La evolución de las especies vivientes, tiempo ha dejó de ser una teoría para convertirse a todas luces en un hecho fehacientemente demostrado. Pero a pesar de ello, en estos umbrales del siglo veintiuno que me han tocado vivir, aún hay personas ilustradas que creen que la evolución es tan sólo una teoría frente al creacionismo. Por supuesto que, a estas personas “ilustradas” les falta un conocimiento integral de las ciencias biológicas y en el fondo todo es debido en un alto porcentaje a la falta de información. El resto, a creencias religiosas que se inmiscuyen en las ciencias naturales y pseudociencias ¡a montones!
La evolución obedece al más puro mecanismo, y aquel que cree ver algo más que esto en el proceso viviente general, lo único que logra es teñir de fantasías una realidad que no entiende por su complejidad.
En cierta oportunidad, un equipo de investigadores estadounidenses creyó haber descubierto que ciertas bacterias, frente a un peligro de muerte, pueden efectuar mutaciones intencionalmente. Por ejemplo en cultivos de bacterias con “defecto hereditario” o “error genético” que les impide digerir la lactosa, se ha observado que producen nueva prole precisamente capaz de nutrirse del mencionado azúcar.
Otras experiencias llevadas a cabo, parecen confirmar la “inteligencia, voluntad, intencionalidad y capacidad” de mutar ante una necesidad de supervivencia.
Esta interpretación, por supuesto, acarrea un dejo lamarckiano según la idea de que “la función o la necesidad crea el órgano”. De modo que un mamífero terrestre, por ejemplo, por el solo hecho de experimentar el deseo de nadar para huir mejor de sus enemigos, que su descendencia, adquiera aspecto fusiforme y aletas para satisfacer dicha necesidad, como es el caso de los cetáceos.
Estos resabios de lamarckismo que suelen asomar esporádicamente, no son más que errores de interpretación de las observaciones.
Así sucede cuando ciertos botánicos creyeron comprobar la herencia de los caracteres adquiridos, al transportar semillas de una región a otra donde existían condiciones ambientales diferentes.
Las plantas parecen adaptarse y readaptarse a distintos ambientes porque su respuesta fenotípica frente a diversos estímulos ambientales ya se halla inscripta en el genotipo por causa de su cosmopolitismo, que es el resultado de un constante traslado de un lugar a otro, ya sea accidental (viento que lleva las simientes adaptadas al vuelo; corrientes de agua; animales que transportan las semillas adheridas como el abrojo, etc.), o por la intervención del hombre. Sólo hacen falta dichos estímulos para que se manifieste la característica tomada como si fuese ”nueva”, que no es tal porque la especie de planta en cuestión ya ha estado alguna vez en el ambiente al que ha vuelto a ser trasladada y se ha surtido de mutaciones genéticas de adaptación fortuita al estímulo ambiental, las que se sumaron a los anteriores factores genotípicos que permitían su adaptación a las regiones de origen.
Así ocurre también con los animales cosmopolitas. Por ejemplo, el pelo de los perros y la lana de las ovejas es menos abundante en la zona tropical, en cambio en las zonas frías el pelaje de los animales es más espeso y largo.
Un ejemplo patente y clásico de respuesta al ambiente lo tenemos en la facultad de nuestra piel para pigmentarse ante la irradiación solar, con el fin de protegernos de los rayos ultravioleta. Nadie podría interpretar esto como “una mutación de adaptación intencional, por supuesto.
Esta clase de respuestas al ambiente por parte de los seres vivientes ya programadas en los genes, fue lo que confundió muchas veces a los investigadores que creyeron que “la necesidad obligaba a una cepa a variar su dote genética con intencionalidad”.
Con respecto al caso mencionado de las bacterias estudiadas por un grupo estadounidense, se trata sin duda de la intervención de un mecanismo químico ambiental que acelera las mutaciones, entre las que pueden surgir algunas útiles. Además existe un verdadero abismo entre las bacterias y los animales, por ejemplo, que se reproducen de una forma diferente. Las bacterias se multiplican en progresión geométrica, su número aumenta en cifras astronómicas durante cortos lapsos, de modo que resulta factible una adaptación accidental. Basta que un individuo entre millones adquiera alguna cualidad favorable para que sobreviva él solo y genere de inmediato una numerosa descendencia con la herencia de dicha cualidad. Este detalle sumado a la facultad de readaptación genotípica a un medio que “ya ha sido habitado”, lo explica todo.
Ladislao Vadas