En 1881 Mark Twain publicó su célebre obra “The Prince and the Pauper”, “Príncipe y Mendigo”. Esta novela breve o cuento extenso, según se prefiera, se inicia en Londres, en 1537. Ese mismo año nacen dos niños idénticos: Tom Canty y Edward Tudor: el primero, sumamente pobre, se cría en la calle; el segundo es el hijo del rey Enrique VIII de Inglaterra.
El sueño del joven mendigo es conocer al príncipe. Su ilusión se concreta cuando el azar lo coloca frente al heredero del trono. Al descubrir que son idénticos, se ponen de acuerdo para invertir los papeles durante un día. El príncipe vestido de pordiosero, conoce un mundo nuevo y hostil: el hambre, el frío y el maltrato. Tom, vestido como el príncipe, conocerá los manjares, la buena vida y la riqueza sin límites. Sin embargo, en esa vida palaciega, se sentirá solo y prisionero.
Una vez más, la literatura universal cobra vida en esta Argentina cada vez más parecida a un país salido de la fértil imaginación de un escritor. Por estos días asistimos a la representación de “Reina y mendiga”. Aquí los protagonistas no son Tom Canty y Edward Tudor, aunque tiene un papel protagónico otro Tudor: Pelo Tudor, el sirviente de la Reina, a quien solía anunciarle: “Soy yo, la reina Cristina, Pelo Tudor”.
Igual que en “Príncipe y Mendigo”, los papeles se invierten y la reina termina como una sufrida mendiga. Ella siempre había despreciado a los medios independientes, a los periodistas, a los escritores, a los intelectuales que osaran no inclinarse ante su mayestática persona. “A la reina no se la mira a los ojos”, solía decir el más Tudor de los Tudor, Pelo Tudor, a los visitantes que le iban a rendir pleitesía a Palacio. “A la doctora no se le habla, se la escucha”, instruía Zaninni a los lacayos de la corte.
Pero como en el libro de Twain, las cosas cambiaron. La reina ahora es mendiga. Necesita aire. Al borde de la asfixia, ahogada por la merma de votos, desesperada por la ausencia de poder, hoy la reina se convirtió en pordiosera y se arrastra por los pasillos de los canales buscando alguien que se conmueva y le de una notita para la birra, una entrevista para el bondi, un reportaje para los pibes. Porque, claro, los chicos de la Cámpora tienen hambre y esperan ansiosos con frío que les lleve algo. El ajuste brutal de Macri y los despidos masivos parecen tener efecto sólo en la reina y su familia.
Otrora vestida de emperadora, daba discursos en Harvard, concedía entrevistas a medios internacionales mirando su Rolex President para apurar al periodista y hacía esperar a mandatarios de todo el mundo hasta que terminaba de maquillarse para la foto grupal. “Me pinto como una puerta”, solía decir. Ahora pide limosna sentada en los escalones de una puerta pintarrajeada por los pibes para la liberación. Para peor, desde que el juez Bonadío descubrió sus cuentas ocultas y las cajas de seguridad de Florencia repletas de dólares, ya no le queda siquiera un lugar en el mundo.
Antes de las paso, cuando creía que se llevaba el mundo por delante, llamó a una conferencia de prensa internacional. The New York Times, The Times de Londres, Le Figaró, la BBC, la CNN, Liberation y otros medios importantes del planeta dijeron… ausente. Tanto confundía la realidad con la fantasía que llegó a convocar Klark Kent y a Luisa Lane del Daily Planet de Metrópolis y a Peter Parker del Daily Bugle. Pero cuando le dijeron que Bugle significa Clarín desistió y se sumió en una profunda depresión.
Después de habernos sometido a sus interminables discursos a través del aire, el cable, el satélite, en todos los canales de TV y a lo largo de todo el dial de la radio con sus cadenas perpetuas; después de que se negara sistemáticamente a las conferencias de prensa, ahora la reina convertida en mendiga no encuentra un sólo medio que le quiera dar aire.
Da tristeza verla ahora suplicar de rodillas, mendigando notas en los pasillos de los canales. Susana se negó a entrevistarla: “Nunca iría en contra de mis principios”, dijo ante el ruego de Cristina que intentaba operar a través del productor Federico Levrino. Tinelli estaría dispuesto a entrevistar sólo a un imitador de ella. O a Cristina pero haciendo de Fátima Flores que es mucho más interesante para el público.
Después del desplante de Susana, entrevistar a Cristina sería un certificado de looser. Pero está en su naturaleza: Cristina no puede dejar de humillar. Durante años se la pasó maltratando a los medios ajenos. Ahora desprecia y humilla a los medios propios. Entendió que nadie mira a Víctor Hugo Morales, que nadie le cree al periodista que anunció “Ganó Scioli” ni a su triste cadete. “Info Neus”, que así se pronuncia porque los periodistas que trabajan ahí son menos serios que Pomelo, el personaje de Capussotto), ya le dijo a Cristina que le puede asegurar un público de entre cinco y siete tuiteros frenéticos. Pero ella les recuerda, con todas las letras, que no son nada, que no los ven ni los leen ni los escuchan.
Ni a la mendiga Cristina le interesa aparecer en esos nidos de servicios de inteligencia, en esos reductos de periodistas mercenarios o, como Página/12, convertidos en hospicios de dementes que, como el psicólogo Alejandro del Carril, tratan a los votantes de cambiemos de “masoquistas anales”, reseñan los libros de Ingrid Proietto, la escritora que dice “Las armas, sólo nos quedan las armas”, y le dan espacio para sus columnas a “psicolocos” militantes que, como Carolina Pavlovsky, lanzó las más aberrantes amenazas que ni siquiera un miembro del ISIS proferiría.
Hoy la vemos de rodillas en la puerta de los diarios: -Por favor, Sr. Magneto, una notita para la birra -dice la reina después haber perdido los votos y el pudor.