La triste realidad de nuestros días, resulta ser que, a grandes rasgos, el Homo sapiens es incorregible. Su naturaleza innata impide su corrección en profundidad. Mediante la educación, la moralización y selección dirigida, es tan sólo mejorable. ¿Por qué concluir con este descorazonador pesimismo? Ya sabemos porqué. Se trata de un error de la naturaleza, si es que podemos atribuir dicho error a algo inconsciente que actúa por tanteos al azar (mutaciones genéticas).
¿Qué podemos esperar entonces de un ser contradictorio, erróneo, cuyos motivos existenciales se hallan en el aire, y luego, a la postre, sin dios protector y prometedor alguno; sin alma inmortal, sin futura bienaventuranza (según mi triste hipótesis) y ahora con el agravante de que es incorregible en términos absolutos? ¿Qué hacer con esta calamidad?
Vemos a lo largo de la historia de la humanidad, como han fracasado todos lo sistemas socio-político-económicos. Todo ensayo en este sentido, ha dado resultados aterradores en el panorama mundial actual. ¿Qué hacer con esta calamidad?
Nada satisface plenamente al hombre. Incluso las religiones han fracasado y también las filosofías. La fórmula ideal perfecta, definitiva aún no ha llegado. Tampoco en el terreno político. Monarquías, imperios, repúblicas, dictaduras, tiranías, democracias, demagogias, plutocracias, totalitarismos, anarquías, comunismo. Todo ha sido ensayado, sin resultados plenos.
Entre los mencionados, el sistema democrático, casi universalmente adoptado en nuestros días, se dice que es el mejor, aunque con la salvedad de no ser perfecto. Esto es debido a que se aplica a un tejido social en bruto, a un homo aún en estado natural, pleno de inclinaciones e intereses contrapuestos que hacen que la sociedad global se desenvuelva en una especie de “ley de la selva” que obliga permanentemente a poner freno a los desbordes, a veces peligrosos, por parte de los exaltados. Dentro de una democracia plena, todos los grupos se sienten con derechos, aún los aberrantes, excéntricos fanatizados, violentos y otros, que a la postre no constituyen más que estorbos para la normal marcha de la sociedad en paz y armonía.
Sabemos, los hombres conscientes, observadores, cómo está el mundo.
El hombre inventa sistemas, cree en ellos, lucha por sus ideales. A la postre, lo que se obtiene muchas veces es pauperismo, vicio, corrupción, descontento y millones de niños destinados a nacer y morir sin llegar a adultos, o a vivir en la disconformidad.
Soñadores como Marx, han creído dar en el blanco sin contar con la traicionera naturaleza humana.
Si hay dictaduras, el descontento cunde, se suspira por la libertad. Si hay libertad, se abusa de ella y se vive en una sociedad donde grupos de individuos presionan sobre otros grupos en ausencia de solidaridad, a veces ferozmente, y las víctimas son incontables; podemos ser tu, lector o yo.
Los nacionalismos que son una forma de egoísmo, siempre afloran.
También la agresividad, la xenofobia, el desprecio, el territorialismo, la lucha armada, destrucción y muerte.
Todo esto no quiere decir que aquel intento sugerido en el artículo anterior no valga la pena de ser llevado a cabo. Por el contrario ¡es la única salida por ahora! Tan solo le falta un radical ingrediente del futuro. En cierto lugar he hablado de eugenesia, como medida provisional para seleccionar a los mejores. Ahora hablaré de ingeniería genética para lograr lo mejor de lo mejor. Lo anterior, la eugenesia, es la atenuante; la ingeniería genética es la solución radical y definitiva.
Si se hubiese aplicado la eugenesia desde los tiempos del genial Platón, quien la aconsejaba, hoy a más de 2400 años ciertamente la humanidad se hallaría depurada, más sana, longeva, bella e inteligente. No obstante adolecería aún de todos los defectos morales.
Lo que propongo (Yo, un pobre piojito del espacio sideral) es terminar de raíz con toda tendencia humana negativa, con la maldad y el dolor en el mundo La justicia vendrá sola entonces. No más pecadores para obtener condenados. ¿Para qué obtener réprobos según el mito judeocristiano? ¡Tonterías!
