La de Alberto Nisman fue −independientemente de si se trate de un suicidio o de un crimen− una muerte política. En efecto, los causales de su muerte fueron de carácter político y las consecuencias de la misma han sacudido a la sociedad argentina toda.
Detrás de tantas interrogantes que plantea hoy el polémico suceso, la única certeza que parece haber es que Nisman se metió con lo más profundo del poder y éste, directa o indirectamente, acabó con él.
En rigor, lo que el fiscal se traía entre manos no era cosa menor. Su investigación prometía develar la existencia de un plan secreto criminal entre el gobierno argentino y el gobierno iraní para garantizar la impunidad de los responsables del atentado contra la AMIA perpetrado en 1994. Tal plan involucraba desde pesos pesados como Luis D’Elía, el líder camporista Andrés “Cuervo” Larroque y agentes de la Secretaría de Inteligencia, y llegaba hasta Héctor Timerman y la mismísima Cristina Fernández de Kirchner. Trescientos treinta discos con escuchas telefónicas comprometedoras constituían parte de las pruebas que el fiscal había recolectado durante los últimos años de investigación.
Las hipótesis de Nisman se propagaron rápidamente por los medios y aquél se transformó de un momento a otro en el centro de la atención política. Un escándalo se avecinaba. Nisman presentaría en el Congreso parte de su investigación el mismo día en el que su cuerpo fue encontrado sin vida, a la madrugada, en el baño de su hogar. Su intención era poner bajo conocimiento de los representantes del pueblo las más contundentes escuchas telefónicas que daban sentido y forma a su denuncia.
De inmediato, el fiscal se convirtió en el principal blanco de las barricadas kirchneristas. La diputada Diana Conti, en tono amenazante, advirtió que “vamos a ir con los tapones de punta” a la reunión con Nisman. Aníbal Fernández, a pesar de desconocer las pruebas concretas de la investigación, desafió con su tradicional tono soberbio: “su presentación será pésima e insensata”. Por su parte, el ministro de Defensa Agustín Rossi y el gobernador ultrakirchnerista de Entre Ríos, Sergio Uribarri, abonaron la redundante teoría del golpe de Estado contra el gobierno, imprimiendo el nombre de Nisman en la larguísima lista de golpistas que no fueron.
La verdad es que el único golpe en marcha era el que el kirchnerismo buscaba dar sobre Nisman, solicitando los diputados del Frente para la Victoria que la reunión en el Congreso fuera pública y de esta manera, a la postre, pedir la recusación del fiscal por develar datos de carácter secreto, como la identidad de agentes de inteligencia que participaron en las llamadas interceptadas (la Ley de Inteligencia prohíbe dar el nombre de los agentes de la ex SIDE).
Nisman sabía que el camino que había tomado su investigación ponía en riesgo su propia vida. De alguna forma buscó cubrirse mediáticamente días antes de su muerte. Su última entrevista fue en el programa televisivo “A dos voces”, donde anticipó el riesgo que corría su vida aseverando en tono críptico que “Esté o no esté Nisman, las pruebas están”. También hizo saber a la audiencia que había recibido amenazas y que repensaría el ofrecimiento de Gils Carbó de aumentar su custodia. Un día antes de morir, Nisman le reiteró a Patricia Bullrich que “estaba amenazado” pero que iría “hasta las últimas consecuencias”. Además, le dijo a la diputada que “agentes de inteligencia le habían dado todos los datos de él y de toda su familia a los imputados iraníes, eso lo tenía muy preocupado”.
Con la muerte de Nisman, la República y el Estado de Derecho en nuestro país, una vez más, quedan heridos de gravedad. En efecto, el mensaje que deja el caso es que el poder político en Argentina no tiene límites, y que meterse con él puede conducir a uno hasta la muerte.
Qué pasó en concreto con el fiscal en el piso 13 de la torre 2 de Le Parc en Puerto Madero, probablemente nunca se sepa con certeza. No obstante, la única verdad innegable a la que podemos arribar en este momento no es menor: el hombre que puso en jaque al kirchnerismo y, particularmente a Cristina Fernández, hoy está muerto.