Poco tiempo atrás, Cristina Fernández decía, en uno de sus tantos discursos, que no había que enojarse. Que ella ya no se enojaba más por las críticas que le formulaban los medios y agregaba, con cierto tono de ironía, que enojarse era malo porque sacaba arrugas.
Parece ser que su recomendación quedó en el olvido rápidamente, porque el jueves pasado, en su discurso estuvo enojada, más bien estuvo enfurecida, casi con una crisis de enojo. Sus expresiones no podían ocultar la furia que la invadía. ¿A qué se debía su furia? Según ella a que sus aliados políticos no la defienden de los ataques de los medios.
¿De qué ataques hablaba la Presidente? En rigor no hay tal cosa como ataques, más bien ha sido ella la que ha atacado a los medios, a la justicia y cuanto ser humano no coincide con su visión de país. Pero, ¿a qué ataques se refería? Seguramente a los escándalos de corrupción. Cristina Fernández pareciera estar pidiendo que sus aliados políticos la defiendan de las denuncias de corrupción cuando en rigor ella debería mostrar que las denuncias son falsas. Su persistente silencio sobre las denuncias de corrupción no hace más que confirmar las sospechas de la gente sobre el saqueo que ha venido sufriendo el país durante años.
Curioso comportamiento el de Cristina Fernández, considerando que ella tiene una forma de gobernar autoritaria y nadie puede contradecirla. Todos tienen que obedecer ciegamente sus órdenes o ser destratados públicamente. El punto es que si ella es la única que imparte órdenes sobre temas que desconoce, como la economía, y nadie puede objetarle nada, el problema es de ella, porque ella es la cabeza del gobierno y del “movimiento”. Si es Cristina Fernández la insustituible, tiene que bancarse las críticas por ser la insustituible. La que no delega nada. La que ordena y el resto obedece. ¿A quién van a criticar los medios y la gente en general? ¿A los que obedecen sus órdenes o a ella que las imparte? Moreno es un incapaz manejando la economía, pero todas sus arbitrariedades tienen la bendición de Cristina Fernández. Si no fuera así, hace tiempo que tendría que haber salido eyectado de la Secretaría de Comercio. Los fracasos de Moreno son los fracasos de ella.
¿Por qué tanta furia en su discurso? Porque las denuncias de corrupción junto con el desmadre económico están haciendo caer en picada la imagen del gobierno y de Cristina Fernández. Como decía en la nota de la semana pasada, ahora la gente no compra el argumento del gobierno que unos son pobres porque el otro es rico, sino que dice: yo soy pobre porque el gobierno es corrupto. Mi plata está en las bóvedas.
Claro, la fiesta de consumo se terminó y ahora la gente despierta de la borrachera de la fiesta artificial y ve que no solo se quieren robar la república sino que, encima, la plata no le alcanza para llegar a fin de mes.
A riesgo de ser políticamente incorrecto, me animaría a decir que si todas las denuncias de corrupción que han aparecido en los últimos meses se hubiesen hecho en momentos de la borrachera de consumo artificial, no hubiesen generado el estado de furia que hoy tiene la gente.
El problema es que el relato oficial ya no alcanza para frenar el malhumor oficial. No solo en los datos inventados sobre progreso económico y social que suelen tirarse desde el atril. Tampoco alcanza con decir que a pesar de la crisis internacional la economía argentina se sostiene.
Los kirchneristas suelen afirmar que hoy se crece menos por la crisis internacional. ¿De qué crisis están hablando? Los precios de los commodities siguen altos, hay mucha liquidez y salvo algunos países, el resto del mundo sigue creciendo. Ni siquiera se puede hablar de una recesión a nivel global.
Estados Unidos viene creciendo a una tasa del 1,8% al punto que posiblemente la Reserva Federal comience a subir levemente la tasa de interés. China crece al 7,7%, la UE está en recesión con una caída del 1% de su PIB. Una cosa es España o Grecia con sus caídas del PIB, y otra es Alemania, Francia o Austria. Toda la zona del pacífico mantiene buenas tasas de crecimiento, entre un 3 y 6 por ciento. Crecen Australia, Malasia, India, Corea, Taiwan y Hong Kong, entre otros. En América Latina hay desaceleración en las tasas de crecimiento pero no recesión, salvo el caso argentino y venezolano. Basta con ver los datos de The Economist sobre el último PIB por país, que en general son del primer trimestre del año, como para advertir que no hay tal crisis internacional. Hay serios problemas en la UE, por ahora focalizados en algunos países en particular. Lo que hay es una desaceleración del crecimiento. El famoso viento de cola.
De manera que no es que el mundo se nos cayó encima como dice Cristina Fernández, sino que el modelo se cae a pedazos porque se acabaron las fuentes de financiamiento para seguir drogando a la gente con un consumo artificial. Es más, no solo el mundo no está en crisis, sino que solo Argentina y Venezuela tienen inflaciones de 2 dígitos y altos como son los dos casos mencionados.
Obvio que las tasas de aumento del PIB del mundo no son las que había antes de la crisis del 2008/2009, pero el mundo sigue creciendo, a tasas más lentas pero creciendo, salvo la UE que está con leve recesión. No con crisis. Si así fuera, toda América Latina tendría que estar en recesión y con fuga de capitales.
De manera que todo el problema se circunscribe a la incapacidad de Cristina Fernández para administrar el país. Solo los kirchneristas siguen con esa cantinela de la crisis internacional para justificar el destrozo económico. Al resto de la gente, aún sin conocer los datos de la economía mundial, no les interesa el relato oficial ni lo que ocurra en España o Grecia. Lo que le interesa es que con el billete de $ 100 puede comprar cada vez menos, y eso no es culpa de la inexistente crisis internacional, es culpa del BCRA que destruye el valor de la moneda.
Sin duda Cristina Fernández está furiosa. Como sacada. Pero está furiosa porque sabe que su imagen se desploma y no tiene con qué volver a drogar a la gente con el consumo artificial. En ese contexto, los escándalos de corrupción adquieren más resonancia y comprometen más al gobierno. No pueden distraer a la gente comprando televisores.
¿Se siente traicionada? Puede ser, pero tampoco el matrimonio se caracterizó por ser leales con sus incondicionales. No son ellos los que pueden esgrimir a palabra lealtad. Han maltratado a quienes les han aceptado todos sus caprichos. ¿Por qué los maltratados se van a quedar arriba del barco hasta que ella choque el Titanic contra el iceberg?
Aunque ella no lo diga y no lo vaya a reconocer, Cristina Fernández está furiosa porque ya no puede sostener el relato oficial de que este es el mejor gobierno de los 200 años de historia argentina. La gente ya los repudia y tienen miedo a que, sin el poder, el repudio se transforme en un tsunami de juicios por corrupción del cual, posiblemente, les sea difícil zafar.
Para Cristina Fernández octubre del 2015 es, como la película, un puente demasiado lejos, y eso la pone furiosa.