No debería sorprender que el papa Francisco se ha convertido en un protagonista de la política latinoamericana. El Vaticano confirmó que en septiembre, antes de pisar Estados Unidos, visitará Cuba. Como dicen sus amigos, pretende “reconocer la criatura”. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington, que se negoció en la Santa Sede, es su iniciativa diplomática más relevante en el propio continente.
Pero la escala cubana excede ese significado. Será también un contrapunto de la gira norteamericana, indispensable para alguien que, como Jorge Bergoglio, vive diseñando simetrías conceptuales o simbólicas. El encuentro con Fidel y Raúl Castro será, además, un acercamiento oblicuo a dos fenómenos que inquietan a América Latina: la fractura política venezolana y las vacilaciones del diálogo con las FARC, en Colombia. En esta perspectiva, el viaje a la isla puede ser visto como la última etapa de otro itinerario: el que, en julio, llevará al Papa por Paraguay, Bolivia y Ecuador.
Bergoglio se ha interesado por Cuba desde mucho antes de ser papa. En 1998 escribió Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, donde analizó la visita que su antecesor realizó en enero de aquel año. El libro es premonitorio de su estrategia actual. Allí celebró “la voluntad de conceder que ha demostrado Fidel Castro” con la liberación de presos políticos, y “la inclinación papal a promover el levantamiento de barreras impuestas a Cuba por los superpoderes”.
El entonces arzobispo de Buenos Aires expuso en ese trabajo las ideas que repetirá en su viaje: enfatizó la crítica de Juan Pablo II “al modelo de Estado moderno que pretende ampararse en el ateísmo o en motivaciones seudo religiosas para enunciar sus ordenamientos políticos, como hacia aquellos otros que adoptan una forma de neoliberalismo capitalista, modelo en el que se subordina al ser humano (…) a la fuerza pura del mercado”.
Bergoglio nunca simpatizó con el liberalismo secularizante. Tampoco con la izquierda revolucionaria. El peronismo, que se soñó como una “tercera posición”, le ofreció una salida a esos recelos. Fuera de la Argentina, es más difícil que encuentre una solución para su dilema.
El viaje del papa Wojtyla fue preparado por quien fuera su nuncio en Cuba, Beniamino Stella. El jueves pasado, transformado en cardenal, Stella regresó a la isla para organizar la nueva visita. En 1998, el régimen castrista estaba amenazado por la desaparición de la Unión Soviética. Ahora sufre la crisis de la economía venezolana. En ambas ocasiones el Vaticano ayudó a los Castro a evitar una rendición. Esta vez existe una afinidad adicional: Fidel y Raúl fueron formados por jesuitas como Bergoglio.
Stella tiene una misión en La Habana: conseguir que para la visita de Francisco se consagre la libertad religiosa en la isla.
Es posible que para la llegada de Francisco haya en La Habana una embajada estadounidense. Al regresar de la Cumbre de Panamá, Barack Obama informó al Congreso que removerá a Cuba de la lista de naciones que apoyan el terrorismo. Para levantar el embargo necesitaría una ley para la que hoy no tiene votos. Los Castro también quedarán a mitad de camino. Raúl piensa gobernar hasta que, en 2018, el partido único elija a un sucesor que maneje el país durante un lustro. ¿Se ampliarán los derechos civiles y políticos? Muy poco. El régimen se mira en el espejo chino.
Entre el Vaticano y Washington existen otras coordinaciones. En un gesto inusual, en marzo Obama designó a Bernard Aronson como enviado para el proceso de paz colombiano, que se negocia en La Habana. Allí Aronson se reunió con los delegados del presidente Juan Manuel Santos, pero también con las FARC, a pesar de que su país la considera una organización terrorista. El Vaticano, por su parte, anunció una visita papal a Colombia para 2016. Santos aventuró que, cuando Francisco llegue a Bogotá, la paz quizás esté firmada.
En cambio la crisis venezolana se mira desde Roma, como desde Washington, con muchísima cautela. Nicolás Maduro no consiguió comunicarse con Bergoglio antes de viajar a Panamá. Habló con el cardenal Antonio Parolin, el secretario de Estado, que hasta 2013 fue nuncio en Caracas. Parolin condenó la sanción de los Estados Unidos contra Venezuela, pero en Panamá recibió a los familiares de los presos políticos del chavismo. La Conferencia Episcopal venezolana está enfrentada con Maduro. Sobre todo desde que desairó a Parolín: apenas cesaron las movilizaciones en su contra, desconoció la mediación de la Iglesia con la oposición.
Hoy Maduro sufre un aislamiento delicado, que agudizó su enfrentamiento con España. Para el heredero de Chávez la llegada de Felipe González a Caracas, el mes que viene, para participar en la defensa de Leopoldo López y Antonio Ledezma, resulta insoportable. ¿Cómo explicar que esa presencia forma parte de una conspiración imperial contra el socialismo del siglo XXI? Los insultos contra González levantaron una ola inconveniente para Maduro: Fernando Henrique Cardoso, Julio María Sanguinetti y Ricardo Lagos, tres líderes referenciales para toda la región, salieron en defensa del ex presidente de España. Fue un “por qué no te callas”, pero en versión coral.
La Iglesia no quiere dañarse en la impredecible hoguera chavista. Francisco recurrirá para esa crisis a su método favorito: la aproximación indirecta. El 6 de julio inicia una gira por América Latina. Como es la primera organizada por él, lleva su sello: la predilección por las periferias. Viajará a Paraguay, Bolivia, Ecuador. Con Evo Morales y con Rafael Correa, amigos de Maduro, hablará de Venezuela.
La etapa boliviana es la que genera mayor expectativa. En enero, saliendo del Vaticano, Morales reveló que Francisco le había pedido antecedentes sobre el reclamo de Bolivia a Chile por la salida al mar. Para los chilenos fue casi un terremoto. El gobierno socialista hizo gestiones para evitar que la Iglesia se sume a la campaña de Morales, que pretende resolver el conflicto en la Corte de Justicia de La Haya.
El esfuerzo de Chile tuvo resultados. El Papa recibirá a Michelle Bachelet el 5 de junio. Pasión por la simetría.