El acto llevado adelante el 29 de abril por las organizaciones sindicales, frente al monumento al Trabajador, terminó de cerrar el cuadro de situación actual del país y las realidades a las que nos enfrentamos; las que lamentablemente no nos llevan a ningún lado.
En primer lugar, creo que debemos abandonar el juego perverso de oficialista/opositor, al que nos han impulsado a lo largo de nuestra historia. Este Boca/River tiene un seguro derrotado; nosotros, los ciudadanos de a pie, los que producimos.
Políticos y sindicalistas se llenan la boca hablando de distribución de la riqueza, pero no hablan de producirla. ¿Y por qué no hablan de producirla? Simple, porque para producir hay que trabajar, esforzarse y tener restricciones; y eso no es políticamente correcto, no es simpático, no es popular, no ayuda a ganar elecciones ni gana el aplauso del pueblo.
Los políticos evitan decir la verdad, evitan decir las cosas como son. Proponen lo que no pueden, ni deben proponer; proponen resultados. Cuando lo que deberían proponer son estrategias, conductas y caminos.
Basados en sus propuestas de resultados bien intencionados, seductores pero irrealizables; dividen a las personas entre aquellas que los apoyan sin preguntar el cómo y aquellas que no se dejan deslumbrar por bellas y falsas promesas y exigen conocer los medios que se piensan emplear para alcanzar tan hermosas metas. Los primeros son patriotas, los otros vende patrias; los unos son personas con sensibilidad social, los otros egoístas desalmados.
Por su parte, los sindicalistas basan sus discursos en la vieja y perversa premisa marxista de enfrentar al empleado con el empleador; uno bueno, el otro malvado; uno explotado, el otro explotador; uno desinteresado y solidario, el otro un egoísta desalmado.
Esto llega a tal perversión, que a nadie se le ocurre considerar que el empresario es un trabajador. Ni siquiera nos ponemos a pensar, que muchos de nosotros somos patrón y peón a la vez. Por ejemplo, quienes somos ayudados en las tareas hogareñas por una empleada de servicio doméstico, nos convertimos en sus empleadores, siendo que paradójicamente podemos ser, al mismo tiempo, empleados en una empresa.
La paradoja se vuelve más significativa cuando salimos a festejar el “Día del trabajador”, siendo que a nadie se le ocurre considerar a un empleador (nosotros lo somos en nuestra casa) o empresario como un trabajador.
La gran dicotomía que existe e importa es la que diferencia a los que producen de los que no lo hacen, la que diferencia a los que generan de los parásitos, la que diferencia a los que forjan el futuro de los que viven como chupa sangre.
Cuando elijamos a políticos que prometan programas realistas y no fantasías dignas de cuentos de hadas, y cuando le exijamos a los sindicalistas que sean consecuentes con lo que pregonan y que defiendan sin corporativismos al que trabaja sobre el ñoqui, como verdadero halago al trabajo; recién entonces estaremos en condiciones de terminar de caer una y otra vez en las crisis cíclicas que padecemos hace 50 años.