Ser papá significó no volver a pensarme nunca más en singular. Como sucede con toda síntesis vital, vale sólo para quien la enuncia y para quienes decidan convalidársela. De ahí que no haya demasiados motivos para que mis vivencias en torno a la paternidad revistan algún tipo de interés, ni siquiera para mis propios hijos; o sí, pero no sin advertirles que sus plurales iniciarán cuando ellos mismos sean padres. De todos modos, no es esto lo que vine a decir.
Quienes me conocen más de cerca saben que desde hace un tiempo a esta parte me pregunto insistentemente si debo educar a mis hijos para que sean buenos o para que sean vivos. Quiero decir: un buen padre debe promoverles la honestidad sin que se atolondren, pero también la astucia sin que se vuelvan estafadores seriales. Ese equilibrio se tornó muy delicado (cuando no imposible) en un país de picardías inflacionarias.
¿Cómo se le dice a un chico que estudie si la presidenta de su país no pudo exhibir nunca el título universitario? ¿Cómo le pedís que se porte bien si el vicepresidente falsificó un 08 y fijó domicilio en un médano? ¿Cómo lo comprometés con la verdad si la muerte del fiscal que denunció a las máximas autoridades del gobierno argentino sigue siendo dudosa veinte meses después? ¿Cómo generarle espíritu de sacrificio y sentido del esfuerzo si el funcionario público responsable de la obra pública revolea bolsos con dinero que no puede justificar? ¿Cómo se le explica que el trabajo dignifica más allá de gremialistas perpetuos y empresarios inescrupulosos? ¿Cómo exigirle respeto por sus maestros si no los encuentra en la escuela porque la burocracia sindical la ejerce gente que nunca entró a un aula? ¿Cómo pedirle que confíe en la justicia pero no tanto en los jueces? ¿Cómo se le dice que algunas veces se gana y otras se pierde cuando la presidenta saliente no tansfirió los atributos de mando al presidente entrante favoreciendo una discontinuidad simbólica sin precedentes en la trama institucional? ¿Cómo estimularlo para que ayude al necesitado en un país que explícitamente decidió no saber quién necesita y quién no? ¿Cómo incentivarlo a que elija siempre la paz cuando un expresidente condenado por venta ilegal de armas está amotinado en el Senado con la complicidad de sus pares y del Poder Judicial? ¿Cómo promoverle un temple democrático cuando el candidato presidencial que perdió en octubre de 1999 asumió la primera magistratura en enero de 2002 lacerando la conciencia cívica? ¿Cómo transmitirle que los derchos humanos sintetizan las aspiraciones más hermosas que hayamos podido imaginar y que nada tienen que ver con“Sueños Compartidos”? Podría seguir, lamentablemente…
Contra estos planteamientos podrá alegarse que son propios de un padre relativamente joven y que se disiparán tan pronto como se convenza de que no pueden decirse, por más valederos que pudiesen ser. Sin embargo, ahí está es el problema: afirmar la verdad de un enunciado y -al mismo tiempo- excluirse del discurso para comunicarla, constituye una experiencia brutal de represión; y la cosa se vuelve mucho más enrevesada cuando el silencio autoimpuesto tributa en el miedo. Así se forja un relato. Relatar es apropiarse de la realidad y -consecuentemente- de la verdad. Y aunque está claro que la objetividad es un juego, se trata de un juego de buena fe, máxime cuando los participantes son gente afecta al poder. Y qué cosa es el poder sino: 1) mentir a conciencia, 2) que todos sepan que estás mintiendo a conciencia, 3) pero que ninguno se anime a decírtelo.
Después de todo: nadie vio el título de abogada de Cristina; es sabido que Boudou vivía en Puerto Madero y no en un médano de San Bernardo; seguimos esperando que confirmen si Nisman se murió o lo murieron; todos vimos a José López enfierrado y metiendo guita en criptas (que no eran criptas) del convento (que no era convento) de monjas (que no eran monjas); Baradel es impresentable pero el antisemita confeso de D’Elía es peor, en cambio esa diferencia no es tan clara entre Oyarbide y Freiler; todo el mundo sabe que Pinedo fue presidente porque #CFK le mandó a #MacriGato la banda y el bastón con un motoquero (ni siquiera por Correo Argentino); que el INDEC lo desguazaron Néstor y Moreno es tan cierto como que Kicillof no hubiese sabido bien para qué usarlo; no es ninguna novedad que el Senado es para Menem lo que la Cámara de Diputados para De Vido; que Duhalde llegó a la presidencia y se terminaron los saqueos es innegable; que Hebe banca a Milani no es ningún error de tipeo… ¿Sigo?
¿Se da cuenta? La cosa no es entre kirchneristas y macristas, sino en fugarse de la realidad a partir de adjudicaciones de sentido antojadizas, cuando no autoritarias. En algún sentido, la famosa grieta es consecuencia de creer que el mundo es como a nosotros se nos ocurre que es, como si fuésemos los únicos jugadores y como si la realidad no tuviese una lógica independiente de la nuestra. Quiero decir: Usted puede jugar a que si lo piensa, entonces, es posible; pero debe saber que, por mucho que lo sueñe, no hay manera de que en su caja de seguridad se materialicen de la nada U$D 4.664.000 -como sí le aconteció a Florencia Kirchner-, al menos no en el mundo de los “vivos”.
Bueno, cual eterno retorno, he vuelto al comienzo y, tal vez, mis interpelacioes respecto de mis hijos sean más comunes de lo que pensaba: ¿Cómo los formamos, para que sean buenos o para que sean vivos? Convérselo con ellos, rumbo a las PASO 2017.