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Iglesia Universal del Reino de Dios

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LA FE DIEZMADA
LA FE DIEZMADA

    Son las siete y media de la tarde de un viernes de enero y hace un rato que el sol cedió en su extenuante abrazo. El centro de La Plata se apacigua con su luz moribunda, con sus voces que empiezan a bajar el tono, y con las persianas metálicas de sus comercios que, quejumbrosas, dejan oír sus estridencias de óxido.

 

    Pero por acá no; por acá es todo lo contrario. A la altura de las calles 55 y 56, en un compás lento, una marea humana irrumpe en la avenida 7, como si alguien hubiera encendido la hornalla y la cuadra entrara en ebullición. La mayoría están desarrapados y presumiblemente sin un centavo. Llegan desde todas partes y se congregan en el local donde alguna vez, hace años, funcionó el cine Select. Se sirven de todos los medios para asistir: largos peregrinajes desde los suburbios con niños pequeños en brazos; kilómetros y kilómetros de pedaleo en bicicleta; colectivos colmados que se vacían frente al templo como si fuese el fin de sus recorridos, servicios gratuitos de traffics que llegan repletas desde vaya uno a saber dónde, y liberan familias enteras cuando se abren sus puertas laterales. Bajo la marquesina del edificio, en lugar de los afiches de películas, reluce hoy un corazón rojo surcado por el vuelo blanco de una paloma, insignia distintiva de la Iglesia Universal del Reino de Dios.

    Otros visten camisas brillosas y llevan teléfonos móviles enfundados en la cintura. Sin embargo, a quienes asisten a las reuniones, cada día, cada turno, algo los iguala: el dolor. Enfermedades crónicas o terminales, familiares agonizantes, hijos o hermanos con hambre. Desesperados. Y cada uno, sin excepción, se entrega a la Iglesia Universal jugando la última carta que los rescate entre tanto desamparo.

    Hoy es viernes: Día de liberación espiritual. En este exacto momento, con precisión suiza, la epopeya bíblica se repite en los santuarios de Puente La Noria, Mar del Plata, Caleta Olivia o cualquiera de las 150 Direcciones de la Felicidad (suelen establecerse en cines o teatros en quiebra, clubes sociales o sindicales) que La Iglesia Universal ha izado vertiginosamente en cada rincón del Conurbano, Capital Federal o el interior del país, desde su desembarco en 1990. Más aun, fieles de un abanico enorme de razas y nacionalidades se abarrotan en este mismo minuto alrededor de alguna de las más de 3000 sucursales que esta cofradía ha levantado, en el viento de una década, en toda América Latina, algunas ciudades de EE.UU., Europa, África y Asia.


Luz...


    Cuando por fin no hubo ni una sola butaca libre, uno de los obreros atravesó una falleba de hierro macizo entre las manijas de las tres puertas de vidrio que son la única salida hacia la calle. Una sensación creciente de nosotros o el mundo invade el santuario. Sin medias tintas. Así parecen las cosas en la Iglesia Universal del Reino de Dios.

    Alrededor de 400 personas colman la sala, un lugar limpio y bien iluminado por la luz blanquecina de tubos fluorescentes. Unos acordes de piano brotan de parlantes dispuestos en las paredes laterales. Sobre el escenario hay un estrado y un micrófono. A la izquierda, una canasta de mimbre con rosas místicas (se reparten los sábados en dos horarios durante cinco semanas consecutivas); a la derecha, el manto de los imposibles (una frazada violeta que los fieles deben tocar con las fotos de sus familiares para curarlos de enfermedades terminales) migajas envasadas de pan y botellas de jugo puro de uvas (la carne y la sangre de Jesús, que se ofrecen los domingos de Santa Cena); y sobre la pared del fondo, custodiado por una barricada de adoquines y un par de columnas de yeso, está el altar, donde se dejan los petitorios a Dios. Completan la escenografía una cruz de madera recortada sobre una luz tenue, una inscripción que reza "Jesucristo es el Señor", y una moderna cámara de video que apunta al auditorio y registra, inquisidora, cada pormenor de lo que sucede.

