En el excelente museo de Washington D.C “Newseum”, ubicado en la Penn Avenue, un museo dedicado a la historia y a la evolución de la prensa, vimos exhibido, tiempo atrás, en uno de sus salones, un enorme afiche de una manifestación callejera en la que se podía leer claramente “Can the press be trusted? No more media liars.” ¿Se podrá confiar en la prensa?
No más mentirosos en los medios de comunicación. El afiche se hace eco de una evolución negativa por parte de la gran prensa y televisión norteamericana en estos últimos tiempos, que dejó de lado al periodismo investigativo crítico, que la caracterizara, para apoyar a todas luces, sin escrúpulos, primero al ex presidente Barack Obama, para que ganara dos elecciones presidenciales, y más recientemente combatiendo masivamente con informaciones no siempre fidedignas al partido republicano y a su candidato Donald Trump.
A esta actitud poco democrática, se iba a sumar la instauración, por parte justamente de gran parte de la prensa, de lo que llamaríamos la dictadura de lo políticamente correcto, una especie de policía ideológica de la extrema izquierda, de los llamados progresistas, que deciden a través de los medios lo que se debe decir o no. Tenemos entonces frente a nosotros el accionar de la peligrosa prensa militante, al servicio de una ideología, al servicio de un partido político, manipulando la información, chantajeando, dejando de lado la investigación seria, imparcial, y además, como mencionáramos utilizando el lenguaje llamado políticamente correcto, que recuerda al Thought Police de George Orwell, para manipular a las masas. Evidentemente todo esto tiene un cierto sabor totalitario. El libro de Jonah Goldberg “Fascismo Progresista” define muy bien este comportamiento político. Durante las últimas campañas electorales americanas los opositores, que para sorpresa de todos terminaron ganando, fueron denostados y calumniados en forma pocas veces vista en la política norteamericana. Es evidente que al pueblo americano se le vendió gato por liebre.
Aclaremos desde ya, que no soy para nada un seguidor, defensor, partidario de Donald Trump; que soy crítico de su forma bizarra de hacer política, de sus contradicciones, provocaciones, de no ser un estadista con experiencia política y tantos otros factores que juegan en su contra. Con su populismo y nacionalismo y su enfrentamiento frontal con la prensa militante, ha alimentado aún más la profunda grieta que enfrenta la sociedad de este país, despertando peligrosos fantasmas del pasado. Pero fue elegido por el pueblo norteamericano democráticamente y debería permitírsele gobernar y no combatirlo con fake news, como lo hace la prensa militante, que aún no digirió el hecho de haber perdido también las elecciones por apoyar masivamente a la candidata demócrata ignorando su carga enorme de escándalos reñidos con la ley y con la verdad, todavía no investigados a fondo por la justicia.
Umberto Eco, el gran filósofo, escritor y periodista de opinión italiano, antes de su muerte, el año pasado, publica su último libro titulado “Número Cero”, una novela que se centra en la crítica al mal periodismo, manipulador, mentiroso, chantajista. Es un latigazo a los malos periodistas que no cumplen su rol imparcial en estas épocas tan difíciles para las democracias liberales occidentales. Es un latigazo también a la prensa militante. Eco afirma en su libro que estos periodistas y los medios de prensa en los que trabajan junto con muchos canales de televisión, son hoy simples “máquinas de hacer fango”.
¿Ahora bien y qué llevó a Umberto Eco a escribir una novela sobre el periodismo? Es algo que a nosotros con muchos años en esta profesión no dejamos de preguntarnos. Eco, además de filósofo y filólogo, fue toda su vida periodista y consideró como un compromiso civil a sus 83 años hacer autocrítica del oficio, desenmascarar las técnicas del mal periodismo y mostrar cómo desde la prensa se puede destruir a un opositor. Si bien se basa en ejemplos italianos y en parte en la figura del magnate de medios de comunicación Silvio Berlusconi, tiene aplicación universal al analizar el accionar de la “máquina del fango”. Eco con ironía da ejemplos de cómo deslegitimar a un adversario. “No hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo; se lo puede descalificar sólo con la sospecha de ser estrafalario, que usa medias de colorinches y con eso ya se siembra cierta sospecha.” Eco con su publicación se anticipó de forma visionaria a lo que estamos viviendo en el mundo y en forma tan evidente con la mayor parte de la gran prensa de los EEUU, que fuera otrora una guía del buen periodismo investigativo. La consigna de muchos de estos medios de comunicación parecería ser hoy en día destruir al electo presidente sea como sea.
Veamos ahora para corroborar el trabajo sedicioso de la prensa militante algunos datos representativos de su accionar. Un estudio de la Universidad de Harvard, publicado hace poco tiempo, fruto de las investigaciones del Center on Media, Politics and Public Policy, nos revela que el Presidente Trump tuvo un promedio del 93% de prensa negativa por parte de las cadenas CNN, NBC y CBS. La cadena Fox tuvo un índice del 52 % de cobertura negativa para su administración. Una parte del estudio contrasta estas cifras negativas frente al 41% que tuviera Obama, el 57% que obtuviera Bush y el 60% para Clinton. Periódicos como el New York Times y el Washington Post no se quedan atrás con una cobertura negativa del 87%. Esto muestra, claramente, que hoy en día encontramos en los medios de comunicación de EEUU a una prensa militante que defiende a un partido, a una ideología más allá de sus errores y contradicciones. Es el tipo de periodismo que informa sobre cuestiones que estrictamente calzan en la agenda política de un partido, distorsionando la realidad de las noticias con fines ideológicos. Ya no se investiga a fondo, las fuentes muchas veces no son fidedignas o se las falsea, incluso se acude a la mentira. Parafraseando a Hanna Arendt, la libertad de opinión se convierte en farsa cuando se ignora los hechos en función de la ideología o el poder. Es la desinformación deliberada de la “máquina de hacer fango” de Umberto Eco.