Aún se debate si J. P. Sartre, introdujo
el existencialismo a Francia y si perdió o ganó en su eterno debate con
Albert Camus. Si Sartre entró por la puerta del infierno empedró un camino de
libertades. ¿O Sartre escribió contra todos y por todos? Murió hace 25 años
entre los grandes de Francia, Lacan, Barthes, Piaget, como si se fuera al despeñadero
o al zaguán la propia Torre Eiffel.
Decantó la acidez del siglo XX, dejó que el gusano hiciera
su trabajo, Sartre fue un taladro de incesantes ideas después de la Segunda
Guerra Mundial y se tomo el escenario y la palabra. Fue la moda irreverente, un
tiempo, una época en que se respiró Sartre. La anarquía de su pensamiento
socialista con armazón soviética por un largo tiempo equivocado y muchos
creen que al bizco pensador, le falló el ojo histórico.
Escribió hasta la Náusea, en verdad, a la saciedad, porque
opinó todo el tiempo de todo. El infierno o el cielo, sus personajes
deambularon sin Dios, atornillados a sus extraordinarias convicciones,
contradicciones, elefantiásicas aprehensiones de este mundo en tiempo presente.
A Sartre quizás lo inventó la historia, la misma que lo
arrojó al vacío, la que lo devuelve como una alga a la playa. No se puede
hablar del siglo XX sin Sartre, y quizás ese sea su mayor error. ¿Sartre, como
el siglo XX, se odió asimismo?
Fue voraz en la palabra y en el pensamiento. Escribía como
un cigarrillo encendido permanentemente. Tal vez lo llegó a odiar hasta la mano
que permanecía inmóvil cuando escribía.
Se entra a Sartre por los caminos de la libertad y
después las señales las hace uno mismo. Los caminos se bifurcan una y otra
vez. Como debe ser, sin restricciones, siempre uno más, hasta el final, donde
todo es relevo. Pienso que un filósofo, y sobre todo un poeta, no debe competir
con la realidad, ni imitarla, menos copiarla o falsificarla.
Sartre, como un intelectual de su tiempo, que definió la
palabra a su manera como algo más que un montón de palabras o cenizas,
tuvo la virtud de contestarse preguntas, y reformulárselas, y no creerse
la fantasía que existe un fin de capítulo. París fue el ácido y la mermelada
de su pensamiento, pero el viejo zorro que rechazó el Premio Nobel de
Literatura, inyectó de compromiso e ideas al mundo. Imposible
concebir el tiempo que le tocó vivir sin sus opiniones, pensamientos,
libros, crítica, literatura, visión. El silgo XXI carece de un intelectual
como Sartre, sin compromiso con el compromiso, esencialmente tabánico, cáustico,
que asumió los riesgos de su pensamiento, de la sospecha, cabalgó ciego con
luces propias en el riesgo de la aventura filosófica.
Sartre fue mucho más de sí mismo que de los otros. Pensó públicamente,
sin restricciones. Practicó su propio deber: decir en su tiempo. Para muchos,
Jean Paul, nos habla aún desde su tumba y otros se mueren de rabia. ¿Murió
de lucidez o de sospecha? Tal vez el futuro era su sombra real. ¿Hombre
de consecuencias y hasta las últimas? Todo gran pensador, artista, es la
acumulación de sus victorias y derrotas, el éxito y el fracaso es el gran preámbulo
de sus contradicciones. ¿Por qué le pedimos a Sartre que fuera un Figaro de un
sólo corte? ¿Ángel y demonio, la lucidez de la razón? Un escritor
verdadero debe dejarnos más preguntas que respuestas.
Fue lo más parecido a un planeta solitario. En un mundo con
tan poco compromiso, falta de personalidad, en su volatilidad suprema, gaseoso,
plástico,
¿A Sartre no lo reivindica ni la muerte? Fue una especie de
Picasso en las palabras, infatigable antropófago de la existencia, y fue
un protagonista de la historia sin vaselina. Amante, individualista, callejero,
bebedor, sarcástico, el verbo sutil, duro, áspero como un coro de hienas frías.
Dejaba en el estómago de un cocodrilo algunas cuantas palabras y otras para sus
lágrimas. Siempre tuvo auditórium, prensa, la propia y la ajena, vivó en el
mar de la polémica, no se dejó intimidar, ni oficializar, ni alquilar, ni
subarrendar o seudo administrar. Intelectual per se el francés.
Sartre no tuvo tiempo para olvidar el tiempo que le tocó
vivir. Fue un hombre de causas. Argelia, entre ellas, Vietnam. El Mayo francés,
en el 68, contó con un Sartre activo y presente. Respiró a diario contra el
neocolonialismo. Les Temps Modernes, fue el periodismo sartreano intenso, de
denuncia, reflexión de una época. Desde Ahí, desafió al mundo con sus ideas,
conciencia crítica, campañas, y Sartre se hizo huracán.
Alejado de los homenajes personales, fue un personaje de sí
mismo, que hoy no lleva el nombre de una sola calle de París, pero la
libertad de sus palabras resuenan por el Sena y los viejos cafés a la gauche
del río que lo sintió escribir, reflexionar, siempre con su espíritu en
rebelión. Un filósofo- novelista-dramaturgo-periodista en acción, que le
escribió canciones a Juliette Greco y se sentía a plenitud entre
las mujeres y aburrido con los hombres.
Jean-Paul Charles Aymard Sartre, se llamó en vida y de
alguna manera expresó que el hombre no tiene más cielo que su propio techo,
circunstancias, subjetividad, yo, libertad. «El hombre es ante todo un
proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o
una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo
inteligible, y el hombre será ante todo lo que habrá proyectado ser», dijo
textualmente. El hombre nace libre, responsable, sin excusas.
Mi generación entró Por los Caminos de la Libertad, La Náusea,
Las Palabras, Las moscas, todo su alegato de época, pronunciamientos sobre los
grandes eventos en marcha de la humanidad, las guerras, porque de alguna manera
en cierta época, la polémica se llamó sartriana. El Ser y la Nada, fue para
los filósofos. Muchos orillamos la literatura, el Sartre existencial novelesco,
libertario. JPS fue un todo, sin duda, una explicación de sus grandes
contradicciones, errores, y legítimos aciertos.
Rolando Gabrielli