La Argentina atraviesa un momento muy doloroso y difícil. La muerte del fiscal Alberto Nisman, sea cual sea su causa, es la consagración plena y oprobiosa del triunfo patético de la peor cara de la impunidad. El cuerpo de Nisman yace sin vida, y los muchos interesados en su muerte descansan más tranquilos.
El gobierno argentino es el principal responsable, porque debió apoyar y proteger a Nisman. No importa si fue un asesinato, un suicidio inducido o un suicidio a secas. El gobierno es responsable. Y, al mismo tiempo, es el principal sospechoso, ya que era quien lo atacaba públicamente y quien más se puede llegar a beneficiar con su muerte. En este contexto, el kirchnerismo, con Cristina Fernández a la cabeza, actuó, como de costumbre cuando las cosas se ponen turbias, con frialdad, oscuridad, lentitud y soberbia. En definitiva, como no actuaría ningún dirigente o partido verdaderamente democrático.
El canciller Timerman, uno de los acusados por Nisman, bajó al poco tiempo del macabro hallazgo en el aeropuerto de Nueva York, simulando una conversación telefónica e intentando eludir torpemente a la periodista de Todo Noticias que se encontraba allí, que con tono cada vez más exasperado le preguntaba acerca del suceso. El inoportuno Secretario de Seguridad Sergio Berni llegó rápida e inexplicablemente a la escena del crimen, pisoteando impunemente el charco de sangre que bañaba la sombra de su propio gobierno, como si el principal sospechoso de una muerte pudiera estar en condiciones de vigilar la recolección de pruebas. El bloque legislativo del Frente Para la Victoria, asimismo, tomó la decisión de no acudir a la reunión en la que el fiscal iba a presentar sus pruebas, a donde según Conti planeaban “ir con los tapones de punta”. Era lo mínimo que había que hacer, aunque sea como un insuficiente y vacío homenaje. Y todo el oficialismo se apuró a aseverar que se trataba de un suicidio cuando las investigaciones estaban en curso.
Cristina Fernández calló inexplicablemente durante todo el día, y recién se expidió a última hora con una larga y rebuscada carta en la que, lejos de limitarse a ayudar a esclarecer la situación o demostrar su consternación, se puso a la defensiva. Nuevamente, ella se ve a sí misma como la gran protagonista. Nadie ni nada, ni siquiera la muerte del fiscal que la investigaba, puede quitarle ese lugar. “En lo personal me retrotrae a épocas pasadas…”. “Me veo todavía, después de tanto tiempo, prestando declaración ante el oficial instructor de la Policía…”. Y recurrió al viejo artilugio del kirchnerismo que consiste en presentar como pruebas irrefutables de su inocencia elementos totalmente compatibles con las acusaciones en su contra. Por ejemplo, cita una y otra vez que se trata del gobierno que más hizo por la causa AMIA, cuando Nisman decía exactamente lo mismo, y agregaba que ocurrió un cambio radical durante el gobierno de Fernández cuando ésta intentó pactar la impunidad de los terroristas para concretar un viraje geopolítico hacia Irán.
Peor aún, la presidenta deja irreverentemente caer sospechas sobre el fiscal fallecido, convirtiendo a la víctima en victimario. Y vuelve a presentar como pruebas de inocencia elementos absolutamente compatibles con las acusaciones. “¿Cómo pueden decir que el fiscal volvió porque temía que la Procuradora lo removiera de su cargo si el propio Nisman admitió (…) que la Dra. Gils Carbó lo llamó para ofrecerle más protección y si necesitaba más custodia?” Claro que la procuradora debía ofrecerle protección. No podía no hacerlo. Sería demasiado alevoso. Pero es la misma procuradora que destituyó a Campagnoli por investigar el lavado de dinero del entorno presidencial y a la cual la Justicia le frenó 18 nombramientos de fiscales irregulares. Una vez que el gobierno destituyó a Stiuso, hombre de confianza de Nisman en la ex SIDE por mediación de Néstor, era el paso siguiente natural desembarazarse del fiscal.
En medio de tanta confusión, de tantas mentiras y sospechas, los argentinos estamos desamparados y desconsolados. Nuevamente la impunidad que nos exprime y agobia se nos ríe en la cara, y con más fuerza que nunca. En un momento así, no hemos hecho otra cosa más que lo único que podíamos hacer: desahogarnos. En las redes sociales empezaron a circular comentarios de todo tipo: insultos, broncas, convocatorias a manifestaciones, preguntas sin respuesta.
El gobierno, acostumbrado a seguir sus caprichos, a manejarse autoritariamente, a no consensuar ni consultar sus acciones, a llevarse todo por delante, chocó contra un muro llamado Nisman. Ese choque produjo una explosión, que se llevó la vida del fiscal pero que también, en alguna medida, tiene que haber herido al gobierno, a pesar de la renovada esperanza de impunidad para su máxima dirigente.
El Estado mafioso dentro del Estado no está en la actualidad en proceso de extinción en la Argentina, sino claramente en una fase de marcada expansión. No es la primera vez que ocurre algo así ni será probablemente la última. Basta recordar que al fiscal Eduardo Taiano, quien debía apelar el sobreseimiento de Néstor Kirchner en la causa por enriquecimiento ilícito, le secuestraron al hijo, al cual soltaron una vez que su padre dejó vencer el plazo para la apelación. Por su parte, el fuerte crecimiento del volumen y la presencia del narcotráfico en nuestro país en la última década es otro recurso a la mano de los mafiosos para llenarse los bolsillos e infiltrar el Estado. Es decir, el panorama no pinta bien más allá de la espesa nube de angustia levantada por la triste e irrevocable caída de Nisman.
El kirchnerismo es, y esto se ve de manera cada vez más patente, una complicada combinación de corrupción, mafia, autoritarismo y fanatismo. No hay mucho para agregar. Solamente Dios sabe hasta cuándo durará esta pesadilla social y en qué momento y con qué velocidad y determinación empezará a ser contrarrestada por las pequeñas acciones cotidianas, coordinadas y desinteresadas de los buenos ciudadanos, que siempre son mayoría.
No va a ser sencillo reponernos de esto. Pero existe una sola luz en medio de tanta penumbra. En las peores circunstancias de las sociedades humanas, siguen existiendo personas capaces de jugarse por lo que creen, y de apostar por la verdad y la libertad. No es mucho. No nos va a ser fácil seguir ese ejemplo con la sola herramienta de la frágil memoria de Nisman y de otros como él. Pero no es poco. De nosotros depende.