Si nos situáramos en la prospera y rica Argentina de principios del siglo pasado, una verdadera potencia para la época que ostentaba los más altos niveles de riqueza per cápita y de calidad de vida en el mundo, nos resultaría totalmente increíble pensar que aquella próspera nación se convertiría con el paso del tiempo en lo que es hoy, un país víctima de una corrupción crónica, con un tercio de sus habitantes bajo la línea de pobreza y con un panorama económico, político y social desolador.
La riqueza y por consiguiente el elevado nivel de vida que supo alcanzar la Argentina no fueron producto del azar sino que se establecieron como el fruto de políticas que convirtieron lo que a mediados del siglo XIX era un páramo inhóspito en una tierra de oportunidades para cualquier persona que deseara progresar en base al esfuerzo y sacrificio personal. Instituciones independientes y bien definidas, reglas de juego simples y claras y, por sobre todo, una verdadera República constituyeron los factores fundamentales que hicieron posible que la forma y el estilo de vida de quienes habitasen el suelo argentino fuera la envidia de la mayor parte del mundo de la época.
Entonces, ¿por qué Argentina pasó de ser la sexta nación más rica del mundo a estar por detrás de países que en su momento fueron mucho menos desarrollados que nosotros? ¿Qué fue lo que hizo que nos estancáramos? ¿Por qué pareciera que no podemos volver a crecer?
Por más profunda y complicada que la solución de estos interrogantes parezca, la respuesta resulta ser más que sencilla. La Argentina ha venido cometiendo los mismos errores una y otra vez desde hace ya más de setenta años, por lo que para volver a ser la gran nación que alguna vez fue, este país debe retornar a sus raíces y hacer lo que ya hizo en el pasado. Si por el contrario, su deseo es el de seguir en la senda de la decadencia económica, política, cultural y social, podrá conformarse con permanecer inmutable.
En detrimento de lo que establece el relato populista contemporáneo, lo que nos hizo ricos, grandes y prósperos, fueron nuestras relaciones pacificas, pragmáticas e inteligentes con el resto del mundo. Nuestro país se encargaba de producir y vender aquello para lo que tenia ventajas comparativas naturales y a su vez, adquiría del resto del mundo aquello que nuestros aliados podían producir eficientemente y con una menor dotación de recursos. Sin embargo, desde el desembarco del peronismo a mediados de los años 40, la matriz productiva del país cambió radicalmente. Esto supuso un giro paradigmático de 180 grados en el cual se reemplazó el libre comercio por el proteccionismo industrial para sostener un modelo de sustitución de importaciones.
El populismo peronista logró una pseudo-industrialización del país a costa de cerrar nuestras fronteras a los demás países y privarnos de los beneficios del intercambio comercial. Si bien en el colectivo imaginario de los argentinos la instalación de la industria en el país supuso un hecho positivo para el desarrollo de la economía argentina, la evidencia empírica ha demostrado que intentar producirlo todo dentro de las fronteras de un país en detrimento del libre intercambio de bienes y de mantener relaciones comerciales con el resto del mundo, no produce otra cosa que perjuicio para una nación: Corea del Norte, Cuba, Venezuela e incluso Argentina constituyen vivos ejemplos del caso.
Pero para que Argentina abandone la matriz de fracaso a la cual viene aferrándose desde hace ya tanto tiempo, debe volver a tener un modelo donde un Estado pequeño, pagable y eficiente constituya la antítesis del Estado sobredimensionado, megalómano y corrupto actual. Debe además restablecer relaciones con el resto del mundo en donde el intercambio comercial sea el factor común y, por último, debe volver a beneficiarse inteligentemente del libre comercio, como ya lo hizo en el pasado y como lo hacen la mayor parte de los países del mundo, pero sobre todo, aquellos que progresan.
Un claro ejemplo de cómo el libre comercio es una herramienta increíblemente poderosa para el progreso lo constituye uno de nuestros vecinos más cercanos. Chile fue la colonia más pobre de América del Sur y uno de los países más pobres de América Latina hasta no hace mucho tiempo. Sin embargo, desde mediados de los años 70, el país trasandino ha producido un giro copernicano en su estructura productiva pasando del proteccionismo a un régimen de intercambio comercial libre y abierto hacia el resto del mundo. Los resultados están a la vista; al momento de realizar tales reformas en su economía, Chile tenía un PBI per cápita que suponía un tercio del argentino y, sin embargo, al día de hoy, tanto el PBI per cápita chileno, como la calidad de vida de nuestro país vecino han aumentado en tal magnitud que ambos son ahora superiores a los indicadores argentinos.
Argentina no tiene necesidad en absoluto de crear un nuevo un sistema político o económico ni tampoco de innovar sobre uno ya existente, por el contrario, con solo analizar la causa-efecto por las cuales existen países que progresan, otros que se estancan y algunos otros que colapsan, será más que suficiente para tomar una decisión apropiada. Existen claros ejemplos a seguir de países que han progresado de manera espectacular en los últimos años y que han alcanzado niveles de vida sin precedentes: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Chile, Singapur, Corea del Sur, Letonia, entre otros. Todos estos representan la clara materialización de lo que producen el libre mercado, la justicia independiente, una verdadera República, el respeto al derecho de propiedad y el espíritu emprendedor e innovador. Todos estos son factores comunes que nuestro país supo tener, y no casualmente, cuando Argentina se encontraba cabeza a cabeza con las mayores potencias económicas del mundo.
La reflexión final quedará en manos de quien fuera una de las mentes más brillantes que la humanidad haya conocido, Albert Einstein, quien explicó en reiteradas ocasiones a sus pupilos: “Si buscas resultados diferentes no hagas siempre lo mismo”. Si haciendo lo mismo durante los últimos 70 años hemos obtenido siempre los mismos resultados, ¿No será que ya es hora de cambiar de verdad?