El denominado “peronismo” ha sido el movimiento político que más años gobernó durante el último siglo, como así también el que más condicionó los oficialismos cuando le tocó ocupar su rol opositor. Ante una fuerza política tan avasallante es que los argentinos debemos plantearnos si, siendo el peronismo durante los próximos cuatro años oposición, se está frente a una alternativa democrática que resguarde la transparencia y honestidad del nuevo gobierno, o si muy por el contrario, es el peronismo una estructura que posee una base totalitaria que no tolera la posibilidad de una alternancia en el poder.
El Partido Justicialista se ha convertido en un extraño fenómeno que atraviesa todos los sectores sociales. Esto es posible porque posee una base doctrinal atractiva para un amplio espectro electoral, ya que al auto-denominarse “movimiento” puede instalar un discurso que deja conforme tanto al nacionalismo conservador como a la izquierda revolucionaria.
Constantemente el peronismo se mueve, muta, cambia, se reinventa con tal de permanecer con el monopolio del poder estatal; de allí que el mismo partido político que promovió un mercado más libre y una economía en beneficio del sector privado durante una década, es en otra década posterior el que genera una sociedad cerrada, estatista y deficitaria.
El vaivén peronista en el poder solo es posible porque posee una base social que lo sostiene y lo legitima. Las personas que se sienten parte de un movimiento superior a ellos han ido replicando una doctrina que tiene como premisa fundante la idea de lealtad. Esta noción de lealtad dista mucho de aquel concepto que alude a un valor moral basado en la volición; muy por el contrario, el peronista muchas veces transforma esa lealtad en una suerte de obediencia debida.
El peronista promedio se muestra incapaz de reconocer públicamente un error que cometa su partido, y en última instancia, cuando la fuerza de la realidad vence todo argumento recurren a negar que el dirigente que falló haya sido miembro del movimiento (por ello es que la misma gente que votó a Menem luego dijo que Menem nunca fue peronista). Además, hablar de lealtad peronista es un oxímoron, porque la historia del justicialismo se centra en traiciones: Kirchner traiciona a Duhalde, Menem y Scioli dejaron de ser neoliberales para mantenerse en las esfera pública en una era estatista, Aníbal Fernández siempre acomodó su discurso para conservar fueros, Massa traiciona a Kirchner, Cristina Fernández traiciona a Randazzo, Randazzo traiciona a su propio movimiento, y si nos vamos más atrás llegamos a la traición de Perón a personajes tan disímiles como Mercante y Cámpora.
Lo más gravoso no es aquello que la dirigencia política haga, sino lo que el electorado sigue eligiendo. El peronismo se sigue nutriendo de personas que sienten empatía por este partido que históricamente demostró ser una fuente de deslealtades y acomodos. Solo resta considerar si el adherente al justicialismo es una persona que se siente fanatizada por su dirigencia o si ha sido captada por un fundamentalismo dogmático que le impide realizar una autocrítica. Si el peronismo fuese capaz de salirse de su rol enceguecido de mando, no solo sería más simple gobernar a las demás fuerzas electas democráticamente, sino que se hubieran evitados hechos trágicos como la matanza en Ezeiza.
Sobre la base de lo expuesto hay que ser por demás cauto cuando se tiene al justicialismo como fuerza opositora porque no hay movimiento alguno que tenga tanta sed de poder y por ello es que siempre trató de copar el Estado en todas sus esferas. La historia ha demostrado cómo dirigentes históricos del partido justicialista han promovido la ingobernabilidad cuando fueron derrotados en las urnas, dando cuentas que lo único que les importa es conservar el monopolio estatal. Dos claros ejemplos fueron tanto la relación de Alfonsín con Ubaldini, como la sucesión de personajes que siguieron al saliente presidente De la Rúa hasta que finalmente quedó el poder formal en manos de Duhalde.
Ante estos antecedentes es prudente analizar qué actitudes tomará el vencido partido justicialista en esta nueva etapa de cambio en Argentina, y eventualmente la sociedad deberá estar firme para frenar las acometidas propias de un fundamentalismo totalitario, resguardando siempre una democracia libre y republicana.