    Minutos antes del comienzo, tres chicas que no superan los quince años, vestidas con enteritos de estampados infantiles, recorren cada butaca reclutando los niños pequeños que puedan dificultar a sus padres la entrega total al Señor. Una de ellas toma de la mano una niña muy flaca: tiene la piel pegada a los huesos, en su rostro pálido se entretejen surcos de venas violáceas. Aleccionada, la niña acepta su suerte con la sumisión que sólo infunde la certeza de un destino sellado, irreversible. Mira a sus padres, les sonríe y se deja llevar.

    Unos 20 obreros pululan por los pasillos del templo oficiando de acomodadores para quienes todavía están parados, o atendiendo las dudas de los devotos en pequeños bancos de colegio dispuestos a la entrada, como si fueran agentes de viaje o empleados de algún ministerio. Argentinos y jóvenes, los obreros son los peones más rasos dentro del poder piramidal de La Iglesia, pero lucen como exitosos empresarios: zapatos brillantes, sobrios pantalones negros y camisas de un blanco inmaculado, que resaltan el azul de las corbatas.


...cámara...


    De golpe el bullicio se extingue y el pastor sube al escenario, acercándose a la tarima donde la Biblia siempre está abierta. No lleva sotana. Apenas una chomba blanca ceñida a un torso fibroso y trabajado, pantalones holgados, cinto de cuero y zapatos, también blancos, que le otorgan cierto aire estereotipado de latino con negocios dudosos en película yanqui. No alcanza los cuarenta, tiene la piel trigueña, y el pelo negro rapado a cepillo.

    -Bienvenidos hermanos, bienvenidos a la casa de Deus. Amen. Amén.

    Aunque conserva algunos modismos portugueses, tiene un castellano nítido. Habla con una sugestión particular, una cadencia casi melódica en la que las palabras fluyen con una naturalidad asombrosa.

    -La mayoría de nosotros, alguna vez, le hemos abierto al demonio las puertas de nuestro cuerpo.

    Lo han hecho, según La Iglesia Universal, los mentirosos, los pobres; los que han ido al curandero, los adúlteros, los travestis ("los hombres que quieren ser mujer tienen el demonio de la prostitución"); los adictos a la cocaína, el cigarrillo, el alcohol; Fidel Castro ("¿como se llama lo que fuma este Fidel Castro?"), y hasta quienes no encuentran una cura para enfermedades letales, como el SIDA o el cáncer.

    -Ahora tomen sus pañuelos rojos-, ordena el pastor.

    Casi todos lo exhiben en alto; es un rectángulo de tela roja humedecido por la transpiración de sus manos. Cada viernes al retirarse, cada fiel recibe uno, que debe exhibir la semana siguiente. La llaman cadena de oración: quienes lo tienen demostrarían así un compromiso real con Dios.

    -Cierren sus ojos y apóyenlo sobre su cabeza: vamos a orar para que el demonio abandone sus cuerpos.

    El pastor camina inquieto de una punta a otra del escenario exigiéndole al diablo que abandone aquellas almas irredentas. Sazona las palabras con una música tan hipnótica que cada frase suena como la revelación milagrosa de una profecía. La sala se enfervoriza. Algunos concurrentes, extasiados, alzan los brazos al cielo y claman a Dios que los libere del influjo del mal. Tiemblan, gritan, se sacuden.

    Desperdigados por el recinto, los obreros vigilan todo con mirada severa. Uno de ellos, apenas mayor de edad, envuelve con sus palmas la frente de una pareja de novios. Cierra los ojos y la expresión de la cara se le desencaja. Con un discurso parecido al del pastor, intenta la sanación él mismo, como si todo el poder y la voluntad de Dios confluyeran ahora en la yema de sus diez dedos. Con un grito final de ¡sana! abre los ojos, recobra súbitamente la mesura y se aleja sin siquiera mirarlos.

    Después de aquella fascinación purificadora, los feligreses vuelven a ocupar sus butacas completamente relajados. Todos cantan a capella una canción que empieza a oírse por los baffles. El clima es distendido. El pastor baja del escenario y se adelanta junto a un estrado. Después da media vuelta y señala a sus espaldas.


¡Acción!


    -Yo no puedo ocultarles la verdad, esta señora lleva el demonio en su cuerpo.