Pensemos en el lugar que debe reservar la sociedad global a toda criatura próxima a venir a este mundo, para que el mundo de dicha criatura sea un verdadero Paraíso como el soñado por los inventores de mitos. Si, así debe ser, el paraíso en la real Tierra, no es un utópico, ilusorio “cielo” que no se halla en parte alguna más que en la imaginación humana.
Todo ser inocente que se forma en este planeta que pisamos, merece un paraíso precisamente por nacer inocente.
¡Hagámoslo entonces! ¡Es científica y tecnológicamente posible!
Cambiemos entonces al hombre actual por un nuevo hombre. Un hombre sublime (Homo sublimis según mi clasificación, y como reza uno de mis libros hace poco editado).
¿De qué modo es posible este “milagro”?
Nada de milagros sobrenaturales porque no existen. Lo natural basta y sobra. Lo natural una vez dominado y conducido con nuestra inteligencia y tecnología, ya se asemeja luego al milagro. Ya es conceptualmente un milagro. Ya obtuvimos muchos “milagros” como el empleo maravilloso de las ondas electromagnéticas para lograr imágenes y sonidos a distancia; el viaje tripulado hacia la Luna; las exploraciones espaciales; el maquinismo; las microcomputadoras; el láser, etc.
¿Qué hacer con nosotros entonces? ¡Autometamorfosearnos! (valga el neologismo). ¿Cómo? Transformándonos en un “milagro” científico.
¿Con qué medios tecnológicos? Corrigiendo nuestro programa genético natural encerrado en el ADN.
Desde luego que, si en un núcleo celular se puede hallar codificado un elefante, un mosquito, un roble, una seta, una planta de lechuga, una bacteria, un pulpo o ¡un Einstein!, ¿cómo no va ser posible codificar un hombre nuevo, moviendo para ello las piezas convenientes del plan genético?
Este debiera ser un proyecto del futuro, (aunque tenga todas las características de una “ciencia ficción”), cuando la ingeniería genética se encuentre en condiciones de mover “las piezas” para obrar “el milagro”, pero las bases pueden estar ya sentadas.
Hoy, claro está, esto nos parece una locura y para muchos, también yo una especie de orate.
Pero lo mismo hubiese ocurrido con alguien que, delante de Platón, Sócrates o Aristóteles, se hubiese puesto a hablarles de evolución de las especies vivientes, de cine, radio, televisión, automóviles, viajes a la Luna, exploración del sistema solar, energía nuclear, aceleradores de partículas física cuántica, agujeros negros del espacio, nanocomputadoras y del simple” vuelo de los más pesados que el aire, esto es de los aviones y helicópteros. ¡Qué compasiva sonrisa esbozaría Platón ante semejante loco que se atreviera a comunicarle tantas “pamplinas” del futuro! Y Aristóteles, quizás lo mandaría a pasear, o al manicomio más próximo al conocer sus delirios. Sócrates, por su parte, quizás huiría de semejante insano por no servirle de nada para su método de la mayéutica consistente en extraer la verdad con preguntas a sus interlocutores.
Hoy es posible que me encuentre ante muchos Sócrates, Platones y Aristóteles, es decir sabios de esta época. Pero estoy proyectado hacia el futuro y por eso es difícil que alguien me entienda y acepte mi propuesta para la humanidad.
No obstante, tengan la certeza amigos (o enemigos) lectores, que es la única salida de la inveterada “crisis” denominada Homo sapiens, “sinónimo” de “error de la naturaleza” que se pone de manifiesto cuando el hombre se enfrenta a sí mismo, como si se mirara en un espejo para asustarse o reñir con su propia imagen.
El hombre actual aún no se conoce a si mismo. No sabe quién es, y cuando se confronta consigo mismo, le cuesta creer que sea ¡el mismo!, o rechaza esto y habla de pensamientos y actos “inhumanos” como queriendo lanzar lejos de sí su propia índole.
Por ello es necesario utilizar a la Sana Ciencia para auto metamorfosearse cual primigenia larva en bella mariposa y lanzar lejos, bien lejos toda la mole de pseudociencias que pululan por todo el orbe.
Ladislao Vadas