Ante una recesión que se profundiza, el gobierno de Cristina Fernández optó por reforzar las restricciones para adquirir divisas, limitar dólares para importar insumos y meterle presión a las grandes empresas endureciendo la ley de Abastecimiento.
La necesidad de divisas para afrontar el pago de deudas y las importaciones de combustibles -en una pelea interminable con los fondos buitre por la deuda-, obligan a restringir al máximo la disponibilidad de dólares.
Las medidas y el discurso adoptado por la presidenta reflejan su convencimiento de que detrás del parate económico hay algo más que una caída de la demanda y la desconfianza de los consumidores.
La jefa de Estado parece haber llegado a la conclusión de que sectores de poder económico pretenden debilitar su gobierno y, tal vez, hasta provocar su salida anticipada.
En esa lógica parece contextualizarse su acusación a las terminales automotrices y concesionarias de estar "encanutando" los autos para generar el fracaso del plan Procreauto y generar malestar social con suspensiones de miles de operarios.
Un cuestionamiento similar había lanzado la mandataria hacia los bancos, a los que acusó primero de sabotear el intrincando sistema de certificados CEDIN para adquirir viviendas, aunque luego los terminó premiando permitiéndoles cobrar comisión por esas operaciones.
Cuando el viento empieza a soplar en contra, los fantasmas comienzan a aparecer por doquier y se ven conspiraciones que a veces tienen correlatos forzados en la realidad.
El espejo parece exigir contemplar otros datos: a partir del 2007, meses antes de que Cristina ganara la primera presidencia, la economía argentina comenzó a mostrar señales de aceleración de precios.
Esa incipiente inflación -que luego se instaló en el 30% anual-se vio luego inflada por la pérdida de los superávits gemelos -fiscal y comercial- que siempre habían sido defendidos a capa y espada en el gobierno de Néstor Kirchner.
Durante los gobiernos de Cristina Fernández, el déficit de las cuentas públicas se disparó y la emisión monetaria alcanzó niveles récords para alimentar en forma artificial el consumo.
Su gobierno debió afrontar los coletazos de la crisis generada a nivel mundial por la quiebra de la banca de inversión Lehman Brothers y la estafa de las hipotecas basura o subprime, por lo que la Argentina casi no creció en 2009.
En 2010 la economía pareció intentar un proceso de recuperación -en medio de una feroz fuga de capitales-, reforzado por subsidios cada vez más generalizados que lograron mantener altos los niveles de consumo y le permitieron a Cristina obtener la reelección en el 2011.
Pero horas después de haber alcanzado ese objetivo, el gobierno debió trasparentar los problemas de la economía y frenar de golpe el acceso al dólar, a través de lo que pasará a la historia como el "cepo cambiario", algo así como encerrarse en una jaula y tirar la llave.
A partir de allí, la economía ingresó en una espiral descendente que no dio respiro: la inflación se disparó, el intervencionismo se hizo moneda corriente y las principales variables de la economía se distorsionaron.
Como si faltaran pocos problemas, se terminó el viento de cola generado por el alto precio de los commodities que fue el puntal del modelo económico, y la soja cayó a su nivel más bajo en una década.
El propio ministro de Economía, Axel Kicillof, aceptó ante empresarios que el mundo le da la espalda a la Argentina y que ante eso, "hay poco que hacer". El aroma a "fin de ciclo" se empieza a oler en cada rincón de la actividad económica.
El 10 de septiembre la presidenta encabezará el acto central por el Día de la Industria en Tecnópolis.
Hacia allí peregrinarán empresarios y gremios que comulgan todavía con el gobierno aunque ya hacen cálculos sobre el día después del cristinismo, y otros muchos que dan por concluido un ciclo que requiere cambios profundos.
Tal vez la presidenta dé en ese acto algunas pistas sobre lo que le espera a los argentinos en los próximos meses.
Le será difícil transmitir optimismo: la mayoría de los indicadores preanuncian que el país ingresó en una etapa contractiva del ciclo económico que llegaría hasta el próximo gobierno, y ante esa realidad es poco lo que se puede hacer.