    Una vieja encorvada, de espaldas a la gente, jadea y emite gemidos roncos. El pastor se acerca y le habla al oído.

    -¿Cuántos demonios hay en este cuerpo?-. La vieja sólo jadea y gime.- ¿cuántos? ¡Contesta!

    Después de dos o tres veces de oír la pregunta, sin mostrar la cara, la vieja contesta.

    -Dos...- dice con un hilo de voz apenas audible, aflautado, sórdido.

    -¿Cómo es tu nombre demonio? ¡Contesta! ¡Dinos cómo te llamas!- replica el pastor, con tono cada vez más imperativo.

    -Eyu...

    -Eyu qué? ¡Contesta!

    La vieja gruñe como una fiera arrinconada. Contorsiona el cuerpo y vuelve a gemir, como si en su interior se desatara una contienda ancestral entre las fuerzas del bien y del mal.

    -Eyu Calavera-, responde como si le hubieran arrancado las palabras. El pastor le quita la mano de la frente y se dirige al auditorio con la seriedad del clínico que informa el cuadro crítico de un pariente enfermo.

    -Eyu Calavera es un demonio que ataca los huesos y los órganos del cuerpo. Es muy peligroso. Yo no conozco a esta señora, pero se que está sufriendo. ¿Qué dolores te aquejan?

    Entre rezongos bestiales la vieja le confiesa que sufre del hígado hace diez años, el mismo lapso de tiempo que lleva al demonio alojado en las entrañas. Después pide la ayuda de los presentes para poder extirparlo, y recita con voz profética:
    -Sal de ahí, Eyu, huye de este cuerpo, permite que esta persona pueda volver al reino del Señor.
    Lo que sigue es un exorcismo colectivo: pastor, obreros y fieles articulan oraciones de redención mientras agitan sus brazos de atrás para adelante. La mujer grita como si estuviera pariendo hasta que, de repente, se endereza y abre los ojos, como si despertara de un largo trance. El pastor le pregunta su nombre; Pilar, le contesta ella, con la voz limpia, clara. Pilar dice no saber por qué está ahí, delante de un montón de personas que la miran con ojos devotos:
    -Hace unos minutos te manifestaste; ahora el demonio se ha ido, pero esta es una lucha que tú debes continuar con tu fe en Dios, que te ha salvado-. Hace una pausa y pregunta: -¿cómo te sientes del dolor en el hígado?
    -Perfecto. Ya no siento más nada.


Productor ejecutivo


    -¿Saben qué es esto? -dice el pastor agitando una hoja blanca- Esto es la factura de la luz. Vence el 24, este lunes, y es por un monto de… 2.940 pesos. Es por eso que les pedimos el dinero; no es para el bolsillo del pastor ni de los obreros.
    Explica con rigor que la otra semana pagaron 14.000 pesos de alquiler y que necesitan más dinero para, entre otras cosas, solventar el programa televisivo.
    -Dicen que es para el narcotráfico. Si el dinero fuera para el tráfico de drogas, hermanos, ustedes serían narcotraficantes.
    Después se queda unos segundos en silencio mirando un punto fijo en el techo. Hasta que una ráfaga -aparentemente espontánea- lo aparta del libreto:
    -¡Obreros! ¡Apaguen todas las luces!
    Enseguida, sus subordinados se disparan buscando los interruptores. Uno de ellos rodea el recinto al paso, y al oír el chasquido de los dedos del pastor, empieza a correr por el pasillo.
    -Dije todas las luces - repite una y otra vez-, allá todavía veo luz. La luz del altar también; dije todas las luces.
    El templo queda casi en tinieblas, invadido apenas por el resplandor anaranjado del alumbrado público. Parado en el centro de la sala, con el micrófono desconectado, el pastor habla casi a los gritos.
    -¿Ustedes quieren que hagamos las reuniones así? ¡Porque no se pueden hacer en el cielo o en la calle!
    La negativa es unánime. Y se prolonga con un tono infantil, como un coro de niños de escuela primaria:
    -Noooooo...
    Pasaron dos minutos a oscuras que parecieron largos como una noche de julio.
    -Ya pueden volver a encenderlas- dice finalmente el pastor, sosegando su voz.


