El hombre que en Santa Cruz acumuló la mayor fortuna personal en menos tiempo y con el mínimo esfuerzo es hoy sujeto de la más insidiosa investigación judicial con escarnio público de la que se tenga memoria en la provincia.
Aunque a Lázaro lo que más lo debe embargar por estas horas es el profundo sentimiento de soledad y desamparo que siente aquel que se sabe abandonado, que padece la desolación de la mano helada que se suelta, se desprende de un sacudón. La horrible sensación de convertirse de un momento para el otro en un extraño, un don nadie, un cero a la izquierda.
Justo él que fue uno de los principales confidentes de Néstor Kirchner, el hombre mas poderoso en
Cristina nunca lo quiso demasiado a Lázaro, y muerto Néstor menos aún.
Es cierto, Ella no derrocha sentimientos de amor para con nadie que no pertenezca a su entorno familiar, y tampoco reconoce códigos de lealtad, ni siquiera por conveniencia. Y si Cristina no lo estima -piensa Lázaro- de allí para abajo, los demás qué importan, si no entienden nada. Nunca entendieron. Ni el proyecto, ni “el modelo” que tanto pregonan, ni eso que ellos llaman “el poder político” y sus inconfesables formas de financiamiento.
Aquella fatídica noche del 27 de octubre de 2010 en El Calafate en la que Néstor dejó este mundo, Lázaro presintió no solo que partía un amigo sino que él también comenzaba a morir un poco.
Con El se iba un amigo, un compañero de ruta, un socio. Pero sobre todo, un protector.
Los tres allanamientos que sufrió Báez en las últimas horas fueron la más cruda señal de la cruel y definitiva ausencia de Néstor.