La presidenta Cristina Fernández reglamentó la ley que establece la obligatoriedad de doblar al idioma español las películas y series extranjeras en TV.
La decisión alcanza también a las publicidades y a los avances de los programas.
A partir de ahora la programación debe ser emitida a través de los servicios de radiodifusión televisiva "expresada en el idioma oficial o en los idiomas de los Pueblos Originarios", bajo apercibimiento de multas.
Es extraña la devoción por el séptimo arte de esta “cinéfila” (como se autodenomina la primer mandataria) ya que, por ejemplo, Santa Cruz es la única provincia del país que no tiene cines.
Su capital, Río Gallegos, tenía hasta hace diez años un pequeño complejo sobre la avenida Roca (hoy llamada Néstor Kirchner) pero el mismo fue desmantelado y reemplazado por el enésimo eslabón de una de las dos cadenas más grandes de electrodomésticos de la Argentina.
Cuando la España franquista tomó una decisión similar fue debido a que buena parte de la población ibérica no sabía por entonces leer ni escribir. Pero también se ocultaban otras razones.
Este sistema en la madre patria servía, por ejemplo, para alterar el contenido de las obras de arte.
En el recordado filme “Adiós hermano cruel”, estrenada bajo el régimen del generalísimo, la relación incestuosa entre dos hermanos fue modificada por la férrea censura, la que aprovechó el recurso del doblaje para cambiar el guión, ocultando al espectador el vínculo de sangre que unía a los amantes.
Un notable escritor argentino anticipó el problema en un texto imprescindible titulado: “sobre el doblaje”. La pieza tiene ya ochenta años.
“Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje. Propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías foneticovisuales?” Firmado: Jorge Luis Borges.
No es tan preocupante que los filmes extranjeros lleguen subtitulados. Lo que es dramático es que durante el año 2012, si excluimos el boom de Ricardo Darín con su filme “Tesis sobre un homicidio”, las 135 películas argentinas estrenadas apenas lograron convocar al dos por ciento de la taquilla nacional.
Casi ninguna recuperó su inversión ya que semejante prolificidad conspiró contra la calidad final y puso en fuga al espectador vernáculo.
La ley equipara también a los adaptadores de obras teatrales argentinas con los autores originales.
Aquí también estamos en problemas.
Buenos Aires es la tercera capital mundial del teatro, ya que en temporada alta (por estos días) llega a sumar 300 obras al unísono, una marca sólo superada por Nueva York y Londres.
Sin embargo, si uno repasa los shows más convocantes de avenida Corrientes se lleva una sorpresa.
Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli, dos de los mejores actores argentinos, se lucen en “Escenas de la vida conyugal”, de Ingmar Bergman. Además, están a punto de estrenarse otra obra de este notable sueco: “Sonata Otoñal”.
Enrique Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos descollan en “Vale Todo”, una comedia musical que llegó desde Broadway.
Por su parte, lleva ya tres temporada de sala llena “Toc Toc”, del francés Laurent Baffie.
El líder de la taquilla, “Stravaganza”, no es más que un show de piletas de agua copiado de los shows de Las Vegas y “adaptado” por Flavio Mendoza.
Causa furor también en la calle que nunca duerme “Le prenom” (El Nombre) una comedia de origen galo escrita por Mathieu Delaporte.
Los prestigiosos Thelma Biral y Juan Leyrado deslumbran cada noche con “Dios mío”, de la israelí Anat Gov.
Por último, Julieta Díaz y el “puma” Goity, dos de los profesionales más convocantes, se ponen cada noche en la piel de “Los locos Adams”, la comedia musical de Marshal Brickman.
Resumiendo, con excepción de los inoxidables Les Luthiers, que ya llevan 45 años de éxitos con textos de autores argentinos (como Roberto Fontanarrosa), las plumas nacionales brillan por su ausencia.
En la visión del kirchnerismo, Argentina debería ser una suerte de ensambladora asiática de los formatos que llegan desde las naciones más desarrolladas.
Un lugar donde se le agrega el “packaging” (para esta acorde) al contenido extranjero.
Una visión nacionalista muy particular en pleno siglo XXI, donde cualquier chico puede bajar desde Netflix la serie o película que se le dé la gana.
Marcelo López Masia