El reino de este mundo


    Durante cada reunión, muchos creyentes reciben un sobre blanco con la palabra "viernes" sellada al dorso, que deben llevar la semana siguiente con la décima parte de su salario, muchas veces miserable. Es el diezmo; según este culto voraz, la décima parte del fruto de la Tierra, la obligación de los siervos con su Señor. Unos veinte de esos siervos, algunos muy pobres, forman fila al pie del altar mientras el resto debe cerrar los ojos y orar, por enfático pedido del pastor.
    Después es el turno de las contribuciones voluntarias. Tres obreras uniformadas en cortas polleras azules y camisas pinzadas, se paran al final de los corredores que conducen al escenario como niñas cantoras de la lotería.         Tienen entre sus manos grandes bolsas de terciopelo morado, donde los fieles deben depositar sus ofrecimientos a Dios: si no hay efectivo, se aceptan relojes, teléfonos celulares y cadenas de oro. El pastor reanuda su fervorosa perorata. Incita a ceder ofrendas glosando pasajes bíblicos. Y la subasta comienza.
    -Pasen al frente quienes puedan dejar de 200 a 20 pesos. Hasta 20 pesos, no menos.
    Ahora se levantan unas 30 personas, que a cambio de su ofrenda reciben un libro de oraciones y mensajes de Edir Macedo. Todo es seguido de cerca por los obreros que, erguidos con disciplina de granaderos, flanquean con perfecta simetría la zona de las butacas. Con semblante duro de hombre de la noche, otra persona vestida de blanco supervisa todo al pie del escenario. Mientras, con elocuencia de rematador profesional, el oficiante va reduciendo la suma para que todos los fieles tengan oportunidad de demostrar su amor profundo hacia Dios.
    -Ahora quienes tengan una moneda- dice el pastor cerrando la subasta,- hasta las monedas de 5 centavos son muy valiosas.
    Son muchas las personas que se acercan a dejar todo lo que tienen, que es mucho menos de lo que hubieran querido. El pastor pide la hora a un obrero e invoca por última vez a Dios para sanar familiares o amigos al borde de la muerte. Antes de escabullirse por una puerta de madera detrás del escenario, convoca a los fieles al domingo de Santa Cena y a la conferencia empresarial del lunes, o a sumarse a la campaña de Israel. La gente abandona la sala a paso lento, secándose las lágrimas. Se sienten renovados, listos para volver a hundirse en sus calvarios cotidianos, como lo hacen ahora mismo otros varios millones de fieles en todo el planeta bajo un cielo ¿protector?


La multiplicación


    Desde que fue fundada en 1977 en Río de Janeiro, la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) ha esparcido sus 3000 templos en más de 80 países. Se calcula que, sólo en Brasil, tiene influencia sobre 35 millones de personas con quienes actúa a través de un banco, dos periódicos, una revista, 30 emisoras de radio y la cadena televisiva TV Récord con 25 repetidoras. Un obispo disidente la acusó en 1995 de estar vinculada con el lavado de dinero del Cartel de Cali.
    Edir Macedo, su fundador, se proclamó Obispo de su propio culto; editó más de 30 best-sellers con de tres millones ejemplares vendidos; estuvo preso en 1992 por defraudación y malversación. Hoy, desde una de sus mansiones de Nueva York, dirige una corporación religiosa y mediática que, según los diarios brasileros, triplica las ganancias de Autolatina, empresa privada top de Brasil y no paga impuestos por tratarse de un culto religioso.
    En Argentina apoyó el primer pie en 1990. Hoy tiene 150 sucursales en las que todos los días, en varias reuniones diarias, los fieles son invitados a dar sus diezmos para una Iglesia a la que el periodista Alfredo Silleta acusa de ser "una de las cien sectas más peligrosas del mundo".


En el aire


    La Ley de Radiodifusión vigente -dictada durante la dictadura militar- impide a un culto extranjero poseer un medio de comunicación en Argentina. Según el diario La Nación, Ricardo Cis (quien reconoció ser el representante de IURD en Argentina en el programa televisivo Telenoche Investiga), compró en 1999 las acciones de Radio Buenos Aires (AM 1530) por 15 millones de dólares, pese a haber declarado un patrimonio de sólo de 29 mil pesos. La IURD incursiona también en espacios televisivos: el cierre de transmisión de América y algunas franjas en el canal de cable CVN.

