Una de las noticias más difundidas de los últimos días fue la de un pequeño comerciante de la Ciudad de Buenos Aires, Martín Bustamante, quien relató lo difícil que resulta mantener en pie un minúsculo local de artesanías debido a las cientos de regulaciones que debe cumplir y los diferentes aportes que tiene que realizar a causa del mismo. De esta manera se puso en relieve un tema que quizás en nuestro país no se toca demasiado pero que es una de las causas –sino la causa- de nuestros mayores problemas: un tamaño del estado totalmente desproporcionado con respecto a aquellos que sobre sus hombros soportan tan inmenso peso: los contribuyentes.
La cuestión radica en que una parte de la población, a la llamo el sector bravucón de la sociedad, creyéndose dueños del país se adjudicaron el lugar de los verdaderos tesoreros de la voluntad popular, pudiendo en nombre de esta no simplemente hacer huelga, es decir en forma de protesta no hacer el trabajo para el cual se les paga, sino que sobretodo impiden que el resto que así lo quiera y no esté de acuerdo con sus reclamos pueda cumplir con sus respectivos deberes. De ser cierto que “el noventa por ciento de la población adhirió al paro” como afirmó Yasky.
¿Qué sentido tiene cortar calles, dar vuelta a los taxis que salgan a trabajar y cerrar por la fuerza estaciones de servicio cuyos empleados no adherían, entre otras fanfarronadas? Lo que buscan es imponer su parecer y hacerse ver como aquellos que más allá de no ganar elecciones, saben lo que el pueblo quiere.
Ahora bien, qué tendrá que ver este sector de la sociedad con el pobre Martín. Pues son ellos los matones, y este comerciante no es más que una de sus millones de víctimas. No Macri, ni Vidal, ni el político que se les ocurra pierden realmente con estos buenos muchachos, sino que son los ciudadanos de a pie las verdaderas víctimas, pero no lo digo como un eslogan político anti-paros, sino por una cuestión pura lógica: por un lado no hacen más que exigirle al estado un cheque por cuanto problema se les ocurra. Siempre y cuando el presidente de turno les de lo que ellos exijan no va a haber mayores aprietes. Así fue como durante los períodos kirchneristas se registraron la menor cantidad de paros de la democracia, pues su relación no podía ser más que de amistad siendo unos adictos a pedir y los otros a tirar el dinero ajeno, prueba de ello es el vertiginoso ascenso del gasto público sobre el PBI que registró durante la mal llamada década ganada, que pasó de un 26,6% a un astronómico 47,1% del 2004 al 2015, como fruto de tanto cariño entre compañeros y camaradas. Esto explica la Odisea de Martín para poder mantener abierto su local: hay que bancar la fiesta de aquellos con los impuestos de todos.
A su vez, siendo su finalidad la defensa de los puestos de trabajo y el aumento de los salarios de los trabajadores, ¿no deberían luchar estos revolucionarios de oficina por mayor inversión privada y generación de riqueza? Pues a más inversiones, más dinero en el país, más trabajo y mejores salarios. Pero ahora les pregunto a ustedes ¿creen que los gremialistas de la Argentina atraen o ahuyentan inversiones? Por supuesto, las espantan. Ergo, menos dinero, menos trabajo, peores salarios y por supuesto, mayor pobreza.
El único reclamo legítimo que como organización podrían hacer al estado en pos de un sector privado más competitivo y como tal con mayor capacidad generadora de empleos sería “gobierno, queremos que baje los impuestos y que no se meta en lo que no le incumba” Haciendo subir el gasto con sus reclamos lejos están los líderes gremialistas de tal pedido, pero claro, de esta manera ¿qué poder detentarían estos personajes?