Patio
29
Chirria
alma de espanto,
patina
de lamento hielo,
olvida
Patio 29,
aquí
no llegará la infancia.
Sólo
nace la muerte.
Mis
cadenas, que no pierdo,
arrastrarán
los desaparecidos
fantasmas
de todos los Patios.
Rolando
Gabrielli
La ciudad se tendió de espaldas. Nos vio partir como hormigas. Un ejército doblado en su cintura. La ciudad está blindada y pasamos. El corredor gris, profundo, la Nada del capitán General, sombra barata de la vieja República, traumatizada en troncal de la Panamericana Sur. Ciudad tus bastardos hijos te encienden una llama de libertad, la que nos conduce al Infierno. Il corpo del delito, deja la ciudad. Más atrás, la vieja biografía. La infancia recogida en el vuelo de un volantín. Calles que las hojas cubrieron con tapiz amarillo en algún Otoño. No dejes de creer en las estaciones. Cuatro y la nuestra: lluvia y sol, amarillo, rojo y azul, más el viento, la selva y las montañas, el sopor del tiempo. Es lo que viene, en él viene de futuro, incierto azar, Dragón iluminado en un bazar de estrellas de ojos azules. In Sfumato, il Poeta, la tenue escarcha del poema. Entró a la primera ciudad del periplo, enclavada en la montaña andina, crucificada en la esmeralda de sus húmedos huesos verdes, Colombia, casillero roto de las Américas, en el Magdalena la bestia llora arrinconada. El tiempo se cumplió y un septiembre, adiós. Vencido el último minuto, un salta más al Norte, tierra caliente. Rueda el que tiene pies, y no sabe de puertos o alguna vez le dijeron, parte. Quedó el hierro sangrante de la vieja historia, la bota, la soga, el cuarto hilvanado con la muerte. El Dorado es náufrago muerto, una pelota de aserrín sin puerto. Los pies llegan a otro aeropuerto. Pisan el aire que los lleva. Y se abre el paréntesis. La mosca lo revolotea. Es otro principio en el hoy. Quedó el dueño de la L, la cordillera que cierra el paisaje, el mar que lo traza de punta a punta, el recuerdo de uno mismo. Ninguna esquina puede recoger todo el silencio. Así como el asombro no cabe en un ojo. El lomo de una mula se llevó el oro. El bolsillo de un, dos, tres, cuatro etc. Gobernante, complementó la tarea del despojo. Tiempo ruin. Atrás, adelante, en los otros puntos cardinales nuestros, se mueve El Patio 29, la risa de los desaparecidos cuelga de un balcón lleno de hojas secas. Cuando el General ascienda al cielo, bájenlo para incinerarlo junto a sus alas de murciélago. Rodeado de sus angelitos del Matadero Chile, se abraza los desaparecidos y desaparece. Una profesora de Historia le va recordando los hechos en Off. Su memoria nunca fue buena. Esa escena ya no se cierra con una simple palmadita del profesor de la Academia: la cagaste Augusto. El Capítulo de esta historia se pone a correr y cae al vacío. Un clavo saca a otro clavo, y la Historia comienza a caminar. Perverso ángel, yo soy tu demonio. Vamos a volar otros infiernos. Sí, donde los poderes ilegítimamente constituidos nos sigan aplaudiendo.
Me
estacioné finalmente en un lugar de tránsito. Por aquí pasan todos, yo me
quedo. El tránsito es un ataúd en movimiento. Permanecer, quizás un sarcófago
en vida con vista al mar. Es más profundo el sueño helado de la noche. Una
foto en el Patio 29, con los niños vestidos de militar. Ya estamos en la
azotea de las Américas. La neblina viene del Sur, viene del Norte. Me quedo
al medio, pero viajo durante diez años. Otros hechos y sólo en el piso de
las Américas. La vieja humedad conocida, montañas, el tiempo negro de la
esperanza, el bocado de humo de las fronteras, sol liviano sobre las aguas. In
Sfumato por el silencio plateado de las sienes de América. Siendo un río, lo
recorro, siendo un amor, lo vivo. Se bautizan los nuevos caminos. Tránsito,
encrucijada, dicen, pasaron, y yo rompo hojas del calendario. Un día que
pasa, es un árbol que ha caído detrás de la sombra que lo olvidará. Voy y
vuelvo, nunca supe, que no. Cualquier calle hace una avenida. La Historia
tienen mil fojas, para empezar, nuevas, de paquete. Allá los historiadores
que cuentan la historia, las épocas por apariciones y desapariciones. Tiempos
de dinosaurios, más resistentes, dicen algunos. Los mismos lagartos
bajo el zaguán. Verdes cocodrilos, camaleones
en sus colores. Danzan los perros con sus mantos azules de nieves. La
luna es blanca y quisiera ser olvidada. Callejón de esperanza. La Diáspora
es redonda como un cubo. Mil cabezas sobre el aire, la noche que no actualiza
nombres. El trigo se quemó antes de llegar al horno. En una hamaca, la vida
es ligera. Se suspende el aire tibio.
Que
cuele el tiempo lo que le queda. ¿Por qué hablan de la Diáspora sin
saber que el tiempo pasa con su sortija muerta? Se puede salir para tocar el
piano y dejar caer el teclado en la nueva avenida. Romper el coro con el
silencio. Oye, el cuento no tiene punta. In Sfumato, el trompo sigue bailando
en la pista. Sus viejos, nuevos colores, el viento que los pinta. Años que
los ascensores olvidan y las escaleras bajan, con sus pequeños pies vacíos.
El tránsito se queda, pasa, sigue, en la plataforma el sueño no despega.
Ventanas, puertas, cielos, aviones, tardes, calles, playas, arena, los viajes
coleccionan risas, lluvias, abrazos, besos, recuerdos enteros de
conversaciones, partidas completas de sensaciones, helados llenos de nieve
dulce, un saco de ropa sucia con el olor del último hotel, sandías-que son
casi perfectas- tomates con un rojo trasnochado, hijos ojerosos, botellas de
miel amarilla, y todo lo demás que es mucho, iba y venía por las maletas, baños
y pasillos hacia el aeropuerto. Se clava el corazón en su sitio, muerde el
tiempo donde se hace la vida. Antes, otros, y muchos, después, el curso es el
río. En el algún lado continúa. Es un cuerpo vivo, largo, inexplicablemente
vivo. Tránsito, se le arranca la nariz a la historia. Un minuto al sueño
dorado. In Sfumato, partir. Se huele y respira, se piensa lejos. No se piensa.
En el vuelo una abeja, la mariposa comparte la belleza de su vuelo solitario.
El sapo es otra realidad. Tránsito en
el croar. Treinta años, tres décadas seis quinquenios, 30, uno tras
otro. El tiempo hace un guiño. El pasado te aborrece. El futuro te ama. El
presente saca cuentas. El tiempo lo arranca todo finalmente. Víctor perdió
las manos de otra manera, la guitarra, las cuerdas, la voz, la vida. ¿Quién
le canta al canto? Patio 29. La cigüeña degollada. El tiempo equivocado. La
esquina mal doblada. Yo no recuerdo las primaveras, lo mío es un resonar de
lluvias y soles muertos. Hubo poesía viva, poesía muerta. Poesía
desparecida, poesía, poesía. Quién se lleva el viento tan lejos, trae
nuevos temporales. Tierra arrasada, lo que vimos y fuimos. Tiempo de trapo.
Fuimos hormigas. ¿El gusano convertirá en seda esta ordinaria tela de tejer
el mundo?
Rolando
Gabrielli