Este es un fin de ciclo muy “raro”, principalmente porque se termina mediante su cada vez más probable continuidad, al menos por unos años en la figura de Daniel Scioli. Mauricio Macri habló sobre la armonización que le realizó una sanadora y “bruja” ecuatoriana. “Say no more” como dice Charly.
Sin embargo, que el ciclo entre en total decadencia pero que no se termine, no hace más que aumentar su propia presión en todas direcciones. Sin esperanza de cambio alguno, la sociedad argentina escucha los horrendos jingles de los candidatos, incluyendo el patético “tengo dos manos para abrazarte” de Macri. Tomar nota: los ingenieros no pueden llegar a Presidente. No son “habiles declarants” y se enredan en su propio discurso. En el caso de Macri, irónicamente su problema es más grave ahora que se le entiende más o menos un 60 por ciento de lo que habla. Recuerdo cuando alternaba en Tiempo Nuevo y Hora Clave y prácticamente se necesitaban subtítulos para traducir lo que decía al castellano. Ahora ya no imita más a Freddie Mercury ni se traga el bigote. Se afeita al ras y su cara lavada demuestra lo desorientado que está.
Pero a lo que iba es a la interesante contradicción que se plantea en este fin de siglo. Las sociedades pasan por momentos de esperanza, de deseo, y también de decepción. A los argentinos, en lo que hace a nuestra dirigencia, solo nos queda la decepción.
El tema es que estos 12 años rescataron el valor de la política como una actividad central, como algo que había que volver a poner en el centro de la escena. Supuestamente en los nefastos años 90, no había discusión política y todo era hegemonía neoliberal sin límites. Sin embargo, la realidad da con tierra con ese prejuicio. Basta con decir que en la época de Carlos Menem, Mariano Grondona dialogaba con el Dalai Lama o con Gorbachov en su programa. Fue en esa época donde Página/12, liderado por Jorge Lanata, se convirtió en un diario de culto.
Había infinidad de programas de televisión y radio en los cuales se conversaba sobre todos los temas. Y si bien es cierto que la mayoría de la sociedad acompañaba la visión que proponía el menemismo, no faltaban las voces de disenso, desde el MTA hasta el Grupo de los 8; existían publicaciones de izquierda y de derecho que cuestionaban muchas cosas. En las universidades, los movimientos de izquierda estaban sumamente activos, competían con Franja Morada, etc. Hoy en día, la política apenas se debate en programas de espectáculos como Intratables y los candidatos van con sus esposas a la pista de baile de Marcelo Tinelli.
Otra contradicción: este gobierno sostiene que recupero el “valor de la palabra” al punto tal que realizó dos encuentros “Nacionales sobre la palabra”. Sin embargo, cada vez se habla y se escribe peor. En los años noventa, uno leía un artículo en La Nación y estaba escrito de forma impecable, más allá de que se coincidiera o no con su contenido. Hoy en día, la mediocridad es la regla general. Además, tenemos la posibilidad de leer los comentarios de los lectores que cada vez escriben peor, lo cual es lógico porque también se habla peor. El lenguaje tumbero y marginal que en los noventa casi nadie utilizaba, fue revalorizado y adaptado como algo “cool”. La idea de tener un día que reivindique los valores villeros impulsada durante este gobierno da una clara idea de la visión que tienen quienes forman parte de él.
En los noventa, había discursos delirantes de Menem pero también los hubo de César Jaroslavsky, de Pugliese, de Saúl Ubaldini, de muchos políticos y referentes de la época. Hoy en día, tenemos tres candidatos principales a presidente, uno de los cuales no habla sino que repite slogans (Scioli), otro que cada vez que habla se hunde más (Macri) y un tercero que carece de credibilidad y no entiende que su rol fue molestar al oficialismo al lanzarse solo y ahí se agotó su propuesta (Massa). En rigor de verdad y, más allá de preferencias personales, el único político que demostró activo deseo de debatir sobre temas puntuales en las últimas elecciones fue Martin Losteau, lo que explica su éxito.
Una más para cerrar: en el período en el cual se repartió dinero a diestra y siniestra, jubilando gente que jamás hizo aportes, subsidiando jóvenes, desempleados, embarazadas, estudiantes y muchas más categorías, se hace alarde de la inclusión. Es decir, el país mejoró tanto que nunca tanta gente como ahora necesitó vivir de la dádiva clientelista e interesada del Estado.
Paralelamente a este proceso, se ha capacitado, educado y contenido a tantos jóvenes, que el consumo de drogas se ha multiplicado por mil (por decir algo, ya que no hay estadísticas confiables) y el crimen creció sin parar. Rosario es un claro ejemplo (aunque se atribuya al “narcosocialismo”. El deterioro social se observa en muchas otras provincias.
Es decir que tanta inclusión generó inseguridad. La gente se la aguanta por ahora, porque los argentinos sabemos que siempre se puede estar peor. ¿Seguirá así por siempre este fin de ciclo que nunca se termina?