Naciones Unidas, la aparatosa organización con millares de burócratas internacionales, no tiene la más mínima autoridad real para asumir sus funciones de garantizar paz, justicia y derechos humanos. Tampoco cumple un papel de modelo para la democracia cuando no la posee en sus propias estructuras, pues los llamados “cinco grandes” (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia) tienen derecho a veto en las determinaciones del ente.
La cruda realidad nos muestra que ese quinteto es un unicato autoritario norteamericano. Un ejemplo dramático fue la invasión yanqui a Iraq, cuando la ONU no la autorizó. Luego de consumarse los crímenes de Afganistán e Iraq, el saldo es horroroso. Distintas estimaciones hablan de 350.000 a 750.000 civiles muertos (mujeres, ancianos y niños en especial).
Para las tareas sucias, a través de la ONU los Estados Unidos inventaron las “fuerzas internacionales”, los “cascos azules” con integrantes de distintos países, para poner la cara –y el cuerpo– para proteger intereses del Imperio, haciéndose odiar por pueblos indefensos. Otro tanto están poniendo en marcha la OTAN y la Unión Europea, creando cuerpos militares llamados Fuerzas de Intervención Rápida, para caerles encima a cuanto país quiera independizarse del dominio colonial. Esta internacionalización de la prepotencia, para compartir gastos y responsabilidades, pretende a la vez darle un disfraz de legalidad a las operaciones de agresión. de Francia y la Gran Bretaña, que poseen estacionadas en sus actuales y ex colonias fuerzas militares, en virtud de “convenios de mutua colaboración para el mantenimiento de la democracia”, cuando en esos territorios solo protegen dictaduras.
Ya no se habla de la inexistencia de armas químicas y otras de destrucción masiva, como tampoco de la captura de los responsables del ataque terrorista de las Torres Gemelas. Entonces, ningún derecho justifica la permanencia de los yanquis y sus obligados “aliados” en los territorios ocupados, poniendo en evidencia que el objetivo principal es el dominio del petróleo y a través de él de todo el planeta. Tales “aliados” sufren las presiones del matón imperial y por el otro de las seguras reacciones adversas de sus pueblos en las urnas, como le ocurrió al buenito español Aznar.
Tampoco se ha hecho nada en materia de reconstrucción por los daños de guerra ni la democratización de las instituciones. Ninguna obra de interés social se ha comenzado.
Afganistán: No puede exportar gas pero si heroína
En Afganistán, donde Estados Unidos fue a buscar una fantasmal organización terrorista llamada Al Qaeda, presuntamente comandada por un misterioso Osama ben Laden, un ex aliado de los yanquis, la única obra iniciada, fue un gasoducto para sacar gas vía Pakistán hacia el Indico y de allí llevarlo a los industriales occidentales. La “democracia” instalada es una farsa. Ni siquiera tiene dominio real del territorio, pese al apoyo militar norteamericano y sus cada vez menos aliados. Así es imposible proteger los vulnerables gasoductos de los ataques guerrilleros a través de dos países islámicos duros.
El caos en Afganistán es dramático, no solo por haber aumentado la miseria, sino también porque los “señores de la guerra” se han adueñado del gobierno de muchas regiones, financiándose con el tráfico de drogas. Ese país, donde los talibanes terminaron con la producción de heroína, ahora se ha convertido en el mayor exportador del mundo de ese estupefaciente, cuyos adictos sufren deterioros físicos y síquicos incurables. Además, mucha de esa heroína va a Estados Unidos, el principal consumidor. Recuérdese que lo mismo ocurrió en Vietnam, donde se descubrió que altos jefes militares introducían drogas en Norteamérica hasta en bolsas negras destinadas a cadáveres.
Iraq: Los oleoductos se incendian
En Iraq ocurre exactamente lo mismo, pues nada se ha solucionado. Con un territorio de inmensa producción de petróleo, no pueden usar esa riqueza ni menos venderla a los países consumidores. El oro negro se quema muy fácilmente y su explotación se hace imposible por los incendios de oleoductos provocados por acciones “terroristas” de quienes desean el retiro de los ocupantes extranjeros.
Como los bombardeos norteamericanos en Iraq destrozaron sus destilerías, ahora deben importar los subproductos refinados indispensables para sus propias fuerzas, tales como la nafta, el gas oil, los combustibles especiales para aviones y tanques, etc. Todo ello contribuye, al menos por el momento, a no sacar beneficios por la permanencia en Iraq, sino gastos cada vez más elevados en su ya monstruoso presupuesto.
La confusa política exterior yanqui, que pasó de aliarse a los talibanes a ser luego sus más feroces enemigos, ha provocado con la ocupación de Afganistán e Iraq, una unidad entre moderados y fanáticos islámicos, ahora todos contra el invasor, convertido en el enemigo común.
Estados Unidos no ha aprendido nada y todo indica que se dirige a un nuevo y vergonzoso Vietnam, pues el retardo de la desocupación de los territorios invadidos criminalmente, día a día aumenta el precio a pagar en sangre, dinero y, si le queda alguno, también en prestigio y autoridad para el liderazgo.