Llega un nuevo cierre de año, el de uno muy especial teniendo en cuenta los enormes cambios que en él se esperaban a partir de que en aquel recordado 22 de noviembre de 2015 el kirchnerismo fuera destronado luego de 12 años de una dinastía tan larga como dolorosa, en la que no solo veíamos malgastar nuestros recursos en monumentales desperdicios, sino que las oportunidades que el mundo nos brindaba escapaban ahuyentadas por la esquizofrenia de una cúpula de dirigentes que veía una realidad paralela a la que todo ciudadano vislumbraba, mientras estos últimos, al mismo tiempo, hacían malabares con su salario entretanto este escurridizo se derretía entre sus dedos como efecto de una inflación más alta que la temperatura en una soleada tarde en el desierto del Sahara.
Por más de una década, cada contratiempo fue eludido con la astucia de quien repara la luz de la cocina reemplazándola por la bombilla del comedor. Se les arrebató dinero a algunos para entregárselo a otros que, en gran parte, no lograron generar el suyo propio debido al descabellado contexto dentro del cual estaban sumergidos, en el que se castigaba con impagables impuestos a los pocos emprendedores que pese a este deplorable ambiente subsistían en sus actividades, con lo cual esperar que estos afligidos comerciantes lograran expandir sus negocios y darle trabajo a quienes no lo tenían no era más que en una gran utopía.
Lamentablemente, este círculo vicioso no hizo más que extenderse haciendo que esos algunos despojados de lo suyo sean cada vez menos, sumándose a las filas de los otros, los recibidores, por lo que el peso sobre los hombros de aquellos pocos que sostenían todo se multiplicó. Este hábito robinhoodense se transformó con el paso del tiempo en una costumbre, para culminar finalmente su metamorfosis al convertirse en un incuestionable dogma en el cual esos algunos no son más que el mero medio para la subsistencia de los otros, sin permitir que sean todos los que tengan la posibilidad de ser un verdadero fin en sí mismos, cuya prosperidad sea algo alcanzable por el solo esfuerzo individual de cada uno.
El peligro que esto encierra es ciertamente letal si no es tratado con el pulso y la pericia de un cirujano, pues la República Argentina está gravemente enferma. En su organismo radica un tumor que cada vez quiere avanzar más y más, estropeando el funcionamiento de cualquier economía sana y sustentable.
Así, vemos que nuestro país es un paciente cuya situación es ciertamente delicada, en donde la afección crece cual célula maligna atacando nuevos órganos vitales sin dar marcha atrás, y que a pesar de que el nuevo médico que ahora interviene tenga todas las intenciones de extirparla, el paciente es totalmente esquivo a recibir el tratamiento.
El estatismo es el peor cáncer que puede atacar a una sociedad, progresa insaciablemente y le quita toda su capacidad a los sectores productivos que mantienen vivo al país. Lo hace de manera tan silenciosa que para cuando el doctor lo detecta las probabilidades de que éste haya hecho metástasis son muy altas, y si ello ocurre es casi imposible volver a ser una nación fuerte y saludable.
Los síntomas que se ven en amplios sectores de la población en los que por cada problema le exigen una solución al estado mediante su pronta e incuestionable intervención –lo que se puede percibir en los innumerables cortes de calles que sufrimos todas las semanas- nos muestran que la enfermedad se sigue propagando, ya no por culpa del médico sino de un desobediente paciente que se aferra a ella de una manera que roza lo patológico.
Esperemos que, pese a todo, aun tengamos cura.