En medio de una sequía intelectual pasmosa, en la Argentina hay funcionarios
de relevancia que se dedican a pensar y elaborar interesantes deducciones.
Claro ejemplo de ello, lo constituye el jefe de Gabinete Alberto Fernández,
quien aseveró que en el país no existe un recrudecimiento del conflicto
social, sino que se registra solamente “un
poco de barullo de sectores que toda su vida se han dedicado a hacer
barullo” (?). Con redundancia y todo, este prestidigitador de la
incontinencia verbal establece su aporte para la picadora de carne
preelectoral y sale con fritas. Precisamente, alguien que no quiere participar
del banquete es el ministro Lavagna, quien declinó galantemente acompañar a
Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner en una ponencia del premio Nóbel
económico Joseph Stiglitz. Además, ciertas
opiniones en defensa del dólar alto han hecho trinar al Ejecutivo, como hace
un tiempo atrás los gemelos no reconocidos Fernández se habían puesto en
pie de guerra para defenestrarlo de su cartera. Tanta inconciencia no da para
más, pues de lograr este objetivo habrá que preguntarse que otro tecnócrata
posee el pinguinerismo para poner en el asador.
Mientras
tanto, la quemazón continuó por otro lado y se llevó puesto al obispo de
Santiago del Estero Juan Carlos Maccarone. Este
había sido víctima de una cámara oculta, donde se lo escarchaba teniendo
sexo homosexual con un joven mayor de edad. Todo indica que se trató de una
cama bien urdida por profesionales del ramo, muy bien aceitados en el área de
inteligencia, con el fin inconfesable de sacarlo del ruedo político a causa
de su clara postura progresista. Lindos tiempos de campaña estos, en los que
acribillan a un comisario, se dicen estupideces continuamente y un obispo
muerde el polvo víctima de la temida cámara oculta. ¿Cuál será la próxima
jodita para Tinelli?
Como llovía
Mientras
se escriben estas líneas, afuera sigue lloviendo con una rabia pasmosa y
Buenos Aires se inunda nuevamente pensando en la sonrisa de Aníbal Ibarra.
Gustavo Lerer, el del Garrahan, declara que el
mejor gobierno fue el de Lenin y Trotsky
y se agita el avispero pues da pie para que muchos trasnochados alucinen de
nuevo con la aurora roja. Los mismos que en las jornadas trágicas del 19-20
de diciembre de 2001 describían a las asambleas barriales como soviets,
y gritaban a voz en cuello que era necesaria más represión. Luego
llegó lo del Puente Pueyrredón, y estos profetas del odio volvieron a
guarecerse en sus madrigueras para en estos días volver a emerger.
Cae
la lluvia furiosamente sobre el pavimento, y también se estrellan las
palabras en las frentes de los contendientes. Al hacer zapping
a cualquier hora por los canales de noticias, se multiplica la imagen
presidencial fustigando a los duhaldistas, instalando la idea de que en los 90
él no fue o no estaba y finalizando la disertación con un llamamiento a
cambiar la realidad. El desprevenido televidente, control remoto en ristre,
cree firmemente que lo están confundiendo con un idiota. Para colmo, Domingo
Cavallo resucita de entre los muertos políticos y pontifica: “Desastres
hizo el gobierno de De la Rúa, aumentó la pobreza, la desocupación. Duhalde
puso a todos los medios de comunicación en mi contra, pagando un precio muy
alto y ahora los medios parecen chupamedias de
Kirchner.
Quería
salvar las papas del fuego de su provincia y prendió fuego al país”.
Otro que, además de no hacerse cargo de su
solidaridad con el desastre de los 90, sigue tomándose en joda el arma
poderosa de la memoria colectiva.
Sinceramente,
para creer o reventar. Mejor dicho, como se puntualizó hace poco, creer y
luego reventar.