaria? ¿Quién acomodó a quién? ¿Otra casualidad?
Luis Gasulla
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