El 6 de noviembre (de 1984), el prefecto del exSanto Oficio, cardenal Joseph Ratzinger, salió a la luz. Lo hizo de una manera inusual: mediante una entrevista realizada por el periodista afín al Opus Dei, Vittorio Messori, y sus palabras cayeron en el pantano curial como piedras. El jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe anunció que la "primavera conciliar" de la Iglesia debía darse por concluida.
Atento a distinguirse de las posiciones más reaccionarias, el Panzerkardinal no llegaba a la osadía de abjurar abiertamente del espíritu innovador del Concilio Vaticano II, pero opinaba que había dado lugar a degeneraciones ya inaceptables...
La facción opusdeísta acogió como una liberación el expeditivo diktat restaurador del heredero de los inquisidores, pero sin ninguna sorpresa. En efecto, se trataba de una inflexión ampliamente acordada tres años antes (cuando se había confiado al Panzerkardinal el neuráligco sillón de prefecto del exSanto Oficio), y en curso desde hacía algún tiempo. Una restauración que, por un lado, asumía plenamente las posiciones anticonciliares del Opus Dei contra los denominados 'desórdenes' y 'decadencia modernista' de la Iglesia, y por el otro ponía fin a las volubles incertidumbres doctrinarias del pontificado wojtyliano provocadas por la facción masónico-curial. Una coincidencia integrista que permitirá al cardenal Ratzinger permanecer pegado al sillón de prefecto del exSanto Oficio durante todo el largo pontificado wojtyliano, y ser uno de los candidatos fuertes de la Obra para la sucesión del Papa polaco.
Después de la 'restauración' sancionada y oficializada por el cardenal Ratzinger, la escalada del Opus Dei al poder vaticano inició una nueva etapa decisiva el 4 de diciembre de 1984, cuando Juan Pablo II nombró como nuevo director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede ---y, por tanto, único portavoz papal ---a un periodista español licenciado en medicina: el laico Joaquín Navarro-Valls, miembro numerario de la Obra.
Esta designación, deseada por el Opus (el anterior director de la Oficina de Prensa vaticana, el padre Romeo Paniciroli, estaba ligado a la coreada curial) provocó fortísimas tensiones en el interior de los Sagrados Muros, porque en aquel punto la 'cercanía' del Opus Dei al Papa Wojtyla se había convertido en una verdadera tutela cotidiana.
Juan Pablo II, Ratzinger y el Opus Dei
La relación entre Karol Wojtyla y el Opus Dei se inicia en los años sesenta del siglo pasado, se consolida en la década siguiente y llega a su cenit en los años 80-90, con la irresistible ascensión de la Obra a la cúpula del Vaticano, desde donde, tras ocupar los más influyentes puestos de mando, ha intervenido activamente en el diseño, primero, y en la puesta en marcha, después, del proceso de restauración de la Iglesia católica bajo el protagonismo del Papa y la guía teológica del cardenal alemán Ratzinger. A lo largo del último cuarto de siglo, el catolicismo se ha configurado a imagen y semejanza de la organización de Escrivá de Balaguer.
El Opus empezó a mimar a Karol Wojtyla cuando era arzobispo de Cracovia. ¿Cómo? Organizándole viajes por todo el mundo e invitándole a participar en congresos de la Obra en Roma y a impartir conferencias en el Centro Romano de Encuentros Sacerdotales (CRIS). Una de ellas, dentro de la más pura tendencia espiritualista del Opus, llevaba por título La evangelización y el hombre interior y fue pronunciada en octubre de 1974, el mismo año en que Pablo VI publicaba la encíclica Evangelii nuntiandi, que subrayaba la relación entre la evangelización y la promoción humana. La sintonía resultó fácil desde el principio, ya que compartían la misma o similar concepción de la Iglesia y de la política: devoción mariana, conservadurismo teológico, anticomunismo, confesionalidad de las instituciones temporales, rigorismo moral, autoritarismo eclesiástico, etc...
Como han demostrado los "Discípulos de la Verdad" en su documentada obra A la sombra del papa enfermo, el Opus diseñó con gran precisión la estrategia para la elección papal de Wojtyla, con la colaboración decisiva del arzobispo de Múnich, Joseph Ratzinger; los cardenales norteamericanos próximos a la Obra J. Joseph Krol y J. Patrick Cody, y el arzobispo de Viena, cardenal Franz König, entonces entusiasta de la Obra. El centro de operaciones de dicha estrategia fue Villa Tevere, cuartel general del Opus Dei en Roma, donde Wojtyla rezó ante la tumba de monseñor Escrivá de Balaguer antes de entrar en el cónclave del que saldría Papa y donde volvería para rezar ante el cadáver de monseñor Álvaro del Portillo, primer obispo de la prelatura personal.
Durante sus casi 27 años de pontificado, el Papa puso en práctica la concepción de Iglesia propia del Opus Dei, sin apenas salirse del guión, salvo en la cuestión social: desactivación de la línea renovadora del Concilio Vaticano II, en el que él, siendo arzobispo de Cracovia, se había alineado con los sectores más conservadores; cruzada anticomunista frente a los partidarios de la llamada östpolitik, puesta en marcha durante el pontificado de Pablo VI; condena de la modernidad, en la línea de Pío IX y Pío X, por considerarla enemiga del cristianismo; "restauración" de la cristiandad a través de la "nueva evangelización". Se trataba de un programa maximalista que la Obra había intentado desarrollar en el Vaticano durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, pero sin éxito, ya que no gozaba de la simpatía de ninguno de los dos.
Ana Grillo