   El Diego


    -¿Qué es el diezmo y de dónde viene?
    -Diezmo es el 10% de todos nuestros ingresos, el cual pertenecen a Dios. Es una práctica muy antigua llevada a cabo por todos los que temen a Dios.
    -¿Puedo usar yo el diezmo para una necesidad y pagarlo después?
    -Absolutamente no. (...) La correcta actitud de un diezmista es pagar el diezmo primero, ante cualquier circunstancia y después como fiel diezmista usted puede confiar, e incluso exigir la ayuda de Dios para cumplir con sus otros compromisos, como Él promete en Su Palabra.
    -¿Y si no estoy trabajando?
    -Todos reciben algo para sobrevivir de una forma u otra. Si usted no recibe salario, ustede debe diezmar de la ayuda que usted reciba: pensión, dinero de familiares, regalos, alquiler, etc..., lo que ustede reciba, sea poco o mucho, siempre dé el 10% a Dios. Si ustede está desempleado, endeudado, en la ruina,... ahora es el tiempo de comenzar a diezmar, porque es la única forma que Dios puede cambiar su situación. No espere hasta poder tener para diezmar, ponga a Dios a prueba ahora, y verá cómo abrirá las ventanas de los cielos sobre usted.
(Preguntas y respuestas textuales que figuran en la página de la IURD www.iglesiauniversal.com.ar)


Laureano Barrera
La pulseada

 

4 comentarios Dejá tu comentario

  1. Realmente, un trabajo de investigación - o de ratificación - de esta industria indigna que juega con los entimientos o necesidades de la gente con pocos recursos - o neuronas -

  2. Me comentaban que en Uruguay hay una nueva "casa de dios", que a diferencia de todas las demas no cobra el diezmo, sino que vende un trozo de cielo!! Vaya que se las ingenian... y cada dia todas estas tienen mas y mas adeptos..

  3. concurro a la catedral de bs. as. ha oir la palabra de cristo.no ha criticar ,a,nadie tampoco a,uds.en la iglesia catolica apot.romana,se cometen actos de maltratos,de abandono a gente que necesita ayuda ,se la dan x medio de caritas,yo he visto como venden la buena ropa que entrega los fieles,y por esa razon me fui de la iglesia catolica,y,meten las manos {en la lata peor que la universal} la iglesia catolica ,discrimina,a,mucha gente .investiguen sres.y,aprendar ha perdonarse y prdonar.dios echo,a los mercaderes del templo.que el sr. jesucristo perdone sus ofensas y que sea la justicia de los hombres,la que castigue midios ,es todo amor y piedad y nos perdona,si nuestro perdon es verdadero. que el todo poderoso los bendiga hermanos att.MIMMA

  4. en todas las religiones hay un lado oscuro la iglesia catolica no es la esepcion ha cometido verdaderas aberraciones contra las personas y la fe desde que existe. no hay quien tenga mayor riqueza en el mundo como el vaticano.mas alla de lo que creamos o no¿hace falta ser tan irrespetuoso de tratar de vieja encorvada a una mujer enferma que equivocada o no puso su fe ahi?no se si tendre pocas neuronas pero el cancer que estaba matando a mi hija de 9años desahuciada por la medicina y el mio sanaron cuando en un lugar de estos me enseñaron a usar la fe sin poner un solo peso.cuando un cura homosexual que lo demostraba abiertamente.caritas catequistas me dieron la espálda esta gente me tendio la mano me salvo de un suicidio y ayudo mucho a mi flia sin poner un peso.ya que es muy buen periodista e investigador por que no investiga un poco mas sobre relaciones de narcos lavado de dinero amantes de curas monjas etc etc el catolicismo tambien tiene mucho en la trastienda sera que en ciertos lugares con tan alto poder mejor no mover las aguas por que podrian salpicar demasiado.a estos lugares no va solo gente sin neuronas y pobre van abogados medicos escribanos gente muy letrada y para nada ignorante¿que pasara con ellos para ir a lugares asi?la investigacion deberia ser completa

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